El dolor conserva, le ha dicho Manuela de Madre a unas asistentes al mitin de los socialistas en Santa Coloma. Manuela de Madre fue alcaldesa socialista de esta ciudad mítica de la periferia barcelonesa durante la última década del siglo pasado. En concreto, desde 1991 hasta 2002. Pero le diagnosticaron fibromialgia y abandonó la política activa. Se trata de una enfermedad dolorosa (la fibromialgia), su esencia es el dolor. Hoy, el PSC es un partido de alcaldesas (antes, todo esto eran alcaldes), y Núria Parlón, la actual alcaldesa de Santa Coloma, y una de las alcaldesas más emblemáticas del socialismo catalán, intervendrá esta mañana de domingo, 28 de abril, en este acto político. Es lo que dice la propaganda: acto político. Antiguamente, se le llamaba mitin. Todo ha cambiado. Cuando acaba una época, se agotan sus palabras.
Un par horas antes de empezar el acto electoral, que está anunciado a las 11h 30', se ha formado una cola de viejos y viejas militantes, históricos en su historia personal, una historia que está hecha, pero que no se ha escrito. Hicieron, consiguieron lo que todos sabemos, y estamos perdiendo material e ideológicamente: servicios públicos, ambulatorios, guarderías, parques, pabellones polideportivos... Democratizar la vida, no con palabras, sino con paladas de alquitrán, cables de la luz, tuberías, papeleras, bancos y árboles.
A estas alturas, a su edad, tienen ya cosas de viejo, de modo que llegan a los sitios con mucha antelación. Siguen con la gorra de visera, el jersey de pico, el pluma gordo regalado en un cumpleaños y el pañuelo estampado por dentro del pluma, para abrigarse más y también para que se vea lo bonito que es. Han llegado temprano lo mismo que van pronto al banco el día que les ingresan la pensión, el 25 de cada mes, o igual que llegan al médico, a la revisión, mucho antes de su hora. Llegan pronto a todo porque siempre les tocó llegar tarde a todo lo bueno. Parece impaciencia, pero es necesidad.
La cola va creciendo, cada vez más, a la puerta del teatro Segarra, que es donde se celebrará el mitin (o lo que sea). El local tiene un aforo de más de quinientas personas, y en la planta superior han habilitado un espacio con una pantalla, por si falta sitio en la sala de butacas. Inicialmente, la convocatoria estaba programada en otro lugar, un pabellón deportivo, con mucha más capacidad, pero es que iba a participar el presidente de Gobierno, Pedro Sánchez. Se les cayó del cartel. Canceló de pronto su agenda para entregarse a la meditación trascendental, y la posibilidad de su dimisión planeaba por el todo el país. Menuda incertidumbre. Desde Rocambole, no se escribían capítulos así. Como aquel en que Rocambole está atado dentro de un baúl y nadie sabe explicar cómo podrá liberarse, hasta que llega la siguiente entrega, que empieza sencillamente así: “Una vez libre de sus ataduras, Rocambole...”.
Pero en esta mañana de domingo, las ataduras todavía aprietan con fuerza y nadie es capaz de decir cómo va a salir de esta Pedro Sánchez. Ni siquiera Salvador Illa, el candidato de los socialistas a la presidencia de la Generalitat. Es amigo de Sánchez. Fue su ministro de Sanidad durante la pandemia. Pero el futuro inmediato de Sánchez no lo sabe. Tampoco lo sabe Jordi Hereu, el exalcalde de Barcelona, que perdió su reino por un tranvía, y ahora es ministro de Industria y Turismo. Barcelona, tiene cada vez más de lo segundo y menos de lo primero.
En el acto de hoy, Jordi Hereu reemplazará a Pedro Sánchez. Ha nacido para esto. No para reemplazar a Sánchez, sino para ser orador. Modula la voz, alza el tono con pasión, lo baja con condescendencia, sabe contar cosas graciosas, y cuando lleva mucho rato se le pone la cara redonda y colorada lo mismo que a los tribunos de Astérix. Dan ganas de recordarle que Puigdemont se escribe al final con T, como: Timeo Danaos et dona ferentes. Pero ya lo sabe.
Por este orden, hablan en el acto político Núria Parlón (sobre todo de Santa Coloma), Jordi Hereu (sobre todo del Besòs y de esa parte del área metropolitana) y Salvador Illa (sobre todo de la colaboración de la Generalitat con los ayuntamientos, si ganan las elecciones). Pedro Sánchez, su posible dimisión, está todo el rato latente, y sin embargo no se convierte en el tema del mitin. El procés también aparece de pasada. Los políticos prefieren hablar de lo que en este sitio, Santa Coloma de Gramenet, se puede tocar con las manos. En medio de unos días, de una época, de especulaciones, hablan de la realidad.
Pero aún queda un rato para que se abran las puertas del teatro, y de repente los militantes que organizan el acto reconocen en la cola a su compañera Manuela de Madre. Hay revuelo entre ellos. ¿Qué hace ahí, guardando turno, Manuela de Madre? Hay que rescatarla. Y de este modo, la invitan a pasar sin más preámbulos. La gente saluda a la exalcaldesa en la calle, en el pasillo, entre las butacas, y le preguntan por su salud, y unas mujeres le dicen que la ven muy bien. Es entonces cuando Manuela de Madre responde: el dolor conserva. Ocupa un asiento en las filas de delante, entre el mogollón, cerca de las butacas reservadas a las autoridades, pero sin mezclarse. El dolor tiene su propia autoridad.
