El voto por el Brexit desató un vendaval de comentarios sobre la política antiestablishment, el fracaso de los expertos, la abdicación de la izquierda, etcétera. Visto al lado de la campaña presidencial en Estados Unidos, muchos consideran el Brexit una llamada de atención.
En respuesta, el exsecretario del Tesoro de los EE.UU. y expresidente de Harvard Larry Summers propone un “nacionalismo responsable” para contrarrestar el lenguaje a menudo chauvinista, antiinmigrante y proteccionista del populismo de derecha. El autor promueve una respuesta en la que se “entienda que la primera responsabilidad de los países es buscar el bienestar económico de sus ciudadanos, pero de modo tal que su capacidad de perjudicar los intereses de los ciudadanos de otros países esté circunscrita”. Deberíamos evaluar los acuerdos internacionales “no tanto por cuánto logran armonizar o cuántas barreras derriban, sino por su capacidad de empoderar a los ciudadanos”.
Como Summers y otros sostienen, la globalización trajo enormes beneficios a la economía mundial en su conjunto, pero los ganadores rara vez compensaron a los perdedores, directa o indirectamente. Además, últimamente los ganadores suelen ser muchos menos que los perdedores, particularmente dentro de un área geográfica dada o en mercados donde el ganador se queda con todo. Por último, las políticas económicas preferidas por los “ganadores” (y adoptadas bajo su influencia) distan de ser ventajosas para todos.
Todo esto es cierto. Por desgracia, estos argumentos suelen llevar a que el campo político de los moderados retroceda ante la presión del nativismo, el nacionalismo agresivo y la repetición de consignas económicas incoherentes. Los que promueven una estrecha política identitaria coreando o tuiteando frases cortas y efectivas obligaron a los que creen en una comunidad humana global ligada por intereses compartidos a dar un combate de retaguardia para explicar por qué esas frases no tienen sentido.
Pero los autores de ese contraataque, si cabe llamarlo así, al parecer no han podido refutar las afirmaciones tendenciosas de los populistas con frases que sin ser tan cortas sean igual de efectivas. Es verdad que desde el campo de los moderados se ofrecen análisis económicos aceptables y propuestas políticas sensatas; pero el debate suele darse en un lenguaje (y un lenguaje corporal) de tecnócratas, que incita al bostezo, no al apoyo popular.
Hay necesidad imperiosa de un populismo moderado, humanista, global y “constructivo” que pueda contrarrestar a los extremistas, no con complejos modelos matemáticos de, por ejemplo, las consecuencias del Brexit para el nivel de empleo, sino con ideas simples y a la vez poderosas capaces de movilizar a las multitudes. Cuando las democracias liberales se enfrentaron a duros desafíos en el pasado supieron encontrar esas voces. Pensemos en la retórica de Franklin Roosevelt en los años treinta, o en la de los padres fundadores de la Comunidad Europea.
Lo que hace “constructivo” al populismo constructivo es tomar aquello que se sabe con un grado razonable de certeza y simplificarlo. En cambio, los populistas “destructivos” distorsionan deliberadamente lo que se sabe y lo que no, lo inventan sin el menor escrúpulo.
Esta clase de populismo destructivo es mucho más infrecuente en el nivel municipal, donde el debate está centrado en hallar soluciones concretas a los problemas reales de los ciudadanos. Esto no implica que la política municipal sea fácil; basta ver las tensas relaciones entre la policía y las minorías raciales en las ciudades de Estados Unidos. Pero como Bruce Katz y Luise Noring han demostrado, en muchas ciudades estadounidenses y de otros países, los funcionarios electos, las organizaciones civiles y las empresas privadas saben unirse trascendiendo divisiones partidarias para diseñar proyectos innovadores en transporte público, vivienda o desarrollo económico y hallarles financiación.
Donde más se necesita un populismo constructivo es en los niveles nacional e internacional, porque hay muchos problemas que no pueden resolverse en el nivel municipal. Pensemos en la política exterior. Hay en muchos países una fuerte tendencia hacia la clase de nacionalismo agresivo que produjo tantas catástrofes en la historia, sobre todo en la primera mitad del siglo XX.
Algunos desestiman los peligros de este resurgimiento nacionalista, con el argumento de que la interdependencia económica nos protegerá de nuestras pulsiones atávicas. Pero no fue así en el pasado. No hay que olvidar que las tres décadas desastrosas que empezaron en 1914 siguieron a un período de veloz y profunda globalización.
Es esencial una vez más un mensaje político que encarne el compromiso con la vigilancia constante en favor de la paz. Pero hay que ponerlo en práctica. En las democracias liberales, ese mensaje debe hacer hincapié en tres componentes: fuertes capacidades de defensa e inteligencia; la legitimidad de negociar con amigos y enemigos por igual en busca de coincidencias; y la comprensión de que las alianzas y amistades para ser duraderas deberán basarse en el respeto compartido de los valores democráticos y los derechos humanos.
No debe permitirse que intereses comerciales o de otro tipo a corto plazo debiliten cuestiones de principios básicas. Entendiendo que los derechos humanos, incluidos por ejemplo los derechos de las mujeres, son un elemento clave de los valores democráticos, podemos negociar toda clase de temas con aquellos que los reprimen, pero hasta que no haya avance en relación con esos derechos, no podemos ser auténticos amigos de esos países y al mismo tiempo decir que defendemos los valores humanos universales. El populismo constructivo no puede ser cínico; pero debe ser realista, y debe reconocer que el progreso puede ser gradual y tener formas diferentes en diferentes lugares.
En política económica hay muchos desacuerdos razonables que impiden un consenso. Pero no hace falta hablar difícil para decir que los mercados solamente benefician a todos si se los regula en función de los intereses de todos; que el gasto público que crea activos productivos puede reducir el cociente entre la deuda pública y la renta nacional; y que el desempeño económico debe medirse por la amplitud de la distribución de los frutos del crecimiento.
El modo de superar la política identitaria y el populismo irresponsable no es negociar con ellos un término medio o combatirlos con un análisis técnico detallado. El modo de evitar el desastre es el populismo constructivo: simple, exacto y siempre sincero.
Traducción: Esteban Flamini
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