Parece que cada vez hay mayor conciencia, tanto de manera particular como corporativa, sobre la importancia de la sostenibilidad en sus distintas manifestaciones. Esto hace que para que un proyecto sea considerado sostenible, se deba analizar desde varias perspectivas, todas ellas diferentes entre sí y a la vez complementarias: financiera, medioambiental, social, de gobernanza… Ahora bien, ¿cuál es el vínculo entre los distintos enfoques?
Una opción podría ser desarrollar un modelo semejante al de la economía circular, esa manifestación de la economía que apuesta por un enfoque que se retroalimenta, en lugar de seguir una tendencia lineal consistente en producir-usar-tirar. Sus características básicas se resumirían en el aprovechamiento y la mejora del capital natural; uso y desarrollo de las energías renovables; y el aumento de la vida de los productos, incluso cuando en apariencia dejan de ser útiles, puesto que para este modelo circular, no existe la basura como tal, sino que los materiales biológicos pueden ser compostados, y los técnicos pueden ser transformados y diseñados para reutilizarse.
Así, aunque técnicamente la economía circular se basa en líneas de pensamiento y de diseño como el de la ecoeficiencia, el diseño regenerativo, la ecología industrial, la permacultura o la economía azul, considero que no puede darse sin la puesta en marcha de una responsabilidad múltiple, como enunciaba al inicio del artículo, puesto que tanto las personas como las empresas, para alcanzar ese estado de “homeostasis” o equilibrio dinámico, habrían de ser sostenibles en sus distintos ámbitos de actuación porque, ¿acaso existe una manera de que el medio ambiente no afecte a todo lo demás? ¿Las decisiones tomadas por los gobiernos de las empresas no influyen en las prácticas financieras, el impacto medioambiental y la responsabilidad con el entorno?
En ese sentido, me ayuda imaginarme a los distintos agentes sociales y sus actuaciones como un engranaje que va más allá del propio círculo. Sería algo así como un efecto multiplicador en el modelo circular, que generase interrelaciones entre los ámbitos que afectan a la producción y al consumo responsable y sostenible, en el que la ineficiencia de uno influye en el desarrollo del otro.
Al hilo de esto, sigo echando en falta más “ruedas” en movimiento para conseguir una verdadera actuación coordinada, y me pregunto en qué grado escuelas y universidades fomentan la transmisión entre los dientes de este engranaje imaginario. Asimismo, me gustaría establecer un símil entre la economía circular y la psicología positiva, puesto que ambas parten del “prevenir mejor que curar”, la defensa del bienestar, de potenciar lo beneficioso y de reutilizar los recursos con los que contamos -ya sean tangibles o no-.
También quisiera subrayar la importancia de lo sistémico frente a lo individual, lo social frente a lo particular, poniendo de relieve que las acciones de cada persona tienen un impacto directo en el sistema; una especie de “efecto mariposa” generador del cambio.
Por otro lado, me pregunto si podríamos hablar de una economía circular en los servicios y no sólo en la fabricación de los productos. De manera que, ¿cómo sería aplicar un modelo circular al periodismo?, ¿y a la hostelería?, ¿quizás ya estemos avanzando hacia modelos de este tipo?
Para finalizar, echo en falta una visión feminista en el modelo. Considero que sería un acierto incluir la perspectiva de género en esta otra manera de concebir la economía, también desde su vertiente más conectada con el medio natural. Los ecofeminsmos vinculan la explotación del mundo natural y la subordinación de las mujeres, unen el feminismo y el ecologismo, y establecen grandes retos para el modelo actual.
Invitando a la reflexión sobre ello, recomiendo la lectura del artículo “Ecofeminismo, una propuesta para repensar el presente y construir el futuro”, de Marta Pascual Rodríguez y Yayo Herrero López - Ecologistas en Acción.
Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión de la autora.