Estos días, siguiendo las nuevas declaraciones en el juicio a la trama Gürtel, resulta difícil entender cómo no estamos todos en la calle, en huelga indefinida, pidiendo el endurecimiento de las penas para corruptos y corruptores y la dimisión de un presidente del gobierno de un partido que se ha financiado ilegalmente. Se habla de la desconexión entre las élites progresistas y su electorado, pero a mí me parece que la desconexión es la del electorado en general con lo político, con lo público, y además es algo que propicia el sistema, un enfoque neoliberal de la sociedad que prima los criterios de rentabilidad empresarial sobre el interés social.
Cuando hace unos días escuché hablar de Inverfest, lo primero que pensé es que se trataba de una feria de inversores, un congreso en torno a la inversión. Resulta que es un festival musical de invierno. Me parece significativo, un signo del espíritu de nuestro tiempo, relacionar el lexema “inver” con el campo semántico de las finanzas en lugar de con la naturaleza.
Con ocasión de su actuación en el marco de ese festival varios periódicos entrevistaron a Los chichos y, aunque obviamente sus respuestas no son muestras conclusivas de nada -como tampoco lo es mi anécdota con el término Inverfest-, sí pueden ayudar a señalar ciertas tendencias, inclinaciones, en fin, maneras de enfrentarse al momento que nos toca vivir. Del batiburrillo de sus respuestas se puede sacar en claro dos o tres ideas muy simples: que todos los políticos son igual de malos, que las clases sociales existen porque de todo tiene que haber en la viña del señor y que necesitamos una figura de autoridad -padre, dios, jefe, dirigente- que nos cuide, nos proteja y se haga cargo de todo. “No creemos en Podemos. Creemos en Dios”, decían.
Hace unos días fui a hacerme unos análisis a un hospital público y ante una cola impresionante y unas condiciones de espera tercermundistas (de pie a lo largo de un pasillo con goteras en el techo) se escucharon algunas quejas, pero eran quejas que se dirigían hacia una instancia superior abstracta e imprecisa, un poder lejano como el dios de Los chichos. Nadie mencionó -ni siquiera en voz baja- la palabra recortes, ni sanidad pública, ni siquiera se dijeron siglas políticas. Se aludía a un “ellos” difuso en frases como “nos tienen aquí de pie”, “estarán en obras”, “deberían tal” o “no pueden cual”. Que el malestar se dirigiera a un ente inconcreto implicaba también que nosotros, los sufridores, no teníamos nada que ver en la disposición de las cosas. Ese no sentirse implicado, ese mirar lo que hay como si todo sucediera por designio divino y no por decisión ciudadana. Ahí está la desconexión. El sentir lo público como algo ajeno es consecuencia de una falta de cultura política en nuestro país.
A la brecha cada vez mayor entre ricos y pobres se le añade otra brecha, la que separa a economistas, políticos, analistas o gente concienciada de una masa desentendida de lo social, ignorante de lo público. Este fin de semana el telediario de La1 no mencionó nada sobre el juicio de la trama Gurtel pero dedicó unos buenos minutos a hablar de los peregrinos invernales del camino de Santiago. A este paso tendremos un grupo restringido de gente muy formada que habla un lenguaje técnico frente al grueso de la población bombardeada por el simplismo de los medios y los eslóganes vacíos de pura propaganda.
De manera que el principal problema no es, como algunos han señalado estos días, que los dirigentes de izquierdas -a los que se les ha tildado de élite ensimismada y narcisista- hayan ido a la universidad, el problema básicamente es un sistema que propicia que el grueso de la población permanezca desinformada, simple, polarizada, acostumbrada a no pensar y a eslóganes sencillos, a que la dirijan. También, sí, a dejarse llevar por el espíritu del tiempo y entender inversión donde dice invierno. Leer el mundo en términos de productividad y olvidar el componente social.
Así pues, ¿por qué no nos tiramos a la calle?, ¿qué le pasa a la gente? Pues a la gente principalmente le pasa lo que al público en un espectáculo de magia, que no ve el truco porque les hacen mirar hacia otra parte sin que se den cuenta. ¿No lo acaba de decir una vez más Mariano Rajoy? “El PP pide mirar al futuro”. Así no vemos el presente.