El mundo de la información anda revuelto por el cese de Soledad Gallego-Díaz en la dirección de El País, diario de referencia internacional durante varias décadas. Será sustituida por Javier Moreno, el ejecutor de los ERE que diezmaron el periódico y muchas credibilidades. Nada conmueve en España más que una censura –real o aparente- en el periodismo, aunque eso vaya tan por barrios que más de uno se quedó en el camino con su paro y su hambre sin más contemplaciones. A otros les sirvió para levantar toda una carrera. Para empezar a hablar de este espinoso tema habría que dejar sentado que nadie es imprescindible en periodismo y que es el periodismo lo que hay que preservar.
El problema es extremadamente grave: el coronavirus también ha sacudido a los medios de comunicación porque sufrían de patologías previas de enorme entidad. Lo lógico sería que el periodismo resistiera y se expandiera en nuevas formas, conservando su esencia eterna de contar lo que se debe saber. Pero para ello habría de superar la propia degradación a la que ha abocado a la sociedad.
La creación de grandes emporios que vendían desde noticias a libros, cuberterías y toallas no es ajena a la génesis de la gran crisis, porque les hipotecó. En dinero y en su propio fin. Sucedió en un momento crítico: al tiempo que se propagaba Internet con los cambios vertiginosos que ha supuesto. La prensa -en genérico- ha sido un factor determinante de la crisis social que vivimos. En España de forma alarmante. ¿Cómo pudieron crecer tantas corrupciones y de tal altura sin que la prensa fuera testigo y denuncia masiva? Fueron también los difusores de la banalización de la sociedad que la hizo mucho más vulnerable.
El hoy de los medios es de vértigo. Sumidos en una crisis económica anterior, que ha agravado la pandemia, se ahogan. Se han acogido a ERTEs muchos de ellos, han pedido ayuda económica al gobierno, al mismo que varios de ellos agreden con sus mentiras. El proselitismo ideológico no es periodismo, dejémoslo claro. El problema es tan serio que ya ni ese elemento clave se distingue con nitidez.
El periodismo ha derivado de tal forma que en numerosos medios se busca el clickbait por encima de todo, por encima de la información, sin duda. Lo que cuenta es poder ofrecer al anunciante sus visitas. En los medios audiovisuales, la audiencia; lograda en gran medida por hechos escandalosos. Esto ya ha matado prácticamente al periodismo. Desde luego anda en rebajas, en liquidación. Una dura competencia para los medios y periodistas que buscan mantener el periodismo y aún revalorizarlo por su importancia esencial.
Explicaba el periodista Pedro de Alzaga en “Derribar los Muros” que han aparecido nuevos puestos de trabajo en los medios para localizar lectores y darles lo que buscan: “perfiles cada vez menos periodísticos, pero muy pendientes del rendimiento de la información y de su retorno en clave de cifras de audiencia”. Hoy el principal negocio mundial son los datos, nuestros datos, los que aportamos.
Este complejo panorama ha sido caldo de cultivo para -en lugar de información y con intereses espurios desde luego-, servir a discreción bulos y fakenews. Sabiendo como ya sabemos que se expanden por las redes a mayor velocidad y con mayor permanencia que las noticias auténticas y tienen una trascendencia enorme.
La llegada a El País de Soledad Gallego-Díaz, avalada por su sólida trayectoria en el periodismo, suscitó enormes esperanzas que, en mi opinión personal, no se cumplieron plenamente. Era una muy difícil tarea, eso es cierto. Darían para una serie los ejemplos de la palmaria animadversión a Podemos y a un Pablo Iglesias, sobre todo, que “no es capaz de comprender su papel institucional” . El in crescendo va subiendo hasta el demoledor e impaciente editorial del 20 de Mayo, “A la intemperie”, en donde El País dirigido por Gallego-Díaz no ve en el gobierno la virtud de la credibilidad, pide que rueden cabezas y casi amenaza a Sánchez: “Esta vez las cosas han ido demasiado lejos, y la única manera en la que podría contener la hemorragia política provocada por el acuerdo sobre la reforma laboral, en un contexto impropio y con un socio inadecuado, es depurando responsabilidades. De no hacerlo con urgencia, será el propio presidente Sánchez el que se arriesgue a perder toda cobertura”. Las hostilidades ya habían saltado por los aires con un artículo de Juan Luis Cebrián en el que pedía responsabilidades penales y denuncias al gobierno por su gestión de la pandemia. El 23 de marzo ya, un adelantado de la campaña de la derecha.
