Un objeto inamovible y una fuerza imparable

2 de abril de 2023 23:18 h

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En las últimas semanas se rompió o cambió algo. Hace un mes o dos meses, llegar a la presentación de Yolanda Díaz como candidata a las generales sin un acuerdo con Podemos y sin la presencia autorizada de su cúpula habría constituido una tragedia. Hoy, la alegría sumada de los otros factores era mayor; no importaban tanto las ausencias. A lo sumo, alguna alusión –celebrada– a la necesidad de fajarse de tutelas, a reivindicarse como mujer libre, a cómo ha llegado la hora de soltar lastre. Pero no hubo llantos. Y, hace no mucho, los habría habido.

Es obvio que no soy una espectadora neutral. Nunca he camuflado mi simpatía ni por Yolanda Díaz ni por su proyecto, ni por determinadas consideraciones políticas; tampoco me he abogado jamás la neutralidad del periodismo de atención flotante, planeador sobre el bien y el mal que rige a los mortales. Siempre he pensado que a la realidad se llega con un pensamiento. Y de ese pensamiento, de esas circunstancias, no puedo zafarme o deshacerme; no sé tanto si mis sesgos son condenas o no lo son, pero sí tengo claro que nunca he buscado transmitir una objetividad, un retrato falsamente fiel de lo real, sino aquello que mi subjetividad pudiera captar de la forma más verdadera y más sincera. Mis puntos ciegos son míos, pero al menos son honestos.

Quien más perdía hoy con motivo de su propia ausencia era Podemos. Afrontándolo con total sinceridad, lejos de las metáforas ochenta veces repetidas –sobre el coche kamikaze en dirección contraria que cree que los kamikazes son los otros cien que van en la correcta–, no podía comprender la ceguera o incapacidad demostrada en no estar hoy. Sé que oraciones como «En los momentos históricos hay que estar», enunciadas por Yolanda Díaz, tienen un componente primordialmente performático, pero que no se tratan de argumentos. 

En ningún punto era para mí cuestión de razón histórica o trascendencia, sino de algo mucho más simple: me parecía que la ausencia ayer no convenía a Podemos. Que había muchísimos candidatos que habrían deseado estar ayer y tener el reconocimiento que Díaz tuvo con todos aquellos que se acercaron sin exigir condiciones previas. Que, de cara al 28 de mayo, la consideración de la figura más valorada y primordial de las izquierdas les era importante. Que nunca iban a estar tan fuertes como para negociar en el futuro si aceptaban hoy la multilateralidad. Que apartarse de algo que sólo podría beneficiarles –si nos alejamos de la fantasía– no podía tener otro motivo que el delirio sostenido. Y también las burbujas del delirio hay que pincharlas.

No quisiera nunca que la interna de las izquierdas se pareciera a las preguntas imposibles: ¿qué sucede cuando un objetivo inamovible se choca con la trayectoria de una fuerza imparable? Hay varias salvedades. No es tan fácil saber si el objeto inamovible es tal cosa o si sólo lo parece. Y hablar de fuerza imparable en lo que por ahora sólo han sido ilusiones –aunque las ilusiones muevan, agiten, despierten– es de seguro excesivo. Si ninguna de las dos cosas puede reducirse a la hipérbole, el encuentro, aunque sea por necesidad, se facilita. 

Hay mucha gente que, de cara a las próximas elecciones, desearía no tener que elegir entre algunas opciones. Hay, a lo mejor, también quién preferiría no tener que tragar con algunos conceptos abstractos: incompetencia, hermetismo, bunkerización. Nadie en Podemos podría desdeñar los logros a los que Yolanda Díaz hizo mención en su discurso, de los mayores ligados a la presencia de esa izquierda en el Gobierno de coalición: la reforma laboral, el salario mínimo, mejoras reales en la vida de la gente. Ninguna persona que estuviera en esta novísima presentación de Sumar no reconocería la deuda guardada con Podemos, la necesidad histórica de su desarrollo para llegar hasta aquí, el reencuentro entre todos los que se separaron que mágicamente se produjo.

Quizá no se trata de fuerzas imparables u objetos inamovibles, sino de encontrar aquello con lo que todavía puede forjarse la esperanza; como decía Calvino sobre lo que en el infierno no es infierno, darle cobijo, y darle espacio. Ser generosos se vuelve entonces una necesidad. No hubo llantos en el acto de Sumar, en la presentación de Yolanda, pero sigue habiendo esperas.