Durante cada intervención, será Manuela de Madre quien arranque con los aplausos en los momentos álgidos, que es una palabra obligada a significar lo que nosotros queremos, y no lo que ella quería. Originalmente, indicaba algo muy frío. Con las personas sucede igual. Acabamos significando otras cosas. Por ejemplo, Manuela de Madre nació en Huelva y resulta que fue alcaldesa en Catalunya. Durante el mitin, conserva el espíritu de claca. Y eso que, en vez de tiempos de mítines, es la época de los actos políticos.
Núria Parlón sube a la tribuna con su simbólica cazadora negra, cruzada. El socialismo es una religión sin cruzada. Fue así como nació, en clandestinidad, en las catacumbas. En la obra teatral Luces de bohemia, Valle Inclán llama religión nueva al anarquismo. Son dos herejías hermanas, socialismo y anarquismo. Pero la cruzada de Núria Parlón viene del rock. Representados hoy en cuadros, los antiguos heavys de los barrios serían como monjes de Zurbarán, en su soledad de chupa cruzada. Unas y otras, la capucha de sarga y la cazadora de cuero, hablan de místicas diferentes, y sin embargo ambas se sustentan sobre un cargamento de fe, por citar una canción de Lou Reed.
Por su parte, Jordi Hereu llega trajeado, pero no como un exalcalde con bono de transporte público, ni como un ministro obligado a decir muchas veces resilencia, ni como un señor de Barcelona que ya no va a leer a Josep Pla. Lo suyo es algo más abierto, más desabotonado. Quizá como un militante del partido que ha pasado a la acción. No me refiero a un Santos Cerdán. Es un género diferente. En la acción de Jordi Hereu, la ración de bravas ha sido relegada por la vinoteca de la calle de al lado. Otro gusto. Otra clase de desenfado. Lo que sí está claro es que Jordi Hereu se divierte con la acción.
Y cuando llega el momento de Illa, salta a la vista que todo lo que hay que decir esta mañana se encuentra en Salvador Illa. Se muestra sin chaqueta, a cuerpo, en mangas de camisa, para que se vea que lleva la camisa vaquera, azul, arremangada, de Pedro Sánchez. Es un mensaje, por supuesto. Hay que acudir a los carteles de la campaña para encontrar a un Illa en estado puro. El que todos sospechamos que es. En esa foto vemos su secreto al descubierto. Nunca un candidato se ha parecido tanto a Clark Kent. Tiene aún más significado esa imagen cuando venimos de una política protagonizada por gente que se hacía pasar por Superman. Por cierto, el más explícito de todos los carteles de estas elecciones catalanas es el de Ciutadans. Revela a gritos el precipicio de la formación. Careciendo de líder propio que mostrar, han tenido que poner líderes de otros partidos.
La diferencia entre un mitin y un acto político no está en la gente que asiste. El pasado domingo, en Santa Coloma, llenaron hasta la bandera el teatro Segarra los seguidores históricos, los que una y otra vez han atestado los mítines. Es decir, los mismos de toda la vida. La gente joven ya no va a estas cosas, prefiere votar y dedicar los domingos a salir en bicicleta, o ver museos, o andar por ahí. He dicho que el teatro se llenó hasta la bandera; pero lo cierto es que, en el acto político del domingo, había un teatro lleno, pero nadie llevaba banderas, ni había pegatinas, ni pancartas, ni folletos de propaganda, como en los mítines de antes. Solo una pantalla grande tras los oradores. Y sí que al principio la gente coreó un poco el histórico grito de “Visca, visca, visca, Catalunya socialista!”. Pero, nada, enseguida lo dejaron. No es que fuera un acto aburrido. Pero tampoco hubo coros, ni gritos, ni vivas. Ahora las cosas son de otra manera.
Se veía que los asistentes estaban muy contentos, eso sí, y que se lo pasaron bien, tanto por lo que escucharon, como por tener a sus dirigentes tan cerca y, sobre todo, por el mero hecho de compartir con tantos vecinos un rato así, por la sensación de comprobar que les vale la pena seguir creyendo en sus ideas, confiando en sus sentimientos, expresando sus opiniones, manteniendo sus pensamientos. Es gente que tiene claro lo que merece la pena.
Y cuando todo el mundo salía del teatro, no se iba como cuando se acaba un mitin, pues tampoco, al terminar se cantó, ni se gritó ninguna consigna, ni sonó ningún himno. La gente salía lo mismo que cuando se sale del teatro o se sale de un cine. Contenta, reconociéndose (en diferentes sentidos), saludándose de cerca o desde lejos, formado esos corrillos en la calle de los que se resisten a marcharse de una vez. Preguntándose unos a otros: “¿Qué te ha parecido?”. Claro, a todos les había parecido bien. No en vano, era su película. Corren malos tiempos para simpatizar con la política, para creer que algo saldrá bien. Basta con ver lo que pasa en el mundo, y en España. Pero esa gente no da su brazo a torcer, pues también han comprendido que el dolor conserva.