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¿Montamos un partido político?

La manifestación del 8M llena las calles de Madrid

Imma Aguilar Nàcher

He escuchado esta frase varias veces en las últimas semanas y la respuesta que ha seguido a continuación en todos los casos es: “¿Otro?”

No dejo de darle vueltas a esta idea por muchos motivos, entre ellos porque las personas que formulan esta inquietud son normalmente huérfanos políticos, es decir, votantes que no tienen a quién votar, y por que esas mismas personas no creen en lo partidos políticos. La mayoría de electores no afiliados no creen en las instituciones formales de la política. Lo dicen las encuestas: un gran número de españoles consideran la política como un problema, o al menos, que los políticos no son la solución. La situación de detención del tiempo político y los trajines partidistas y reglamentarios con los que están jugando en Catalunya desde las últimas elecciones han contribuido más si cabe a esta sensación de “desafección” entre los ciudadanos y la política institucional.

La masiva movilización de mujeres el 8 de marzo y la atinada protesta de mayores por la reforma del sistema de pensiones han alentado y recordado a mucha gente que la idea de que tomar la calle es hacer política desde lo colectivo. La movilización estaba dormida desde el 15M y se alojaba en las redes. El sofactivismo o activismo online de sofá ha dejado la calle vacía en estos últimos años, dejando latente la indignación, solo soliviantada en Internet. Pero la lógica de la revolución lleva al correlato entre lo online y lo offline: de las redes a las calles. La incógnita en ambos casos, tanto en casa como en la calle, es cómo se traduce una demanda generalizada a la práctica eficaz que lleve al parlamento, al gobierno y a los partidos el debate por la solución del problema.

La calle ha tomado la iniciativa y, como dice el eslogan, la gente ya no ignora el poder que tiene. Y ese poder lo quiere aprovechar. De ahí esta pregunta de “¿montamos un partido político?”, o lo que es lo mismo, los ciudadanos se creen capaces de todo ya. La clave es el formato con el que se lleve a cabo en este caso el nuevo correlato: de las calles al parlamento.

La legitimidad de los partidos está en entredicho, también el sistema político. No me atrevo a decir que sea posible recuperar la indignación como formato de agregación de públicos, pero el estado anímico a la contra sí que está presente de forma transversal. Sin otras opciones nuevas, un partido como Ciudadanos está capitalizando esa emoción colectiva que pide desalojar al PP de la Moncloa, aunque no tanto la de ser la encarnación de la nueva política. Sin esa sensación de que el partido de Rivera sea la solución, y solo con la percepción de que son los que pueden ejercer un cambio, la incertidumbre es el paisaje de los próximos meses. Pueden pasar muchas cosas de aquí a las elecciones de la primavera de 2019 y más, de aquí a las generales, demasiadas cosas. Incluso, por qué no, que se plantee una nueva oferta política.

Los huérfanos políticos de la izquierda moderada siguen buscando en quién depositar su voto. No tendría por qué ser un partido. La movilización ya es un buen formato, se ha visto. Lo fue Podemos. Y digo “lo fue”. Ingredientes como la ética, la eficacia, la creatividad (esos que no son percibidos en los partidos tradicionales) son buenos mimbres para generar alternativas ilusionantes que se desarrollen, mientras los partidos se adocenan en sus cuadros y sus listas y se lanzan a la batalla de robarse entre ellos electorados cansados.

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