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La nueva política existe

La “nueva política” existe... en Catalunya. Un amigo me escribe desde Madrid preocupado porque el Parlamento catalán rechazó la candidatura de Miquel Iceta para presidente del Senado. Considera que, además de inconstitucional, va por el mal camino y es incomprensible. Mi amigo desea sinceramente una solución política para el conflicto entre Catalunya y el Estado, pero él piensa desde el prisma de la política española que no ha cambiado en lo sustancial y sigue basada en un consenso profundo entre esos partidos que han participado en los debates electorales televisados recientemente.

Antes eran dos partidos estatales y ahora son cuatro o cinco pero, como han mostrado con claridad esos debates, ninguno ha planteado una ruptura con el sistema político nacido de la sucesión de Franco en la jefatura del Estado, la Ley de Reforma Política y la consiguiente Constitución del 78.

Que para mi amigo sea “incompresible” se explica porque si bien en Madrid y España no ha habido ruptura, en Catalunya sí la habido y ya son inevitablemente dos países distintos y no veo como puedan dejar de serlo. Allí comenzó hace diez años una inicial respuesta democrática a una decisión de Estado, la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el “Estatut”, que en una dialéctica continuada con el Estado se transformó en un nuevo consenso interno catalán basado en el rechazo a la monarquía del Borbón, el republicanismo y la reclamación del derecho a decidir. Y, sobre todo, sobre el ejercicio de las libertades, una práctica de la libertad extendida socialmente y que llegó a un acto de desobediencia cívica masivo con más de dos millones de personas adultas identificándose con nombre, apellidos, domicilio y número de DNI desafiando una prohibición del Estado a votar. Una práctica política impensable entre políticos españoles que llevó en estos momentos a tres presidentes de la Generalitat a ser perseguidos por la justicia española. Mientras presidentes de Gobierno españoles con evidentes delitos a sus espaldas campan libres y felices.

Es decir, mi amigo desde Madrid y los catalanes que conozco viven ya en dos momentos distintos de la historia. El ejercicio de la política dentro de las normas y restricciones del consenso español establecido ya quedó atrás para la mayoría de los catalanes.

Es por eso que por más que anuncian que “ahora ya se cansan”, “el souflé ya va a bajar”, “ahora aprenderán” etc., la sociedad catalana defrauda esas expectativas del poder. Unas expectativas que, desde el punto de vista democrático, son realmente miserables, pues se basan en la derrota de una ciudadanía que quiere votar libremente y se basan en el poder de la coerción. Como dice al respecto un periódico alemán, “en España da igual quien gobierne, sólo saben reprimir”.

También a mí me resulta bastante “inexplicable” que para mi amigo sea inexplicable que el Parlamento catalán no vote a Iceta. Porque Iceta participó en manifestaciones del brazo de la extrema derecha española, ostentó la cocina de una paella mientras sus conciudadanos recibían cargas de las policías, amparó el 155... Y ahora quien lee puede pensar que esta relación de hechos suena a añagaza demagógica, pero en ese caso se debe al desconocimiento de esa otra realidad que se vive en la sociedad catalana, allí la herida es muy profunda en la gente, tanto que condiciona la política.

En España, en general, no cabe imaginarse que la sociedad se mantenga firme y organizada manteniendo una posición. El 15M expresó un cabreo general que devino en el nacimiento de un partido y en la disolución progresiva de aquel cabreo, pero en Catalunya no hay cabreo, hay firmeza en una posición muy extendida. Y eso es lo que hizo que su parlamento obedeciese y no votase a Iceta. Los políticos de ERC y JxCat son políticos, es decir, son profesionales que manejan resortes y técnicas parecidas a los demás políticos y les habría gustado inicialmente poder negociar, transaccionar y pactar con el Gobierno, pero la gente nos les ha dejado. Así de simple. Porque en Catalunya sí ha nacido una nueva política democrática. Una nueva política que ha hecho relevos sociales y políticos en la dirigencia del país, es así que la vieja política catalana, por ejemplo la de Unió, está colocada en despachos de la CEOE en Madrid o en las filas del PSC-PSOE. Y es eso lo que explica que la Cámara de Comercio de Barcelona esté ahora orientada por un empresariado soberanista de la mediana empresa que desplazó a las grandes empresas que mantenían la posición unionista y eran el enlace con la Corte.

Si mi amigo atendiese a los medios de comunicación en catalán, sabría que en los mismos días que el Gobierno pedía el voto a Iceta en aras de algún diálogo futuro, por ahora inconcreto o simplemente inexistente, la Junta Electoral Central intentaba que los políticos exiliados no pudiesen presentarse a las elecciones; el juzgado número 13 de Barcelona procedía a embargar a ciudadanos y ciudadanas presas por su implicación en la votación, pues se negaba a recibir el dinero, más de cinco millones que había recaudado una caja de solidaridad ciudadana; la fiscalía acusaba como “organización criminal” a los directivos de los medios de comunicación públicos catalanes por la cobertura del referéndum; la Junta Electoral Central nuevamente impedía que los candidatos presos pudiesen ejercer su derecho a debatir sus propuestas en los debates televisivos... No puedo imaginar qué nueva muestra de “diálogo” por parte del Gobierno y del Estado estarán tramando en estos momentos.

A lo mejor, lo “inexplicable” podía ser explicado simplemente con molestarse en escuchar a esa ciudadanía que no está cabreada sino empoderada y profundamente ofendida, unas ofensas que el Estado renueva una tras otra cada día. A lo mejor los políticos españoles y los medios de comunicación deberían aprender catalán, no es tan difícil de entender si se pone interés, y se enterarían de lo que ocurre allí.

(A propósito, si Sánchez desease que Iceta presidiese el Senado, sólo tendría que haberlo presentado como candidato, en vez de exponer su candidatura a esa decisión del parlamento de los catalanes. ¿O es que realmente ya se temían que no lo votasen?)