Cientos de miles de trabajadores se manifestaron ayer en toda España, sobre todo en los alrededores de Madrid. El grupo más numeroso se concentró en la carretera de Valencia, donde lograron bloquear durante horas un tramo de cuarenta kilómetros, adentrándose en la provincia de Cuenca. Al mismo tiempo, otro grupo consiguió paralizar la carretera de Burgos, y varios miles se pusieron de acuerdo para ocupar a la vez varios kilómetros de las carreteras de Andalucía y Extremadura. Doy fe de esta última, porque me sumé a los manifestantes que avanzaban lentamente hacia Talavera.
Entre quienes no se manifestaron por las carreteras, algunos prefirieron llevar sus reivindicaciones al parque o al campo más cercano, con barbacoa o bocatas. Otro importante número de trabajadores decidieron manifestarse a solas y en silencio en sus casas. Y por último, sí, hubo decenas de miles que salieron a las calles de las principales ciudades, convocados por sindicatos.
Así celebramos en España el Primero de Mayo, la histórica fiesta del trabajo. La evolución ha sido larga: de las manifestaciones clandestinas en los últimos años de la dictadura, pasamos a las masivas marchas de la Transición, cuando todo estaba por hacer y nos creíamos que seríamos nosotros los que lo hiciéramos. Yo era pequeño, pero recuerdo aquellas grandes manifestaciones que se prolongaban con comida fraternal en el parque principal de cada ciudad. Después, ya con esta democracia asentada, la mani del Primero de Mayo se convirtió en una tradición más festiva que reivindicativa, una romería laica que según el momento político tenía más o menos asistentes, pero inofensiva en cualquier caso. Y menguante año tras año, con cada vez más manifestantes en las playas que en las plazas.
En el caso de Madrid, además, hay que reconocer la habilidad de los gobernantes que decidieron hacer festivo el dos de mayo, garantizando de por vida un largo puente primaveral que ayuda a desactivar la siempre emblemática manifestación madrileña. Y así llegamos hasta ayer, cuando los atascos de evasión hacia costas y pueblos mostraban el reverso de una jornada de reivindicación de baja intensidad, que incluso permite el choteo de la derecha política (Cañete felicitándonos el día) y también de la derecha mediática, que hurga en la herida.
¿Qué hacemos con el Primero de Mayo? ¿Por qué en un momento de desempleo masivo y ataque incesante contra los derechos de los trabajadores no sube la temperatura más que en el termómetro que nos invita a buscar la playa? Me lo pregunto con todo el respeto y simpatía para quienes ayer se manifestaron en toda España, y con respeto y comprensión para quienes decidimos salir de puente buscando un descanso tan necesario. Y sin ningún ánimo derrotista, aclaro. Pero creo que deberíamos enfrentar esa incómoda pregunta.
Puesto que no tiene mucho sentido “celebrar” el Primero de Mayo (más motivos para celebrarlo tiene la patronal), y su sentido reivindicativo flojea bastante, yo propondría convertir el uno de mayo en un día de reflexión y de memoria.
De reflexión, para pensar qué está pasando en el mundo del trabajo. Para revisar las categorías con que seguimos leyendo el mercado de trabajo, categorías excluyentes porque cada vez menos trabajadores encajan en el molde clásico de empleado, asalariado, fijo, con derechos y con conciencia de clase. De reflexión, también, para que los sindicatos piensen qué han hecho, de dónde vienen, hacia dónde van; sobre todo los mayoritarios. No invitaba mucho a la movilización escuchar el día antes a los líderes de CCOO y UGT, sus llamamientos al diálogo y al consenso, destinados a quienes no necesitan dialogar ni buscan consensos.
Y de reflexión, por supuesto, para los trabajadores (y por tales incluyo a los trabajadores en paro), para hacer balance de lo perdido y valorar la resistencia que hemos ofrecido. Todos tenemos mucho que reflexionar, y el Primero de Mayo es un buen día para hacerlo (aunque sea durante el atasco).
Pero también debería ser un día de memoria. Para recordar a quienes nos precedieron, desde aquellos huelguistas asesinados en Chicago hace más de un siglo, hasta quienes hoy sostienen huelgas valientes (como las de Panrico o Coca-Cola), pasando por tantas mujeres y hombres que consiguieron y defendieron todos esos derechos que ahora vemos desaparecer con solo una firma en el BOE. Su memoria también debería obligarnos a resistir.
En esa reflexión y memoria andaba yo ayer en medio del atasco, rodeado de miles de trabajadores.