Nuevo orden económico: desafíos y respuestas
El proceso de deterioro y aumento de la desigualdad social viene de lejos; por ejemplo, la población más pobre de Alemania ha ido perdiendo renta y poder adquisitivo en los últimos veinte años, como señala David Card, economista de la Universidad de Berkeley, en El País, el 26 de julio de 2015, que añade que “sea cual sea el crecimiento de la productividad, la ganancia se redistribuye cada vez más hacia el 10% con más ingresos”. Y esta acelerada concentración de los ingresos entre ese 10% es en España una evidencia, como lo pone de manifiesto la AEAT en agosto de 2015: la masa salarial del sector privado ha caído en estos años más de un 18%, y la de los funcionarios más de un 4%, mientras la de los ejecutivos y directivos, que forman parte de ese club de los más ricos, ha aumentado en más de un 16%.
El contexto aquí esbozado está constituido por los elementos siguientes:
1. La “crisis” entendida como parte del proceso de transformación del modelo económico
El modelo económico capitalista se agota. De ahí la referencia a la exposición de Larry Summers, aludiendo a las burbujas como soporte de nuevos desarrollos capitalistas, pero con una eficacia expansiva decreciente.
Desde luego le es necesario al modelo aumentar la tasa de explotación, porque es útil en todos los sentidos: el económico, porque apuntala los beneficios; el cultural, porque acelera la adaptación a las nuevas exigencias del modelo; etc. Como señala Alberto Garzón Espinosa, eldiario.es, 28 de julio de 2015), el papel subordinado de la economía española es estructural y nos aboca a sufrir la imposición de una estrategia como la que estamos viendo desplegarse:
“En realidad, el subdesarrollo relativo de la economía española o griega es estructural, es decir, es parte del reparto de cartas en la economía mundial.” “Y el diseño institucional de la Unión Europea y la eurozona no sólo no corrigen esa circunstancia sino que la agravan. Es más, las reformas estructurales impuestas por la troika en los países del Sur de Europa tienen como objetivo profundizar en el carácter periférico y dependiente de estas economías. No hay ningún propósito de modificar las estructuras productivas y hacerlas converger con las del centro”.
Es interesante recordar que el lugar de España en la división internacional del trabajo viene siendo subordinado desde la época del Imperio colonial, cuando los medios de pago - el oro y la plata de América - permitieron el funcionamiento de una economía mercantil pero al tiempo impidieron el desarrollo de la industria, manteniendo a gran parte de la población en la miseria y la exclusión y eliminando el excedente demográfico a través de la emigración colonizadora. El modelo sigue en gran medida vigente, como lo muestran el déficit exterior estructural y la vuelta a la expulsión de población tras un breve paréntesis.
Pero el nuevo modelo necesita sobre todo prescindir de una parte creciente de la población en edad de trabajar. La exclusión responde a un excedente estructural, no coyuntural: como se dice en la sección de opinión del diario El País, del domingo 9 de julio de 2015, bajo el título “Precariedad peligrosa”:
“Gran parte de los parados de larga duración se convierten en desempleados permanentes cuando rebasan los 40 años. A partir de esa edad, el asalariado se convierte en invisible para las empresas; deja de contar en las pruebas de selección y, según el análisis de muchas empresas de empleo, es probable que no vuelva a encontrar trabajo en el resto de su vida laboral.”
Por otro lado, la paulatina liquidación de servicios sociales de gestión pública (sanidad, dependencia, educación,…) es funcional a la estrategia de creación de nuevos mercados para los negocios privados. Pero, a la larga, esto no resuelve el problema de la pervivencia del modelo económico: no pasa de ser “una pequeña burbuja poco duradera”.
La que resiste y asegura su cuota es la economía financiera. Volviendo al caso de Grecia, como dice Eduardo Garzón Espinosa, eldiario.es, 21 de julio de 2015:
“… si bien es cierto que el Estado griego ha recibido muchísimo dinero por parte de Europa y del FMI, también es cierto que la mayoría del mismo sólo ha servido para 1) rescatar a bancos privados, tanto nacionales como internacionales, 2) contribuir al negocio bancario al pagar intereses, y 3) satisfacer pagos comprometidos con organismos internacionales; mientras que sólo una reducida proporción… ha servido para llevar a cabo el gasto corriente del Estado griego…”.
La economía real deja de interesar: su expansión no forma parte de las estrategias económicas y su modernización tiene efectos demasiado limitados (véase la ausencia de política industrial).
