¿Monarquía? ¿Qué monarquía?

5 de agosto de 2020 21:54 h

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“Ain't nobody but me gonna lie for you / Gonna die for you / Ain't no fish in the sea gonna sigh for you / Gonna try for you / Gonna lie for you / Gonna die for you”

'Ain’t Nobody But Me', del álbum 'Crisis? What Crisis?', de Supertramp

Hay una anécdota perfectamente apócrifa que refleja una parte del espíritu del pueblo español que contemplamos campar en estos días. Seguro que la conocen. Es esa del enfervorizado madrileño que aplaude y grita y patea de gozo al paso de la comitiva del rey Alfonso XII en su entrada en Madrid y al que alguien a su lado le comenta: “Pues, oiga, ¡sí que tenía usted ganas de que volviera el rey!”. El personaje en cuestión se vuelve y responde: “No crea, eso es porque no vio lo que grité y aplaudí cuando echamos a su madre”.

He de confesarles que mi posición en ambos casos hubiera sido la misma: no salir a la calle y eso porque, piense uno lo que piense, no soy partidaria ni de los ensalzamientos tumultuosos ni de los linchamientos festivos. De ambas cosas está habiendo demasiado desde el lunes sin que, en mi modesta opinión, se esté aprovechando para poner el debate en el punto que más interesa, que no es un partido de fútbol entre monarquía o república, sino una reflexión sobre los valores y controles que queremos exigir e implementar a quien ostente la jefatura del Estado. Como dijo Montesquieu, el régimen británico es el de una nación en el que la república se esconde bajo la forma monárquica y, como bien le completó Revel, a la inversa, Francia es una nación en la que la monarquía se esconde bajo la forma de la república. La moraleja de todo ello es que lo realmente importante es que la forma de constituirse el Estado adoptada sea respetuosa de lo que se han dado en llamar las virtudes republicanas. En ese sentido soy yo republicana y en ese sentido ha fallado el sistema español hasta traernos a este momento.

El principal problema de la monarquía española es el de haber sido diseñada como una monarquía tutelada, dentro de un país con una Constitución con valores claramente republicanos. La gran paradoja reside en que todos los esfuerzos por “proteger” a la Corona de la implícitamente temida tendencia republicana del pueblo español, no han servido sino para alejarla de la fórmula inseparable de una monarquía constitucional: su transparencia, la existencia de incompatibilidades claras y los controles a los que está sometida. Que un jefe del Estado sea irresponsable o inviolable no significa que no deba ser sometido a los controles democráticos. El presidente de la república francesa también es irresponsable hasta un mes después de su pérdida de mandato. La cuestión es que no está protegido de la crítica pública, de la investigación sobre sus actuaciones o finanzas ni se silencian sus comportamientos éticos o hasta amatorios, y recuerden a Hollande.

Ese es el problema fundamental de la monarquía constitucional española, que se ha construido sobre unos pilares de oscuridad y de culto y de poder difuso pero real, que han evitado que se produjeran la lógica supervisión de las actividades de la persona que la encarna. Hay un riesgo cierto de que los de siempre vuelvan a pretender hacer la misma jugada con la santificación en marcha de la persona de Felipe VI.

No es real ni interesante establecer un debate entre monarquía y república, como si lo hiciéramos entre el absolutismo y la forma política en la que los ciudadanos son libres, iguales y fraternos. Eso es un anacronismo visceral español. Aquí la clave está en el adjetivo 'constitucional', porque esos principios republicanos están perfectamente recogidos en nuestra Carta Magna. Por eso los gritos y el ruido sobre república o monarquía, así a lo bruto, no aportan nada. ¿Qué monarquía? ¿Qué república? ¿Una monarquía constitucional como la británica? ¿Una república iliberal como la que busca Orban? Es la esencia del tipo de Estado que queremos y defendemos lo que de verdad cuenta. Ningún politólogo puede negar la evidencia sobre las monarquías plenamente constitucionales europeas ni vendernos que toda república es un forma democrática.

Incluso como republicana, me gustaría que de esto saliera una especie de Estatuto del Monarca, que dejara atrás todo el proteccionismo, todo el cortesanismo y todas las babas que han acompañado a Juan Carlos I

Lo que necesitamos es ser coherentes con lo que queremos y, por si alguien no lo fuera, dotarnos de los medios para supervisarnos unos a otros, como sucede en democracia, y al rey también, como representante máximo del Estado. Sea quien sea el jefe del Estado necesitamos transparencia respecto a sus finanzas, seguridad de que paga impuestos, prohibición de aceptar regalos o donaciones y el cumplimento como primer español de la obligación de pagar sus impuestos. Son los controles y los contrapesos los que hacen lícitas las estructuras democráticas. Incluso como republicana, me gustaría más que de esto saliera una especie de Estatuto del Monarca, que dejara atrás todo el proteccionismo, todo el cortesanismo y todas las babas que han acompañado a Juan Carlos I, que pretender que se pueda someter a un proceso constituyente al país en el momento actual. Sin cambiar la Constitución, o cargársela, no hay forma de cambiar la forma de la jefatura del Estado. Me gustaría que los que se envuelven en la tricolor y gritan, me explicaran bajo qué parámetros de responsabilidad les gustaría conducir al pueblo español a destruir su Constitución ahora –con una crisis sanitaria, económica, territorial y con un partido de ultraderecha por medio– pues esa y no otra cosa es lo que proponen. Yo no lo veo.

Respecto a la corrupción que indiciariamente se aprecia en la conducta del anterior jefe del Estado, pido que se le aplique también la igualdad republicana. En ninguna democracia con Estado de Derecho se condena por linchamiento ni se omite el juicio justo y contradictorio, con posibilidad de defensa, ni se realizan causas generales sobre las personas a las que sólo se juzga por cada actuación concreta. ¡Hay tanto que sabemos y tano que aún no sabemos! Parece obvio que Juan Carlos I, en un alarde inaceptable de falta de patriotismo y de honradez, no contribuyó con sus impuestos al bienestar general de España y que pudo cometer delitos al hacerlo. También lo es que ha existido una operación de chantaje al Estado, con la Corona como rehén, intentada por personas que sí están acusadas de delitos concretos y que esperaban así verse exonerados. Soy partidaria de que se investigue con todas las garantías y, sobre todo, soy devota de que se implante de forma férrea la virtud republicana de la fraternidad y se acabe con esa lacra patria que consiste en que todo aquel que tiene algo, se ocupe de sustraer al fisco todo lo que puede. Esto incluye a reyes, banqueros, empresarios, futbolistas, artistas y hasta grandes abogados. Esa es una de nuestras grandes deficiencias como sociedad.

Propongo que en vez de desatar revoluciones de salón, cuyas consecuencias son inopinadas, nos hagamos el favor de dejar claro cómo debe comportarse un rey constitucional y mantengamos abiertos todos los canales para que se controle que así en efecto se comporta. Claro que caerá en saco roto, porque ya estamos asistiendo a la erección de la nueva fortaleza de tiralevitas a su alrededor.

En este mismo espacio escribí un día 'La República como objetivo' pero una meta no puede anteponerse a los fines que representa.

Salud y democracia, siempre.