La vaquita marina (Phocoena sinus) es, era un bellísimo cetáceo perteneciente al grupo de las marsopas que, con apenas metro y medio de longitud y 50 kilos de peso, habitaba las aguas someras del Mar de Cortés, en el estado mexicano de Baja California.
Pese a vivir a poca distancia de la costa, su carácter esquivo y su baja densidad poblacional lo convirtieron en un animal casi legendario. Quienes tuvieron la fortuna de avistar su pequeño lomo gris plomo barnizado por el agua marina y su característica aleta dorsal cortando elegantemente la superficie del mar dicen que es, era, el mamífero marino más pequeño y más bello del planeta. Hasta hoy.
Con una población de menos de una docena de ejemplares, los investigadores que llevan más de tres décadas intentando salvar a la vaquita empiezan a aceptar la derrota y afrontan la extinción técnica de este pequeño cetáceo identificado como especie en 1958: ¡apenas hemos tardado 60 años en descubrirla y acabar con ella!
El doctor Lorenzo Rojas-Bracho, presidente del Comité Internacional para la Recuperación de la Vaquita (Vaquita CPR) alude a un cúmulo de agresiones como causa de la práctica extinción de la especie. Un cóctel letal en el que la desidia, la avaricia y la violencia humanas son los principales ingredientes.
Más allá de otras causas vinculadas con los efectos de la crisis climática y de la contaminación de los mares, ocurre que el área de distribución de la vaquita marina coincide con la de un pez endémico del Alto Golfo de California: la totoaba o corvina blanca (Totoaba macdonaldi), igualmente amenazado de extinción.
La sobrepesca de la totoaba provocó el colapso de sus poblaciones en 1975. Desde entonces su captura está prohibida por la ley, pero aún así se sigue llevando a cabo mediante el uso indiscriminado de redes de enmalle que en la mayoría de las ocasiones son abandonadas en el mar y en las que acaban atrapadas las vaquitas.
Pero la totoaba no se pesca por el valor comercial de su carne, sino por el altísimo precio que se llega a pagar en el mercado negro por su vejiga natatoria o buche, a la que en China se le atribuyen propiedades medicinales y recurren a ella como afrodisíaco.
A raíz de la prohibición, las pequeñas embarcaciones de los pescadores artesanales fueron desplazadas por las modernas lanchas de los cárteles mexicanos del crimen organizado, atraídos por la denominada “cocaína del mar”.
Según Ivonne Higuero, secretaria general de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) actualmente los traficantes de totoaba obtienen 5.000 dólares de beneficio por cada buche que colocan en el mercado negro. Un buche por el que se llegarán a pagar hasta 100.000 dólares en China.
Para la máxima responsable del CITES “estamos hablando de un mercado negro que genera miles de millones de beneficio, por eso está dominado por las mafias del crimen organizado: las ganancias son semejantes a las del narcotráfico, el tráfico de armas o el tráfico de personas”.
Y en medio de toda esta crónica negra, en la que aparecen personajes tan siniestros como el “Zar de la Totoaba”, un traficante vinculado al famoso cártel de Sinaloa del Chapo Guzmán, está la pobre vaquita marina, cuya desaparición inminente (las últimas esperanzas se centran ya en la clonación) tiene varios causantes principales: las autoridades chinas, que llevan toda la vida mirando para otro lado cuando se les exige que colaboren a detener el mercado negro de las especies a las que su tradición atribuye propiedades milagrosas: cuerno de rinoceronte, huesos de tigre, buche de totoaba...
Las autoridades mexicanas, que pese a intentar poner fin al tráfico ilegal del buche de totoaba apoyando a los pescadores locales, no han sabido, no han podido o no han querido plantar cara a las mafias que la siguen practicando. Y las organizaciones internacionales como la ONU, que reaccionaron tarde y mal a la hora de llamar la atención a los responsables y aprobar los mecanismos necesarios para imponer la ley en el Alto Golfo de California y salvar a la vaquita.
Del otro lado están los héroes: aquellos que han arriesgado y arriesgan su vida por conseguirlo. Los activistas locales de organizaciones ecologistas como Greenpeace, WWF y muy especialmente los valientes (incluso temerarios) militantes de Sea Sepherd, que no han dejado de aportar pruebas sobre las actividades ilegales de las mafias que estaban causando la desaparición de la vaquita.
Los científicos e investigadores que han dedicado buena parte de su vida al seguimiento de la especie y que no han cejado en proponer medidas para salvarla (creación de santuarios, reservas integrales, etc). Nada sirvió ante la maldad humana. Y los periodistas. Reporteros comprometidos que no han dudado en denunciar lo que está ocurriendo en el Alto Golfo de California y mostrar al mundo las verdaderas causas de esta tragedia. Algunos de ellos, como Carlos Loret de Mola (@CarlosLoret), han sido amenazados de muerte por el cártel de la totoaba.
A todos: gracias por intentarlo. Al resto: que su desaparición cargue sobre vuestra conciencia.