El pueblo y la razón con la seba de Granadilla

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La publicación de El movimiento social contra el puerto de Granadilla (Ediciones Alternativas, 2022) es un hito importante para la sociología canaria en particular, pero sobre todo para la sociedad canaria. Su autora, Noelia Sánchez Suárez, es socióloga y activista ecologista (ha sido portavoz de Ben Magec – Ecologistas en Acción). En este libro combina ambas dimensiones de su trayectoria personal, consiguiendo que se refuercen, en vez de que la activista anule a la socióloga (o viceversa). El libro es tanto un análisis sociológico como la historia de uno de los movimientos sociales más importantes que ha conocido Canarias en tiempo reciente: la defensa del ecosistema de Granadilla frente a la agresión del puerto inútil que terminó por construirse. De los 20.000 puestos de trabajo que se llegó a decir que crearía, no genera ni cincuenta. De la descongestión del puerto de Santa Cruz de Tenerife, para no ser avasallado por el Puerto de La Luz y de Las Palmas, a cemento desierto. 

La primera parte del libro es un repaso a la teoría sociológica sobre los movimientos sociales. Si bien en esta parte convendría cierta actualización, la autora es capaz de presentar de forma divulgativa las principales orientaciones con las que contamos para analizar los movimientos sociales. La exaltación del individualismo y de la originalidad en la que vivimos convierte a la sociología en muchas ocasiones en una disciplina antipática, pues donde las personas se maravillan con lo único de su propia experiencia, el objeto de la sociología es encontrar regularidades. 

El movimiento aquí estudiado es un estudio de caso, que suma una herida reciente de nuestra historia a la conversación global sobre movimientos sociales en general y ecologistas en particular. Además, el libro es de gran interés para ayudar a generar memoria histórica de Canarias. En el Archipiélago estamos necesitados de más estudios como este, o como el coordinado por Juan Manuel Brito (La acción colectiva en el cambio de época), que dejen documentada para las generaciones venideras, y para la investigación, las numerosas luchas sociales que se viven en las islas. 

Si el puerto ha manifestado ser una infraestructura notablemente inútil, ¿por qué se construyó? Ciertamente, los grandes constructores, un lobby poderoso en el poder local en casi todos los países, obtuvieron beneficios. Pero si la obra hubiese sido la mitad de exitosa de lo que afirmaban en público, además de los constructores, habría habido muchos más colectivos beneficiados. Dicho de otra manera, se podría haber invertido ese dinero de forma tal que generase beneficio a los constructores y a muchas más personas. Podría pensarse que el fracaso de esta infraestructura fue una sorpresa, pero no es así, pues son varios los informes que avisaban de que no era necesario, empezando por uno elaborado bajo la responsabilidad del propio puerto de Santa Cruz de Tenerife a finales de los noventa. Visto así, la obra parece irracional o el poder de los constructores desmesurado. Pero puede que al objetivo del enriquecimiento de un grupo de constructores haya que añadir otro: demostrar a la sociedad canaria que las movilizaciones populares no tienen éxito. Visto así, sí que fue racional el empeño en construirlo. Y la victoria fue doble: el puerto está ahí y durante un tiempo cundió el desánimo entre los activistas. La victoria ecologista, sin duda, hubiese dado mucha más energía a luchas sociales posteriores, por eso esta derrota era tan necesaria: no estaba en juego solo este conflicto, era necesario desactivar futuras movilizaciones sociales. 

La derrota no fue total: el ecologismo tuvo de su parte a la razón y al pueblo canario, y a eso debe dársele más reconocimiento. Todas las virtudes atribuidas a la construcción del puerto se mostraron falaces, excepto para la cuenta de beneficios de las constructoras. Cada vez que se critique a un movimiento ecologista diciendo que se oponen a todo y que sus ideas son simples caprichos idealistas, habrá que poner en la mesa este “elefante blanco” (es como se conoce en los estudios de desarrollo a costosas infraestructuras que luego quedan prácticamente sin uso). Esta derrota debe servir de arma para la próxima victoria. 

