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El periodismo y el sistema

Iñaki Gabilondo se mostraba sorprendido el pasado martes en su comentario diario en la SER por la inmadurez de Pablo Iglesias y Podemos en lo referente a sus relaciones con la prensa. Y sostenía su argumentación con un puñado de verdades que el tiempo y los hechos acaban convirtiendo en absolutas. Podemos nace como un movimiento contra el sistema. El sistema a la velocidad de la luz empieza a defenderse. Por lo que a nadie puede sorprender que los medios, que forman parte del sistema, se muestren hostiles con Podemos. Y aún más, Podemos, que a su vez se muestra hostil con los medios, también forma parte, le guste o no, del sistema.

Iñaki, al que admiro, sabe bien de lo que habla. Se ha ganado a pulso su independencia. Ha trabajado muchos años con rigor y seguro que muchas veces con problemas. Y lo ha hecho desde el corazón mismo del sistema. Y a pesar de todo ha conservado la decencia. Se puede estar de acuerdo con él o no, pero siempre se puede debatir, siempre se puede esperar de él una posición personal propia, incluso a riesgo de no coincidir en todo o en parte con la línea editorial de la empresa para la que trabaja.

Si algo bueno ha traído la para mí desafortunada nota de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), es que estemos debatiendo sobre periodismo. Y que el debate no sea solo entre profesionales que tendemos a mirarnos el ombligo. Es alentador ver que a la comunidad de lectores de eldiario.es este asunto no le es ajeno, muy al contrario, le interesa, le apasiona, tiene opiniones relevantes y las expresa. Y estamos obligados a escucharles. Los periodistas que no estén dispuestos a oír y a debatir con las audiencias sobre la relevancia y calidad de su trabajo tienen los días contados.

Los medios y los periodistas, en su gran mayoría, formamos parte del sistema, claro que sí. Pero hay muchas maneras de estar, de ser parte de algo. Por ser radicalmente gráficos, se puede estar acostado con el sistema, durmiendo en la misma cama, intercambiando fluidos, y rápidamente se nos vienen a la imaginación un puñado de nombres. Se puede convivir con el sistema, pero ser mínimamente crítico e intentar controlar sus excesos. Se puede también vivir en el sistema, pero además de intentar controlarlo, luchar por cambiarlo. Y, por último, se puede vivir frente al sistema, no aceptar sus reglas y en definitiva intentar derrotarlo.

Hace ya un buen puñado de años se me ocurrió dividir la situación de los medios y los periodistas en dos grupos: los dinosaurios y las ardillas. Los primeros, al borde de la extinción, en un estado de negación permanente de la realidad, un desprecio total de lo nuevo y una lejanía absoluta de la gente. Las ardillas, ligeras, rápidas, económicas, numerosas e imaginativas, dispuestas a aprovechar las oportunidades de la tecnología para sobrevivir sin dependencias tóxicas y abiertas a la cercanía y el debate con las audiencias.

Según mi teoría, los dinosaurios del periodismo, si no lograban mutar en ardillas, con unas necesidades crecientes de “alimento” para sobrevivir, estaban condenados a agonizar abrazados al poder. Quizá por eso han recibido como un maná salvador la nota de la APM, sin darse cuenta de que a pesar de los millones de lectores y páginas vistas poco a poco o, en algunos casos, mucho a mucho, su credibilidad e influencia se va desgastando. Y lejos de alegrarme, creo que para los periodistas y para los ciudadanos es una gran pérdida. Justo en estos tiempos de incertidumbre, en los que la cantidad de información nos abruma y en los que tenemos que aprender a luchar contra la llamada posverdad, que muchas veces son simples mentiras, es cuando más necesitamos de los medios potentes y rigurosos, con periodistas expertos y honrados, con capacidad de controlar a los poderosos y de filtrar con inmediatez sus patrañas.

En los últimos meses hemos visto cómo Donald Trump ha amenazado a algunos medios de su país, cómo ha ninguneado a algunos periodistas. Y al mismo tiempo hemos sabido que el New York Times o el Washington Post no solo no han cedido al chantaje del poder, si no que han redoblado sus herramientas de control y esa postura está siendo reconocida por las audiencias con más atención y más suscriptores. En España, mientras los dinosaurios caminan despistados hacia el precipicio, las ardillas, como este sitio en el que tengo la suerte de escribir y como otros nuevos medios, están activas, vigilantes y cuentan con el apoyo y el aliento de sus audiencias crecientes y participativas.

Justo esta semana se está celebrando el Congreso de Periodismo Digital de Huesca, que en 18 años ha pasado de ser una reunión de frikis del periodismo al lugar en el que más y mejor se debate sobre el presente y el futuro del oficio. Y la buena noticia es que cada año llegan a Huesca más dinosaurios que ya mutaron o están a punto de hacerlo. Y es alentador. El nuevo periodismo que a través de la tecnología se abre a los datos, la investigación y a las audiencias necesita también de la experiencia, el rigor y la madurez. Pero siempre a condición de que estén presididas por la humildad y la decencia.