Hay que empezar por no llamar “caso Nadia” a lo que es un atraco amable, generalizado y mediático de Fernando Blanco, sujeto que se ha embolsado cerca de un millón de euros a base de tocar la tecla emocional de periodistas y espectadores en general, poniendo a su hija enferma como reclamo. Como quien manda a su hijo lisiado a mendigar, Blanco se ha hecho rico con las reclamadas limosnas solidarias, masivas y urgentes.
El protagonista de esta siniestra historia es el padre perpetrador, no la hija, víctima en todo caso. Luego, la denominación de origen periodística debería ser: el caso Blanco, o el caso del padre ladrón, o el caso del padre embaucador que engañó durante demasiado tiempo a muchos. No el caso Nadia.
Mientras se aclara si el tal Blanco es el padre biológico de una niña con una enfermedad singular, queda claro que estamos ante una gigantesca mentira, sostenida en el tiempo, difundida por un embaucador profesional, con antecedentes de estafa, y que se ha metido en los salones de las casas, en las emociones de miles de españoles durante meses.
La disciplina de la verificación, el contraste de fuentes que definen nuestra profesión de periodistas, ha quedado anestesiada ante la potencia verosímil de la historia: niña con una enfermedad no habitual, urgencia para salvarla, implicación de espectadores y lectores. Si doy dinero, vivirá; si no suelto un duro, se muere. No voy a ser un asesino por omisión. Por mí que no quede, todos somos Nadia, con poco se hace mucho, a mí me gustaría que me trataran como yo les trato ahora... Todo el catálogo del tráfico de emociones; también todo el libreto del narcisismo de la solidaridad, práctica habitual en los últimos tiempos, así en las teles como en el cielo.
La historia se traga a pesar de elementos chirenes, como que el padre dice haber ido a una cueva de Afganistán a buscar cura; como que el padre dice que los médicos que curarán a Nadia forman parte de un grupo clandestino del que no puede informar...
Nada de preguntar sobre los antecedentes del sujeto, sobre su lista de viajes; no sé, hablar con médicos especializados, a los que recurrimos regularmente ante las enfermedades que no conocemos. Nada. ¿Cómo hacerlo? Cualquier pregunta en esa línea sería desconfiar de una historia que parecía verosímil y en la que plantear la más leve duda significaría poner en cuestión la bonhomía meticulosamente estudiada y puesta en escena del tal Blanco. Si preguntabas no eras buena gente, parecía.
Periodistas que son buenos profesionales, que son honrados, que tienen una mirada hacia quien peor lo pasa, han dado por buena esta mentira con diámetro de rueda de molino. A mayor intensidad de la mentira y el fraude, mayor el batacazo, también emocional, de quienes creyeron en el tal Blanco.
Blanco está ahora en el talego, después de mentir otra vez y decir que lo contaría todo en un plató; su mujer está puesta en tela de juicio y el grado de desolación de los damnificados es directamente proporcional al nivel de implicación y cercanía que tuvieron en esta historia.
Quizás es el momento de buscar a la gente que dio dinero a este ladrón, seguro que muchos con pocos ingresos, para hacernos una idea de la dimensión de tan amable atraco.
Malo sería que a partir de ahora dejáramos de ser solidarios, pero conviene tener toda la información antes de lanzarse en tromba a apoyar a alguien que ha sido un delincuente; con discurso, pero delincuente.