Esta derrota tampoco debe ocultar las numerosas victorias del ecologismo en Canarias: El Rincón en el Valle de La Orotova, la lanzadera de El Hierro, Tindaya, las torres eléctricas de Vilaflor, El Confital… Quedarse en que una derrota puntual es “la” derrota total del movimiento es asumir el marco interpretativo del adversario: abandonen la lucha, porque no hay esperanza. Una de las cuestiones interesantes del libro es precisamente proporcionar un marco analítico para entender por qué en unas ocasiones se tiene éxito y en otras no. Una de las claves es la relación de poder dentro de las propias élites, si forman un bloque compacto o hay intereses enfrentados. En el caso de Granadilla el entramado de intereses entre empresarios y partidos con competencias sobre el puerto se fusionó en un bloque sin fisuras. Ahora que se habla de canarismo y de partidos que no sean “sucursales” de la Península, no está de más recordar que Coalición Canaria es sucursal de los intereses de la burguesía chicharrera, en contra de los intereses del pueblo canario. Esta obra inútil no obedeció a intereses ajenos a Canarias, sino que es la objetivación de los intereses de una parte de la sociedad canaria. 

Por otro lado, la movilización social fue enorme, lo que en sí mismo también es una victoria. No solo por la demostración de fuerza en actos puntuales, como una manifestación en la que el número de asistentes rondaba el 10% de la población de Tenerife, unas 70.000 personas, o por la sostenibilidad en el tiempo de actividades para dar visibilidad a la protesta, visibilidad que sistemáticamente se le negaba en los medios de comunicación. Pancartas en sitios llamativos, pegatinas por todos los rincones de la isla… Más impresionante es la constancia en mantener vivo un complejo tejido asociativo durante tanto tiempo, sin apoyo institucional. La capacidad organizativa de lo que posteriormente se vio en muchos rincones de España tras el 15 M de 2011 palidece con la capacidad de desborde que tuvo el movimiento en Tenerife. Tanto por su capacidad operativa como por su duración temporal.  

Debe destacarse que en la Unión Europea no es habitual que un movimiento ecologista tenga esta capacidad de movilización popular. La falta de conciencia sobre la fuerza y los numerosos éxitos del ecologismo en Canarias da para pensar que se deba posiblemente a que coinciden dos miradas: la “goda” y el canarismo victimista. Desde la mirada goda el canario es un ser aplatanado, por lo que no tiene estantería en su cabeza para colocar un movimiento tan bien organizado e intenso. Y desde el canarismo victimista, en su negación de lo godo, acaba dándole la mano, pues para negar al aplatanado opone la víctima. Y no, la negación del aplatanado es el derrotado. El derrotado en la distribución económica, que se resiste con la pasividad de su cuerpo a ser explotado, siendo improductivo. Desde la sabiduría de que el trabajo noble no le va a sacar de su pobreza, y sabiendo que cuanto más productivo sea, más se enriquece el explotador, ¿para qué esforzarse? Y el derrotado políticamente, que es un resistente a la espera de la próxima lucha. Una víctima es un ser pasivo al quien le pasan cosas, como que va por la calle y le explota una bomba al lado. Un derrotado es alguien que luchó y no ganó. No ganó en esa ocasión, pero puede que gane en la próxima. La derrota de hoy nos puede mejorar en la lucha de mañana, objetivo que consigue este libro ayudando a entender mejor lo que pasó. Por otro lado, víctima y aplatanado, en tanto que imágenes especulares, promueven lo mismo: desmovilización. Y ciertamente, la derrota puede llevar al derrotismo. Pero al menos se deja constancia de que el pueblo canario no es una masa pasiva a la que le pasan cosas, sino que somos sujetos de nuestra historia. Unas veces gana la Canarias popular. Otras, como en esta ocasión, la Canarias burguesa.

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