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Nueve años en un colegio público de nombre franquista

Captura del Colegio Patriarca Obispo Eijo Garay

Elena Cabrera

1 de julio de 2023 22:35 h

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Cuando busqué un colegio para matricular a mi hija en Infantil, me recomendaron uno muy cerca de mi casa llamado Patriarca Obispo Eijo Garay. Yo dije que no rápidamente: quería un colegio público. “No te dejes llevar por el nombre”, me dijeron. “Este es un cole público, y muy bueno”.

¿Cómo no dejarse llevar por el nombre? De hecho, es lo que hacemos durante toda nuestra vida. Levantamos la cabeza cuando alguien dice el nuestro. A veces nos tatuamos los nombres de otros en la piel. Las personas trans se cambian de nombre. Hay padres que nombran a su hijo como ellos mismos porque buscan alguna especie de proyección o continuidad.

Efectivamente, el colegio era público y parecía bueno. Bueno en el sentido de que no estaba masificado, que tenía un patio enorme, con un huerto y un pequeño estanque, y parecía que los profesores y el equipo directivo disfrutaban con su trabajo, poniéndole cariño y atención. Así que rellené la matrícula, a pesar del nombre.

Investigué y supe que Eijo Garay no era solo un sacerdote con poder en la Iglesia, lo era también en el Estado. El general Primo de Rivera le facilitó un lugar preeminente en la Asamblea Nacional tras su golpe militar, y de nuevo con el siguiente dictador, y tras otro golpe de Estado, Franco le facilitó un escaño. Pertenecía a la Falange y era miembro de su sector más reaccionario, la Junta Política. Al respecto del día que se proclamó la Segunda República, Eijo escribió que las personas que lo celebraban eran una “turba desarrapada cuyas bocas eructaban odio”. Obviamente, firmó la carta colectiva de los obispos españoles rechazando el régimen republicano. En 1936, manifestó públicamente su adhesión a la sublevación y juró defender “la santa patria y la santa bandera”. A la defensa republicana, el obispo la denominó “revolución satánica”. Entre los méritos del prelado se cuenta su contribución al diseño del nacionalcatolicismo —la ideología del franquismo— y al ideario de la Guerra Civil como “cruzada nacional”. 

Tras completar Infantil, en el año en el que mi hija comenzaba la Primaria (2017), algunos padres y madres que vivíamos con vergüenza el responder a la pregunta ¿cómo se llama el colegio de tu hija?, empezamos a pensar si sería posible un cambio de nombre. elDiario.es había publicado en junio un listado de más de 80 colegios madrileños que conservaban nombres de figuras del franquismo. Entre ellos estaba el nuestro y los periodistas habían decidido resaltarlo en el texto: “También han dejado su huella en las aulas religiosos vinculados al régimen como Leopoldo Eijo y Garay, designado Consejero Nacional de FET y de las JONS por Franco y promotor desde su posición de obispo de Madrid de que el dictador fuera a los actos religiosos bajo palio”. Ese artículo nos dio un espaldarazo. Además, el Ayuntamiento de Madrid le había retirado la Medalla de Oro unos meses antes. Teníamos que hacerlo.

Hablamos con historiadores, reunimos documentación, nos informamos sobre cómo proceder. Todo fue difícil y lento. Había que convencer a mucha gente: la Junta Directiva de la AMPA, la dirección del colegio, el Consejo Escolar, las familias, los alumnos y alumnas, la Mesa de Educación del Foro Local del Distrito de Chamartín (Madrid), la Junta de Distrito, la Consejería de Educación y a todo el mundo que tuviera alguna decisión que tomar al respecto en la Comunidad de Madrid. Y eso fuimos haciendo.

El colegio hizo suyo el proyecto e implicó a todo el alumnado. Se trabajó la iniciativa en las aulas y se propusieron nombres, sobre los que se hicieron trabajos. Nos quisimos dar un nuevo nombre a nosotros mismos. La lista se redujo a cinco: Rafael Sánchez Ferlosio, López de Hoyos, Elena Fortún, Carmen de Burgos y María Elordi. Ferlosio era vecino del barrio y su nieta estudiaba en ese momento en el colegio. El edificio de la escuela está situado en la calle López de Hoyos, cronista de Madrid y maestro de Cervantes. Fortún era la escritora de los hermosos libros infantiles de Celia. La periodista y escritora Carmen de Burgos, autora de la Generación del 98, merecía dejar de ser invisible.

En cambio, y contra todo pronóstico, el nombre que salió ganador de una gran votación en la que participaron las familias fue María Elordi, la anterior directora del colegio. Se la quería, se la recordaba, todo el mundo sabía que había conseguido reflotar el colegio en sus peores momentos. Fue una lección al respecto de qué significan los homenajes: quizá no hay que ponerse grandilocuentes, quizá es suficiente con reconocer el trabajo de quien piensas que lo merece.

Después de realizar todos los trámites debidamente y con un proceso participativo bien documentado, se solicitó oficialmente a la Comunidad de Madrid el cambio en el curso 2018-19. Y, desde entonces, hemos pasado los días esperando una respuesta que jamás llegó. Escribo estas líneas en la noche antes del último día de mi hija como alumna del colegio Patriarca Obispo Eijo Garay. A la vergüenza del nombre, se suma la humillación de no haber sido, ni tan siquiera, merecedores de una respuesta; ni con Cristina Cifuentes ni con los dos gobiernos de Isabel Díaz Ayuso. En estos días que se constituye el tercero ya no quedan esperanzas de obtener una respuesta y el colegio considera que el silencio administrativo es un no.

Nos vamos del colegio y se queda allí la esperanza de que, algún día, otras familias extrañadas emprendan con mejor suerte el mismo camino arduo que recorrimos nosotros. La semana que viene tengo que realizar la matrícula de la ESO en otro centro. Esta vez no hemos tenido que buscar mucho, pues el colegio está adscrito a un instituto cercano con muy buena fama. ¿Quieren saber cómo se llama? Ramiro de Maeztu, admirador de Adolf Hitler, antisemita, antirrepublicano y defensor del régimen militar. Fue encarcelado en la retaguardia republicana y asesinado. Por ello, en 1939, se le concedió el honor de nombrar un instituto de Madrid con su nombre y su apellido.

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