Los límites del decrecimiento
En 1972 el Club de Roma, poco antes de la crisis del petróleo de 1973, publicó el informe Los límites del crecimiento, que fue trascendental para incorporar la sostenibilidad medioambiental al análisis del crecimiento económico. Con posterioridad periódicamente viene surgiendo el debate sobre los límites físicos al crecimiento económico, en lo que se conoce como teorías del decrecimiento, crecimiento cero o estado estacionario. Dichas teorías se basan en la hipótesis de que los límites físicos del planeta suponen un cuestionamiento del incremento continuo de la actividad económica, y del hecho de que alcanzar los límites físicos del planeta, que ellos encuentran cercano, nos llevará a un hundimiento social.
Intuitivamente parece una hipótesis aceptable. ¿Como vamos a poder seguir creciendo indefinidamente si no podemos salirnos de la tierra (por lo menos en los próximos cientos de años en un número apreciable)?
En el pasado de la humanidad se han dado varios casos en los cuales algunas civilizaciones, la mayor parte situadas en entornos geográficos completamente aislados y en ecosistemas frágiles, no fueron capaces de percibir los límites medioambientales a su crecimiento, fundamentalmente por el ocultamiento de los grupos dirigentes que no querían perder sus privilegios, hasta que fue demasiado tarde y sus sociedades terminaron colapsando. Es el caso de la isla de Pascua y los asentamientos vikingos en Groenlandia, sistemas realmente cerrados teniendo en cuenta su grado de desarrollo tecnológico.
La actual teoría del decrecimiento en el fondo es un malthusianismo energético, los recursos, en este caso la energía en lugar de los alimentos, no serán capaces de crecer al mismo ritmo que la población y su demanda creciente de productos y servicios que cada vez consumen más energía.
Pero el decrecimiento es un malthusianismo más sofisticado socialmente, no plantea que haya que limitar el crecimiento demográfico, sino la demanda creciente que genera este aumento del número de seres humanos. Aunque es más categórico, ya que acude a las inapelables leyes de la física, en concreto a la segunda ley de la termodinámica o Ley de la Entropía, como justificación última.
Nicholas Georgescu-Roegen planteó en los años setenta: “En términos de la segunda ley de la termodinámica, la entropía, la tendencia al desorden, siempre se incrementa. La actividad económica puede entenderse, en este sentido, como un proceso por el cual se degrada o dispersa la energía contenida en los minerales o las fuentes energéticas, se pierde para el aprovechamiento humano, lo que impide volver al estado original con igual cantidad de energía”. El reciclaje de la materia y energía dispersada no es la solución ya que se gasta más energía de la que se ganaría con un hipotético reciclaje. Es decir, el aumento de la población y de su demanda creciente hará que la energía disponible se vaya reduciendo, afectando inevitablemente la actividad económica y el desarrollo de las futuras generaciones, lo que, a su juicio, demuestra los límites del crecimiento.
Sin embargo, la segunda ley de la termodinámica no puede considerarse un corset rígido sobre el crecimiento económico, ya que la condición para que se cumpla dicha ley es que no tiene que haber fuentes externas de energía.
En la tierra tenemos un flujo constantemente renovado de energía solar directa que la actividad económica podría usarlo, con la tecnología adecuada, sin agotarlo ni destruirlo. El sol aporta anualmente la energía similar a 170 millones de centrales nucleares de 1000 (MW). Es decir unas 5.000 veces el consumo anual mundial. Y esa fuente de energía apenas consumirá el 10% de su hidrogeno en los próximos 6.000 millones de años.
Serge Latouche, uno de los principales ideólogos del decrecimiento, admite en su libro La sociedad de la abundancia frugal que “la Tierra recibe un enorme flujo de energía solar”, aunque luego rechaza que esta energía pueda captarse por medios artificiales, es decir por paneles solares. No ofrece ni un solo dato de costes de generación actualizados, ni estimación de evolución futura de la tecnología de captación de energía solar pero asegura inapelablemente que “es acertado considerar a la biosfera como un sistema casi cerrado y afirmar que el crecimiento infinito es incompatible con un planeta finito”.
Estos son los límites del decrecimiento: considerar a la biosfera como un sistema casi cerrado, cuando recibe anualmente aportaciones de energía provenientes del sol superiores en cinco mil veces el consumo energético de la humanidad. La ideología, una vez más se impone a un análisis certero de la realidad.
Además la evolución del crecimiento demográfico indica una clara ralentización, debido en gran parte a los procesos de urbanización que se dan parejos al incremento de la renta per capita mundial. En 1997 la tasa de fecundidad era de 2,8 hijos, en 2012 había bajado a 2,47, aproximándose a la que los organismos de la ONU han determinado como la ideal para asegurar el relevo poblacional sin generar superpoblación, un 2,2. Aunque es evidente que estamos lejos de alcanzar un equilibrio intrarregional. En el Africa subsahariana se concentran los países de alta fecundidad, superiores a 5, que no la han reducido significativamente en los últimos años, incluidos gigantes demográficos como el Congo (5) y Nigeria (5,3). Y que tampoco es fácil prever la evolución de la tasa de fecundidad china a corto plazo, actualmente es muy baja (1,5) debido a la política de hijo único, pero esta restricción fue eliminada en noviembre de 2013 por el Gobierno chino.
En todo caso no son las leyes físicas las que determinaran un colapso medioambiental del conjunto del planeta por una creciente actividad humana, del mismo modo que hoy nos parece un absurdo la predicción de Malthus de que el fin de la especie humana se produciría unas ocho décadas después de escribir su libro Ensayo sobre el principio de población hacía 1880. Su error, como el que en la actualidad cometen los apologetas del decrecimiento, fue intentar analizar el futuro con unos prismáticos fabricados con la tecnología del presente.
Esto no debe hacernos olvidar que el creciente acceso a bienes de consumo de gran parte de las poblaciones de los países emergentes producirá un agotamiento progresivo, y consiguiente encarecimiento, de las fuentes energéticas basadas en los combustibles fósiles y de determinadas materias primas, y el incremento de los gases que generan el calentamiento del planeta. Para evitar que un alto porcentaje de la humanidad, incluida una parte importante de los ciudadanos de los países desarrollados, pueda sufrir un notable empeoramiento de sus condiciones de vida en las próximas décadas son necesarios profundos avances tecnológicos (fundamentalmente en relación con la captación artificial de la energía emitida por el sol) e institucionales, que impulsen un reparto mucho más equitativo de la riqueza.
El resultado final de lo que ocurra dependerá del resultado de las luchas sociales y de los esfuerzos tecnológicos, para ambas cuestiones es fundamental un aumento de la conciencia social sobre los riesgos medioambientales y sociales que implica el actual modelo de crecimiento, pero en absoluto es una distopía determinada por leyes que van más allá de acción colectiva del ser humano.