“-Esa gente solo tiene cerebro para hacer dinero. Porque gobiernan en nombre del dinero.
-Es el pueblo quien elige al gobierno.
-Ya lo sé. Pero ¿qué es el pueblo? Todo son intereses económicos (…) Odio que la igualdad se base en el dinero. Es una igualdad sucia“
El diálogo anterior está extraído de la novela El arco iris de D.H. Lawrence, prohibida en su día por obscena. La actualidad de esas palabras escritas hace un siglo por el novelista inglés resulta sorprendente:
“Todo es cuestión de salarios. El duque más honrado de Inglaterra gana doscientas mil libras al año con estas minas. Él es quien sostiene los principios morales.”
La periodista de Vanity Fair que entrevistó a Mario Conde cuando éste salió de la cárcel por primera vez se sorprendió por la forma en que el exbanquero establecía su propia frontera entre el bien y el mal, entre lo moral y lo inmoral. Y es que en aquel diálogo Mario Conde llegó a afirmar: “Si yo poseía el 1% del PIB de este país, ¿no tenía derecho a opinar sobre la política económica?”.
Con ese baremo, entonces, una persona tendría más o menos derecho a decidir por otras, a imponerse, según el dinero que haya sido capaz de acumular. Desde ese punto de vista no parece que haya muchos cambios entre hoy y los tiempos del autor de El amante de Lady Chatterley.
Leo que la fortuna de Amancio Ortega supone más del 4% del Producto Interior Bruto de España. ¿Le hacemos presidente de gobierno? Eso sugirió nada menos que el ex presidente de Jazztel, Leopoldo F. Pujals. Claro que él, Pujals, en esa misma entrevista también dijo: “Pago [de impuestos] lo que me corresponde pagar de lo que gano”, para inmediatamente añadir que el año anterior había ganado “cero”
El dinero como medida moral y ética es una aberración. Ya lo dijo Balzac: Detrás de toda gran fortuna hay un crimen. Si la decisión sobre los temas que atañen a la gran mayoría de ciudadanos recayera en los propietarios de esas 20 mayores fortunas que representan el 20% del PIB de nuestro país, ¿alguien sinceramente puede creer que disminuiría la precariedad, que no se potenciaría la mano de obra barata, que se impulsarían los servicios públicos, que se perseguiría el fraude fiscal? Naturalmente, no. Cayendo en picado hacia una sociedad cada vez más desigual, unos seguirían acumulando riqueza y otros soñando con ganar el sorteo del sueldazo de la ONCE. Si alguien necesita pruebas que abra los ojos.
El paro es uno de los problemas más graves y que más preocupa a la ciudadanía. Llevamos años con un paro que supone más del 20% de la población activa. Pues el único modelo productivo que proponen estos empresarios parece ser la precarización del trabajo. Imposible olvidar cuando Juan Roig, el dueño de Mercadona, nos animaba a trabajar como chinos para seguir viviendo como españoles.
“El hombre se ha vendido a su trabajo”, afirma un personaje de El arco iris tras observar cómo las personas llegan a sus casas tras la agotadora jornada convertidas en una piltrafa humana. Se habla ahí de los mineros, pero no sólo: “pasa lo mismo en todas partes. Es la oficina, la tienda o el negocio lo que se adueña del hombre”. Y es que son muchos los escritores y pensadores que han hablado de la “maldición” del trabajo. Desde Stendhal, que se horrorizaba ante la jornada de 18 horas del obrero inglés, hasta Agatha Christie que aplaudía el arte de manejar el tiempo libre; pasando, claro, por Oscar Wilde. Desde El derecho a la pereza de Paul Lafargue hasta el Elogio de la ociosidad de Bertrand Russell. Trabajar es bonito si te deja tiempo para vivir. La ecuación jornada laboral-tiempo libre será necesariamente un factor a tener en cuenta a la hora de construir otro modelo de sociedad más justa.
En una entrevista reciente, Mario Conde -no sin antes reconocer que le gustaría que surgiera un Frente Nacional Español- opinaba que Podemos tenía “unas ideas estrafalarias de hace 100 años”. Sin embargo, mientras leo a D. H. Lawrence me parece que se equivoca, que el que no ha evolucionado desde hace un siglo es precisamente ese personaje-tipo que él, y otros como él, representa: el emprendedor visionario que no tiene otro valor más que el de acumular dinero. Ese personaje que protagonizará sus futuras memorias al parecer tituladas –sin rastro de sorna- “Acariciando el sinsentido”.