El general ruso Valery Gerasimov estableció en el año 2013 que las guerras ya no se declaraban y que los medios no militares serían un mayor peligro para las naciones. La “doctrina Gerasimov” establecía las pautas de las denominadas guerras híbridas y de cómo la desinformación, las noticias falsas y la manipulación de la opinión pública eran una mayor amenaza para la seguridad nacional en cualquier país que cualquier intervención militar convencional. El modo en el que gobierno de España ha resuelto dotarse de herramientas para combatir estas guerras híbridas es lo que ha venido a denominarse “Ministerio de la Verdad” por parte de la oposición y la mayoría de los medios de comunicación que se han mostrado críticos con la propuesta.
El hecho es que el PP, el PSOE y Ciudadanos aprobaron en 2017 la Estrategia de Seguridad Nacional que tiene entre sus preocupaciones perseguir las noticias falsas. Se encargó al Consejo Nacional de Ciberseguridad poner sobre el foco a medios de comunicación como RT o Sputnik y se creó la figura de la embajadora especial para las amenazas híbridas. La preocupación, si fuera sincera, ya se tenía que haber producido hace años. El gobierno se equivoca con la manera en la que ha planteado su propuesta. Primero porque no es efectiva para luchar contra las guerras híbridas y, después, porque ningún gobierno tiene que tener una herramienta de control de la información, ni siquiera de forma estética.
Pero miremos desde otra perspectiva. No hay mejor paradoja para hablar de la protección de la libertad de prensa, de expresión y la verdad que hacerlo con desinformación, mentiras y represión al disidente. En el año 2017 el control de la información, la persecución de las noticas falsas y la desinformación ponían de acuerdo a todos porque se trataba de combatir a un enemigo interno compartido. Ya pocos recuerdan la comisión en el Congreso que trataba el proceso de injerencia rusa en Cataluña y con esa excusa intentaba perseguir a todo aquel que considerara que servía a ese propósito. Pero era aceptable porque se trataba de perseguir al independentismo.
El objetivo lo merecía. Había que hacer cualquier cosa, también censurar las redes, y un editorial de El Mundo citaba a Orwell como ejemplo, pero esta vez para para protegerse de esas noticias falsas que llegaban del Kremlin para desestabilizar España: “La propagación de noticias falsas y de medias verdades sobre Cataluña en las redes y en medios con objetivos claramente espurios es el último episodio de la gran guerra de propaganda y de injerencia en los asuntos internos de terceros países que se viene librando desde hace ya varios años, y que tiene en el punto de mira a una superpotencia como Rusia”.
Es cierto que la desinformación y las noticias falsas son un verdadero riesgo para la seguridad nacional cuando son injerencias extranjeras, pero es igualmente cierto que la desinformación y las noticias falsas son un peligro para la democracia cuando provienen de los medios de comunicación que representan a los intereses determinados de una oligarquía. Es en ese cometido donde las propias asociaciones de prensa han fracasado al eludir su responsabilidad. La doctrina Gerasimov se vive a nivel interno, estamos inmersos en una guerra civil híbrida cuando los intereses de clase intentan derrocar mediante ciertos medios de comunicación a un gobierno que no les gusta.
Las reacciones encendidas por parte de muchos medios de comunicación, las asociaciones de prensa y algunos periodistas estrella expresan que quieren tener en exclusividad el método de censura y represión que aplican por contar la verdad que no conviene para sus intereses políticos. En ese contexto de escándalo impostado, una de las más furiosas puestas en escena contra esa medida del gobierno ha sido la de Ana Rosa Quintana, que afirmó en su programa que allí hay libertad para decir lo que se piensa. Puede, pero si lo dices y no le gusta ya no vuelves.
Parece que se trata de contar la verdad. Pues contemos la verdad. Solo he sentido coartada mi libertad de expresión por compañeros de la profesión, solo he sufrido consecuencias laborales por hacer mi trabajo y contar la verdad por parte de una periodista que se intenta poner medallas de respeto a la diferencia, jamás por ningún político que en sus presiones solo son efectivos cuando algún director de medios es sensible a ellas. Hay periodistas como Antonio García Ferreras que me han protegido de intentos de limpiarme de la parrilla, varias veces, es la verdad, y existen otras, como Ana Rosa Quintana, que me echaron por ser crítico con la gestión de Isabel Díaz Ayuso levantándome de la mesa un día antes de estar convocado por revelar que la presidenta de la comunidad autónoma de Madrid mantenía cerrada un ala de un hospital con respiradores en lo peor de la pandemia. Porque así fueron los hechos y así los voy a dejar escritos. La verdad, la verdad es lo que dice Ana Rosa Quintana que le importa. Contemos la verdad.
Durante la pandemia hubo movimientos políticos y periodísticos que consideraron que la situación era propicia para derrocar al gobierno. La línea editorial de algunos medios se extremó aplastando cualquier postura crítica con la que era una posición editorial de guerra. No valían más que los que cavaran sus trincheras.
El día 11 de marzo acudí al programa de Ana Rosa Quintana y defendí la importancia de los recortes en sanidad de la Comunidad de Madrid al mando de Isabel Díaz Ayuso en las graves consecuencias de la pandemia. Acabó el programa. Se me convocó para acudir el jueves 26 de marzo. El día 24 de marzo publiqué en La Sexta que la Comunidad de Madrid mantenía cerrada una UCI totalmente equipada en el Hospital Público Infanta Sofía en un momento en el que se dejaba morir a pacientes por falta de respiradores. El día 24 de marzo por la tarde la presidenta dijo que era un bulo que estuviera cerrada pero que la abriría inmediatamente. El día 25 de marzo me escribió la productora para anular mi presencia en la mesa de colaboradores que tenía agendada desde la semana anterior. Jamás volví.
Dos meses después escribí a producción del programa para conocer mi situación contractual y cuál era el motivo por el que se había dejado de contar conmigo, aunque lo tenía muy claro por la correlación de hechos. Desde producción del programa se me aseguró que la dirección del programa, que es Ana Rosa Quintana, estaba muy incómoda con mis opiniones porque ellos “tenían una línea muy fuerte contra el gobierno”. Esta es la verdadera amenaza contra la libertad de expresión, los periodistas que de verdad están preocupados por la verdad saben que tienen más que temer a periodistas con poder en los medios que a cualquier comisión ministerial.
He sido una víctima colateral de una disputa por el poder sin ser consciente. De esas guerras híbridas que intentan mediante el control de la información establecer un estado de opinión que incida de manera directa en la expresión libre de la soberanía nacional. Esa es la verdad. No sé cuántos de los que citan a George Orwell han leído su trabajo al citar 1984. Pero puedo aseverar que lo más cerca que he estado de trabajar en el departamento ‘Teledep’ fue cuando se me intentó lanzar al “agujero de la memoria” por contar la verdad que no interesaba a Ana Rosa.