Obediencia, consumo y ocio
Dicen “reinvéntate”. Yo digo no. No te reinventes. Dicen sé “emprendedor”. No, no seas emprendedor. Todo eso acabó. Dicen “ten paciencia”. Yo digo no. Dicen “sé manso”. No, nada de lo que inventen ellos, de lo que pidan ellos, de lo que enuncien, nada de eso tan viejo nos sirve ya. Nada que salga de ahí va a frenar nuestra caída libre hacia la miseria medieval. Algunos contestan “que se unan —poder y oposiciones— para solucionar”. No. ¿Quiénes van a unirse? ¿Los mismos que nos han traído hasta el borde del precipicio y luego nos miran caer? ¿Los mismos que repiten sus cositas, las mismas cositas, desde hace décadas, cada vez más abajo, cada vez más sucios?
No, de ninguna manera.
La base de nuestra educación industrial tiene tres patas: obediencia a la autoridad, consumo y ocio (entendiendo que el consumo es una necesidad; y el ocio una exigencia, más o menos como la felicidad, o por eso). La base de nuestra educación —y, ojo, de la educación de nuestros hijos— podría resumirse: Si eres obediente y acatas, podrás tener todo lo que necesitas, que es mucho, y contarás con tiempo libre para disfrutarlo, sin el cual no “eres persona” (lo de ser persona, con toda su carga litúrgica, apesta de un modo que mancha allí donde lo coloques, mancha esto también).
Ahora todo el mundo se empeña en mirar nuestro cáncer desde el punto de vista de la economía que manejamos, pero el error es más hondo, está en la base de aquello para lo que hemos sido domados.
Hace algunos días, en una de las muchas tertulias de televisión en las que se desarrolla el debate de esto que llamamos política, oí una conversación más o menos como la que sigue:
—…y lo malo es que, si hubiera elecciones, el PP volvería a sacar mayoría, incluso mayoría absoluta.
—Claro, ¿y a quién quieres que voten, si no? ¿A los socialistas?
—Ya, claro. Los socialistas no tienen a nadie.
—No es eso. El PP tampoco tiene a nadie, pero eso a la derecha no le importa, la derecha vota a la derecha. La izquierda, llegado el caso, tiene un dolor de conciencia y deja de votar.
—También está Izquierda Unida.
—¿Izquierda Unida?
Este diálogo podría haberlo oído igual en la cola del mercado, en la barra de un bar o en un retrete público. Cada uno de los partidos nombrados (a los que podríamos sumar UPyD y los nacionalistas) propone sus medidas, más o menos “sociales” pero todas ellas dentro de estos parámetros agonizantes. Ninguno se planta y piensa nuestro mundo –entendiendo como tal la manera en que nos organizamos— desde un nuevo punto de vista. Igualmente democrático, igualmente representativo si quieren, basado en estos mismo mecanismos si les gusta, con estos mismos hilos, sí, pero sobre otro patrón.
Ninguno se plantea que hay que reformular nuestro sistema de consumo, y si alguno lo hace, no se atreve a decirlo.
En realidad, ninguno de los partidos tradicionales nos sirve ya, porque son mecanismos viejos para un mundo caduco. Porque aportan soluciones distintas, pero todas ellas para un mundo que ha terminado. Finito. Kaputt. Chau. No da más de sí aquello que arraigó con la industria y se embarrocó en consumo hasta ahogarnos. Ninguno parece querer admitirlo, y eso que este sería un momento inmejorable. Inmejorable, porque las personas entre 15 y 40 años ya tienen claro que poseerán pocas cosas y podrán disfrutar de menos aún, pero sobre todo, saben que no van a disponer de los medios a su alcance para consumo y ocio, dos de las tres patitas sobre las que están construidos. La tercera, la obediencia, caerá por su propio peso sin las otras dos.
Ninguno de los partidos que actualmente pelean para ver a quién le duele más no tener soluciones, ninguno quiere admitir que el error está en la raíz, y no en las hojas de este arbusto que se nos secó. No vale un parche, resulta imprescindible reformularlo todo.
Y por supuesto, ni reinvenciones ni emprendimientos ni pepinos en vinagre. Nada tienen que proponer aquellos que visten el terno del pasado. Y el futuro, por el momento, nos coge a todos en pelotas.