2. La política como eje de la acción
Lo que se dirime es ante todo una cuestión de poder: quién decide y hasta qué punto tiene que justificar sus acciones.
El desplazamiento de los centros de decisión desde las instituciones más cercanas a la soberanía popular hacia instancias muy alejadas y menos visibles para los ciudadanos hace que los estados-nación queden fuera de juego: los pueblos son convocados para resolver cuestiones menores, mientras las cuestiones mayores quedan fuera del alcance.
A escala europea, los equilibrios de la posguerra se han roto, entre otras razones principales porque, como señalaba Helmut Köhl en una entrevista, la nueva generación de dirigentes alemanes no vivió la guerra y muchos de ellos ni siquiera recuerdan la condonación de la deuda que a Alemania le permitió salir de las miserias de los años cincuenta: es exactamente el caso de Merkel, a la que Köhl se refería específicamente, que además de pertenecer a una generación de posguerra se educó en la RDA, sin llegar a tener una percepción clara de la importancia de la entente franco-alemana.
3. La traslación de los enfrentamientos para evitar la ocultación
Un relato de magnificación de las reacciones populares ante la crisis es necesario para justificar ciertas medidas represivas, concebido para elaborar por anticipado una respuesta a lo que se presume probable: el caso griego sirve como espantajo, desplaza la discusión al terreno de los problemas nacionales de Grecia y permite eludir la cuestión principal, que es la grave crisis de ámbito europeo. De paso, se advierte que el castigo puede extenderse a todos esos europeos “perezosos”, que señala la prensa alemana, marcando la frontera entre la Europa protestante-anglicana y la Europa católica-ortodoxa; entre la Europa germana y anglo-sajona y la Europa mediterránea; entre la Europa de la sensatez y la de la radicalidad, como enfatiza cada vez más buena parte de la prensa escrita en España.
Mientras se atraviesa la fase de transición, con la adaptación del entramado institucional y del marco jurídico, el sistema asume que tiene la obligación de mantener una cierta legitimidad democrática: se trata de una acción puramente instrumental y que se irá adaptando a las exigencias de cada fase, introduciendo herramientas que guardan la apariencia democrática pero anticipan las nuevas reglas del juego más restrictivas que se van imponiendo.
Ante esto, es útil preguntarse:
¿Cuáles son los principales desafíos y cuáles pueden ser las líneas de respuesta?
1. El modelo económico que conocemos está en fase de recomposición, una vez que su fundamento principal, que sigue siendo la explotación del trabajo (el ajeno y, cada vez más, el propio), encuentra crecientes dificultades para sostener su reproducción ampliada.
La expulsión de mano de obra y la multiplicación de burbujas financieras son las principales respuestas del modelo desde hace unos años, con desprecio por los equilibrios básicos entre economía financiera y economía real y entre utilización de los recursos y sostenibilidad económico-social y ambiental.
Las respuestas alternativas que suelen proponerse carecen de eficacia porque se auto-limitan en dos sentidos: operan a escala de estado-nación y continúan encerradas en la polémica acerca de la salida de la crisis.
Las respuestas vivas solo podrán encontrarse a través de un cambio de plano: trasladar la batalla a niveles supra-nacionales y privilegiar la lucha política con énfasis en los objetivos económicos en lugar de encerrarse en la lucha política “pura” (constitución, instituciones, sistema electoral, etc.), que únicamente permite repartir otra vez las mismas cartas.
2. El modelo político democrático que conocemos está, si no muerto, como mínimo en estado de rigidez avanzada. Su utilidad, más allá de las batallas locales y de corto plazo, está anulada por las propias dimensiones del desafío.
El empate político ha permitido mantener una apariencia de juego democrático mientras las grandes cuestiones se decidían en ámbitos muy alejados de la soberanía popular. Las respuestas tradicionales del sistema han resistido hasta la llegada de la indignación popular, y ahora, cada vez más, se dejan ver las garras afiladas que toman la forma de leyes represivas y que anticipan una ofensiva general en toda regla.
Las respuestas efectivas tendrán que basarse en la convergencia de una soberanía popular recuperada dentro de los límites del estado-nación y una superación de esos límites a través de alianzas transformadoras a escala europea, quizás inicialmente en la Europa del sur, hasta que alemanes, holandeses, finlandeses, etc. descubran que ellos tampoco forman parte de ese 1% más rico, en el que solo estarán sus representantes en el “poder financiero mundial”.