El colmo se superó este lunes cuando el primer director de El País se despachó con un artículo en el que vuelve a la carga con su amada Venezuela, intenta tiznar hasta a Zapatero que no ha tratado como debe a Felipe González, y en el que llega a escribir algo tan atroz como que “La pandemia ha sido en ciertos aspectos una bendición para Sánchez”. Un espectáculo deplorable que ha sido aplaudido por la caverna política y mediática. Y es que como pueden ver en detalle en esta información de eldiarioes, Cebrián y Felipe González marcan la pauta en esta guerra cruenta de intereses de los asociados en PRISA. Pensar que Javier Moreno puede revertir la trayectoria en declive de El País es bien extraño.
El País había sido, junto con El Mundo, el periódico con mayor bajada de audiencia entre los grandes medios. Un 16% en marzo sobre 2019 –la media fue de 9%- y un 38% la publicidad en papel. El efecto Covid-19 le sacudió como a todos. Ha logrado, según sus datos, 52.000 suscriptores en este período, muy lejos de las grandes antiguas cifras de ventas.
Lo cierto es que por la deriva del periodismo, por su extensión en redes, y en comunicaciones de WhatsApp, la gente está engullendo cuentos impensables. No se puede entender que se lo crean a menos, como suelo decir, que pensemos que en EEUU han llegado a beber lejía por consejo del presidente Trump. Hoy leía, en ese surtido del espanto mediático que ofrece Google al abrir la página, que Sánchez urdió una campaña de ataque a Ayuso, gracias a sus medios afines. ¿Cuáles? La mayoría de los grandes se ha volcado en exculparla de toda responsabilidad en la tragedia de las residencias de ancianos. Un faltar a la verdad que acarrea consecuencias graves. Como toda la desinformación. Los medios de la caverna profunda, o los que dan aliento a sus provocadores, han logrado despertar una especie de circo de los horrores con unos especímenes que nunca creímos existieran a ese punto. Pero son muchos más los que han caído en las garras del difama que algo queda. Cómo será el problema que la basura mediática ha llegado a la cadena alimenticia de la Democracia en los que Javier Melero califica de “una dependencia estrafalaria de los medios más reaccionarios del país” en los informes de la Guardia Civil.
En ese clima, los medios -de forma genérica- han sido un soporte extraordinario para el crecimiento de la ultraderecha y el amparo de conductas altamente desviadas de políticos, medios y altas esferas.
La tendencia internacional ha buscado medios fiables de información, como contaba este artículo de María Ramírez que he citado en alguna ocasión. Aquí, de alguna forma, el periodismo serio también se salva. Pero marca matices preocupantes si se analizan de forma crítica y ponderada la clasificación de Reuters de los medios más leídos. Algunos en los que confía la gente surten lejía mucho más que información.
Esta época delirante habrá de acabar. No se puede construir absolutamente nada chapoteando entre mentiras. Estar bien informado es un fundamento crucial de la democracia y no puede haber gente tan atolondrada como para guiarse por bulos e intereses ajenos por mucho tiempo. Ayudaría cortar el hilo de las manipulaciones, desenmascarar a quienes traicionan a su audiencia y a los Derechos ciudadanos en sí. Y alimentar al periodismo de periodismo, de compromiso con la verdad y altitud de miras. La información es una necesidad y un derecho y, como hay periodistas que así lo entienden y ejercen, el periodismo sobrevivirá. Espero.