Mujerismo no es feminismo
Hay quien dice que las mujeres somos capaces de hacer otra política. Cuando lo escucho me quedo pasmada. Por un lado, no sé muy bien de qué política hay que diferenciarse: si de la que hace el gobierno o la oposición, si de la que se hace en los ayuntamientos o en el parlamento europeo. Y por otro no sé muy bien a qué mujeres se refieren a la hora de hacer esa otra política. Porque si pienso en mujeres y política, me vienen a la cabeza Adriana Lastra, Mónica Oltra, Irene Montero o Yolanda Díaz, pero también Macarena Olona, Isabel Díaz Ayuso o Rocío Monasterio. Y no sé, me parece que todas son mujeres, que todas ellas hacen política, que todas ellas tienen el pleno derecho representar a la ciudadanía, pero que lo hacen de manera muy distinta.
No debe estar tan de moda el feminismo si tenemos que explicar que las mujeres no somos un colectivo con capacidades y habilidades similares para la política. El discurso que coloca a las mujeres como más conciliadoras, empáticas, cooperativas, con más capacidad de llegar a acuerdos o que tienen menos ego es un discurso sexista. Si desde el feminismo propugnamos que mujeres y hombres pueden desarrollar sus vidas fuera de los roles y estereotipos que impone esta sociedad machista, ¿Por qué en la política iba a ser distinto? ¿Por qué iba a ser esperable que las mujeres se comporten de una determinada forma? Es injusto y una trampa esperar de las mujeres un comportamiento distinto o extraordinario en política. Si pretendemos conseguir la igualdad en el espacio político, construir un discurso de la excelencia sobre las cualidades femeninas puede resultar tan perjudicial como los discursos que mantienen a las mujeres en posiciones de inferioridad o dominación.
Las mujeres están presentes en el espacio político por derecho propio. La ausencia de mujeres del poder político es un fracaso conceptual y práctico de la democracia representativa. Las mujeres somos demos, somos pueblo, somos ciudadanas, somos representantes y representadas. Y la paridad no es otra cosa que aspirar a que el sexo de las mujeres no opere en su contra. Y ya. A partir de ahí las mujeres pueden ser de izquierdas o de derechas. Fascistas, progresistas o comunistas. Una vez superado ese enorme obstáculo que supone la discriminación por razón de sexo las mujeres en política son lo que ellas quieran o puedan ser. Aunque cabe señalar, llegadas a este punto, es de justicia reconocer que la herramienta básica que facilita la participación de todas las mujeres, en todos los partidos, son las listas electorales paritarias aprobadas por el gobierno del PSOE en 2007. Una batalla que las feministas ganaron con mucho esfuerzo en sus organizaciones políticas para llevarla después al BOE y a pesar de los recursos de inconstitucionalidad de la derecha.
Que haya mujeres en política es una cuestión básica de calidad democrática, pero eso no garantiza que haya feminismo en la política. El feminismo es otra cosa muy diferente a la presencia de mujeres. Y conviene tenerlo en cuenta. El feminismo en política es hacer de la igualdad el objetivo de cualquier política pública. El feminismo es hacer de la lucha contra la violencia machista, de la desigualdad laboral y de las agresiones sexuales una prioridad en la agenda política. El feminismo se nota si los presupuestos tienen enfoque de género, si la diplomacia y las relaciones internacionales tienen en cuenta los derechos de las mujeres. El feminismo es que la garantía de los derechos sexuales y reproductivos de todas las mujeres, en cualquier lugar del mundo, sea asunto en la agenda de los gobiernos. Feminismo es pensar el urbanismo y las políticas de movilidad con mirada de género. El feminismo en política es tener presente, en todo momento, que la igualdad, seguridad, libertad y dignidad de las mujeres no es un asunto ni negociable, ni secundario.
El feminismo en política no es decir, es hacer. Y, si observamos cómo se comportan los gobiernos liderados por mujeres conservadoras, liberales o fascistas en todo el mundo, y a lo largo de la historia, es fácil apuntar que el feminismo no es cuestión de ser mujer, es cuestión de ideas políticas. Confundir la presencia de mujeres, el mujerismo, con el feminismo es un grave error. Porque si bien es cierto que lo primero es una condición básica de la democracia representativa, lo segundo, el feminismo, pretende hacer de esas democracias no solo representativas, sino también, más justas socialmente y más seguras y libres para las mujeres. Y para eso necesitamos feministas al frente porque ser mujer no basta.
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