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Un negro me escribe los artículos

Nunca olvidaré las clases de autoescuela que tomé durante un verano. Por una de ellas en concreto, en la que entre las instrucciones viales hablaba de la vida con el profesor. Contando una de sus batallitas, dijo una expresión que provocó en el coche uno de esos silencios incómodos: “Aquello parecía una merienda de negros”. Se dio cuenta al instante de lo que había dicho y de las implicaciones que tenía. Como yo también supe que de no ser una persona negra, la frase hubiera tenido la relevancia de un adverbio de tiempo.

Hablamos siempre de que el racismo es una construcción social y que afecta a prácticamente todos los ámbitos de la vida. El lenguaje no es una excepción. Nuestra forma de hablar en el día a día está plagada de referencias construidas sobre el imaginario racista, expresiones más o menos explícitas que pocas veces suscitan una reacción en el entorno.

En 2015 hubo una genial campaña contra una de las definiciones de gitano y que aludía directamente al término ‘trapacero’. Según la Real Academia Española, es una persona que “con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto”. Por definir palabras no lo sé, pero por encasquetar estereotipos y prejuicios negativos a toda una comunidad la RAE merece un sobresaliente.

Fuera del ámbito de los Javier Marías de turno que nos dictan cómo debemos hablar y definirnos, cada día escuchamos un crisol de expresiones de tufo racista. “Dúchate, que pareces un gitano” o “trabajas como un negro” son algunas de ellas, pero no las únicas. Como cuando sistemáticamente se dice ‘chinito’, diminutivo que implica algo; nunca oímos, por ejemplo, llamar a alguien ‘alemanito’. Pero es lo que tienen las culturas sobre las que uno siente superioridad, que se tiende a empequeñecerlas hasta en la forma de hablar. Y si no que se lo digan a este ‘negrito’.

Pero si hay una expresión que me tiene fascinado es la de negro literario. Por el gran uso que se hace de ella, la normalización a su alrededor, el quorum sobre su significado y, sobre todo, porque nadie parece reparar en el racismo que hay detrás. De vuelta a la RAE, lo define como una persona que “trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro, especialmente en trabajos literario”. Se empezó a utilizar en Francia, cuando se calificaba al que escribía como ‘negro’ y al que firmaba como ‘negrero’.

Repasado el significado denotativo, saltamos al connotativo. Las dos caras de una moneda que muchas veces solo se mira por un lado. La definición de negro literario es tan paradigmática porque además reúne varios estereotipos negativos asociados históricamente a la población negra, y que no son otras que la explotación, la sumisión y la invisibilización. Y si no, ¿históricamente qué comunidad ha trabajado “anónimamente para lucimiento y provecho de otro”?

Seguimos usando esta y otras expresiones. Un titular con un “Padres que hacen de negros de sus hijos” no sorprende. Otro que habla de “Los cinco ‘negros’ y el ‘negrero’ de Fernando Suárez, el rector copión”, tampoco. También hablamos del ‘negro’ que le escribe los discursos al rey sin sonrojarnos.

Lo curioso de esto llega cuando, tras hacer una reivindicación de este tipo vuelve el Javier Marías de turno o los escuderos de la falsa incorrección política a defender las definiciones aludiendo a argumentos de historia y tradición. Nada de cuestionarse por qué a la hora de definir términos que se refieren a gitanos no participan gitanos, negros en las palabras que se refieran a los negros o, en un caso flagrante, mujeres que expliquen conceptos relacionados con ellas. Ahí tenemos la definición de “histeria”, que en pleno 2017 nos dice que es más frecuente en el género femenino que en el masculino.

El lenguaje construye realidad social y en el tema de los prejuicios no se queda atrás. Cada temporada elegimos la palabra del año, una de nueva invención o de poco uso que de repente irrumpe en nuestro día a día. Ese mismo empeño en renovar el lenguaje con palabras nuevas no existe cuando se pide eliminar términos por su racismo o machismo. En estos casos, se habla de que se están definiendo conceptos que ya existen, pero la RAE puede tomar la iniciativa para transformar el lenguaje y por consecuencia a la sociedad.

La misma responsabilidad que le pedimos a la RAE nos la debemos exigir a nosotros mismos. Yo he sido el primero en decir “chinito” o pedir a alguien que se duchara porque parecía un gitano, pero una vez conocido el racismo detrás de expresiones así, ya no hay excusa. Dejar de usar expresiones racistas depende también de nosotros mismos. O algo así me dijo el negro que me escribe los artículos.