El increíble juez menguante

En estos tiempos corrientes pocos jueces son como los de antes, ya lo decía mi madre, que leían en latín a Cicerón explicando cómo una mujer con dote poseía más conocimientos de derecho que el mejor abogado. Los jueces de antes eran otra cosa: viejos sobrevivientes en el campo de batalla de la vida, callados remendadores de las leyes.

Y ahora, además de los años de estudio y los de encierro cuando se lanzan a la práctica, qué poco currículum tienen muchos jueces en España. ¡Algunos incluso son afines a partidos políticos! O declaran qué gente debe gobernar. El acabose.

Fijémonos en lo evidente. Una cajera es una ciudadana que paga sus impuestos y vota, como un juez. Como un juez presta su consentimiento cuando contrae matrimonio, consiente cuando firma un contrato de trabajo, una hipoteca o un arriendo, o se adhiere a las cláusulas on-line en el Wallapop. Ahora las cajeras se licencian en la universidad y acceden por elección popular a ser diputadas y a hacer esas cosas que hacen los Diputados en el Congreso, como los jueces. En fin, tanto los jueces como las cajeras se parecen bastante en su devenir social.

Esta comparativa molesta a algunos jueces (y a otros que no lo son).

¿Quién sabe más sobre consentimiento y voluntad: una psicóloga o un juez?

Y todas esas teorías sobre consentimiento que dicen conocer algunos jueces sirven como un escudo en su batalla, como una excusa para despreciar la profesión de cajera u otras desde su prepotente visión de la realidad: sólo ellos son los listos, los que mandan bien, los que merecen gobernar.

¡Que vuelvan los jueces de antes!

Los queremos callados.