Una llamada de teléfono
Recibo una llamada de teléfono desde Francia. Es familiar de una mujer que ha llegado en una patera. “Ayudadnos. Mi prima me ha enviado un mensaje que ha llegado a España. Tuvieron problemas en su embarcación y ha perdido a sus dos hijos, una niña de cuatro años y un bebé de doce meses”.
A continuación, me enviaba la foto de los dos pequeños, están sonrientes en uno de los bosques de Marruecos. En aquella instantánea aparecen llenos de vida como cualquiera de nuestros hijos.
Aminata (nombre ficticio), mamá de los niños, “no habla francés, se encuentra en shock y está muerta de miedo”, relataba la prima. Por eso, lo primero que hizo la mamá fue llamar a sus familiares, y buscó ayuda en gente cercana.
No puedo imaginarme el dolor, el desconsuelo de esa madre. Escuché siempre la misma letanía de todas las mujeres de mi familia, “lo peor que le puede pasar a una mamá es que sus hijos mueran antes que ella”.
Así que mientras intercambiamos información con la familia, me pregunto: ¿Cómo es un sistema de acogida que no es capaz de identificar a una madre que acaba de perder a sus dos hijos?
Otra vez, como tantas durante estos años, siento una rabia terrible y sigo sin explicarme cómo no se pone en marcha el protocolo de víctimas de tragedias que contempla la ley española. Llevamos décadas rogando, exigiendo, suplicando, y sobre todo escuchando los gritos de dignidad de muchas mujeres en las fronteras.
En estos tiempos que tan difícil es hablar de derechos humanos, hemos sido interpeladas por los estados por pedir que Aminata y muchas otras sean tratadas como personas. Incluso los trabajadores del sistema de acogida se han sentido ofendidos porque al final se hacen esfuerzos desde las grietas que les deja el sistema.
Pero tenemos que dejar de hablar de las pequeñas migajas que reparten los privilegiados y asumir que la ley de extranjería impone visiones inhumanas de las otras personas. Que eso va calando y construyendo un imaginario en el que es posible y real el auge de la extrema derecha.
Porque los discursos del odio se sienten cómodos en un sistema institucional que es ya racista, y en el que violar los derechos humanos de otras personas es un privilegio más de las perversas relaciones de poder que se establecen en las Fronteras.
Si durante treinta años de llegadas de personas que se juegan la vida en el Mediterráneo se sigue recibiendo así a las madres víctimas de tragedias qué mensaje se está enviando a la sociedad.
Este año tuve la enorme suerte de entrevistar a más de cien mujeres migrantes para un informe de Alianza Por la Solidaridad llamado Alzando Voces. En él, una de las madres decía: “a las mujeres migrantes nos sitúan entre los sentimientos de compasión y los de rechazo. Es verdad que somos víctimas de muchas violaciones de derechos, es verdad que somos negras y hay mucho racismo. Pero pedimos ser tratadas como personas, ser apoyadas, somos fuertes, somos poderosas y tenemos mucho que aportar”.
Al final las mujeres que participaron en el informe interpelan a revisar el concepto de humanitarismo para que sea lo más parecido a humanidad; en lugar de ser un confuso espacio donde se mezclan la pena y la criminalización de quienes demandan derechos.
Junto a los dos pequeños víctimas de la tragedia viajaba su madre pero también otras personas. Muchas de ellas han pasado la noche detenidas en comisaría y esperan la decisión del Ministerio del Interior español sobre si serán expulsados a Marruecos.
Ninguno de ellas ha tenido la asistencia adecuada al nivel del horror de la tragedia vivida. “Pensaba en la frontera como algo normal, como esta habitación. Un lugar donde hay entradas y salidas, que no está sucio. No sé, antes de salir lo imaginé así. Hoy he visto las fronteras y lo que nos hacen. En las fronteras siempre están los bandidos, hasta los que te deben proteger son bandidos. Es un lugar de violencia”, mujer migrante informe Alzando Voces.
Mientras escribía esto el teléfono seguía sonando, dos pateras con diez y doce personas continuaban desaparecidas desde el viernes en el Estrecho de Gibraltar. Los familiares no han encontrado respuestas oficiales, relatos con los que saber la verdad.
Muchas familias no pasarán la navidad con sus seres queridos, pero como dice otra de las compañeras del informe Alzando Voces, “Vivo como el viento, en la dirección que sopla. Cuando me levanto por la mañana no sé qué pasará durante el día, si comeremos, qué haremos. Pero sí sé que saldré adelante”.