21 personas han sido detenidas la semana pasada acusadas de “enaltecimiento del terrorismo” por haber escrito algunos tuits bastante infames acerca de víctimas del terrorismo de ETA como Miguel Ángel Blanco e Irene Villa. En mi opinión, escribir tuits infames y ruines no debe ser delito. Burlarse de Miguel Angel Blanco o de Irene Villa es repugnante y deberíamos, como sociedad, ser capaces de establecer un cordón sanitario en torno a las personas que son capaces de escribir cosas semejantes. Sin embargo, la reacción de mucha gente, de mi gente (y ya escribí sobre ello en este mismo medio) sigue siendo comparar los tuits infames de unos y los de otros y pedir que se detenga por igual. Siempre he tenido la impresión de que en este país no se entiende la libertad de expresión, que es siempre la libertad de los otros y, casi siempre, para decir barbaridades; hasta ahora nadie propone (o casi nadie) detener a los que expresan opiniones razonables.
Las feministas pedimos que se detenga a los que hacen apología de la violencia machista, las personas lgtb que se detenga a los que nos insultan u ofenden (sobre todo a la iglesia), las personas de izquierda a los que publican mensajes pidiendo la muerte de Pilar Manjón o alegrándose de la de su hijo, los anticatalanistas escriben tuits horribles sobre los catalanes y éstos quieren mandarles a la Audiencia… y al final, el poder, como es esperable, sólo detiene a los que enaltecen el terrorismo o la violencia de ETA. La espiral de exigir detenciones o multas por mensajes infames o bárbaros es una espiral que no tiene fin y en la, que en todo caso, los más débiles siempre llevamos las de perder.
Citar a Rosa Luxemburgo (la libertad de expresión siempre es libertad de quienes piensan distinto) o a Voltaire (Me repugna lo que dices pero estoy dispuesto a morir porque puedas decirlo) queda muy bien y todo el mundo lo hace pero, a la hora de la verdad, nadie se lo aplica. Lo cierto es que aunque sólo fuera por una cuestión estratégica las personas que no somos el poder deberíamos defender a muerte la libertad de expresión de los otros porque es la única manera de proteger también la nuestra. Nos quejamos de que el poder tiene una doble vara de medir. ¡Claro que tiene una doble vara de medir! Para eso es el poder y tiene una vara de medir para todo, para las libertades, para la igualdad (unos son más iguales que otros), para la riqueza, para los privilegios…para todo. Si el obispo de Málaga compara el matrimonio de dos hombres con la unión sexual entre un bebé y un anciano yo quiero tener libertad para decir que dice eso porque eso es, precisamente, lo que a este señor no se le debe quitar de la cabeza, y lo que han llevado a la práctica en multitud de ocasiones. Eso es mucho más eficaz, y le deja a él en mucho peor lugar que andar pidiendo que le detengan y le multen. Porque la pregunta es: si la expresión insultante o idiota se criminaliza, ¿quién tiene más posibilidades de verse ante la justicia, la Iglesia católica o una militante lesbiana? ¿A quién se va a multar o a detener antes: al que hace chistes terribles sobre la muerte de un policía o al que hace chistes sobre el cáncer de Bolinaga?
Cuando la libertad de expresión se estrecha sólo lo hace para los menos poderosos ¿o se va el poder a autocensurar y a automultar por expresiones que no son sino demostraciones de ese mismo poder? Prohibir el negacionismo del genocidio judío es injusto cuando se prohíbe únicamente la negación de un genocidio y no de otros, como el genocidio armenio, por ejemplo, que no sólo no está prohibido negarlo sino que en según qué sitios está prohibido mencionarlo dependiendo de las relaciones que se tengan con Turquía; confundimos una novela (buena, mala o terrible) sobre un pederasta con un pederasta; y todo, casi cualquier cosa, puede incitar a la violencia según quién lo lea, desde las palabras de Jesucristo a las de la Presidenta del Círculo de empresarios Mónica Oriol. Detenemos al racista que lanzó un plátano en un campo de fútbol y a todo el mundo le parece bien, pero el racismo institucional en las fronteras y en forma de detenciones indiscriminadas basadas en el color de la piel, está más que asentado.
Por nuestro propio bien deberíamos defender una libertad de expresión muy amplia. No sólo por cuestiones estratégicas. La libertad de opinión y de expresión es uno de los pilares de la libertad hasta el punto de que son indistinguibles, sin esta libertad no hay libertad de ninguna clase. No obstante, como todo derecho, éste también tiene límites. No creo que los delitos de injurias o calumnias deban desaparecer y tampoco el de amenazas, pero sus límites legales son bastante claros y ante la fina línea entre el delito y la libertad de expresión, siempre se debe juzgar caso por caso y jamás se debe emprender una operación como la operación Araña, que no es más que un paso más en la escalada de recorte de libertades. Esta operación no es más que un aviso para que nos vayamos acostumbrando a la ley Fernández Díaz que se nos viene. Sí, ahora se multa a aquellas personas que han escrito cosas con las que nadie normal está de acuerdo y de las que todos y todas abominamos, pero más adelante la línea se irá estrechando. La libertad de expresión hay que defenderla en todo caso y sospechar siempre de cualquier intento de restringirla y eso no se hace pidiendo que se la restrinjan a aquellos que profieren barbaridades que nos ofenden a nosotros.
Respecto a la libertad de expresión entendida en toda su extensión, siempre recuerdo el episodio de Salvados en el que Jordi Evole se va a ver a la familia Phelps una familia de locos de esas que casi parecen parte de la cultura americana y que son capaces de decir tales barbaridades que parece mentira que haya una sociedad que lo soporte. Entre otras cosas, dar gracias a dios por el 11 de septiembre o acudir al funeral de un soldado gay para, delante de los familiares, dar también gracias por esa muerte. Es muy interesante la reacción de los familiares del fallecido: es la libertad de expresión, dicen. Quizá esto pueda parecer exagerado, pero prefiero mil veces una libertad ancha que una estrecha. Las batallas de la opinión, de la razón y de la ética hay que ganarlas socialmente y no con el Código Penal en la mano. Porque, además, es la única manera de ganarlas de verdad. Usar el Código Penal para combatir la expresión de barbaridades, estupideces, crueldades u opiniones inhumanas no sirve de nada y se nos volverá en contra. La solución ante la detención de estos tuiteros ruines e imbéciles no es pedir que detengan también a sus propios tuiteros ruines e imbéciles, sino exigir que se extreme la defensa de la libertad de expresión y no sumarnos al coro de quienes, día a día, quieren restringirla.