La naturaleza dispone y el hombre responde. Esto aplica a los grandes desafíos globales del siglo XXI. Empecemos con el cambio climático y la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. El hombre ha logrado controlar el agujero en la capa de ozono desarrollando energías y tecnologías con menos emisiones. Sin embargo, debido tanto a la falta de acuerdos entre países y al propio sistema económico imperante, las medidas no se toman con la urgencia deseada ante la velocidad del proceso natural y consecuencias de acontecimientos como la actual guerra de Ucrania pueden suponer pasos atrás en este campo. La puesta en marcha de un modelo económico alternativo —basado en la electrificación, la digitalización y el big data— contribuye a la solución facilitando la reducción del consumo de combustibles fósiles, siempre que la electricidad venga de fuentes limpias. Poco se ha hablado de las mayores necesidades de muchos de estos avances en términos de dependencia energética o el impacto derivado de la extracción y reciclaje de algunos de los elementos empleados en la fabricación de dispositivos electrónicos. Y todo ello en un momento en el que los países más desarrollados imponen su hoja de ruta y exigen al resto de países la adopción de una serie de sacrificios que ellos mismos obviaron durante años. Esto demuestra algo sabido: que el ser humano, en su anhelo de progreso y enfrentarse a sus problemas, genera nuevos problemas que simplemente desestima o, lo que es peor, no sabe resolver.
Desde un enfoque basado en la teoría de complejidad computacional, se denominan “problemas intratables” aquellos para los que, por el momento, no se conocen algoritmos eficientes que permitan resolverlos. La conjetura más famosa de la computación “P=NP” va más allá, y sugiere la posibilidad de que ni siquiera existan dichos algoritmos y que, por tanto, estos problemas jamás se puedan resolver. La vida humana es aún más compleja que los algoritmos y, por supuesto, también genera problemas intratables. Justo en este momento vivimos ante uno que, si no lo es de facto, es buen candidato a serlo: las pandemias. A lo largo de la historia, la humanidad ha aprendido a malvivir con virus y pandemias buscando estrategias de cómo evitarlos o disiparlos. Surge entonces la pregunta: ¿Qué pasaría si nuestra civilización no pudiese/supiese detener las próximas pandemias?
Veámoslo de otra manera. Imaginemos que a alguien hace un siglo se le hubiese preguntado cuál sería un problema más intratable para 2022: ¿(a) crear una red de comunicación instantánea a nivel planetario -llámese Internet- o (b) parar una pandemia? Dado que en 1922 ya habían sido descubiertas algunas vacunas efectivas y se contaba con un incipiente conocimiento de enfermedades infecciosas, es probable pensar que, dada la grandísima novedad de Internet para la época, hubiese respondido (a). ¡Cuánta ciencia ficción hay previa a los años 80 sin algo parecido a la Red o los móviles inteligentes! La creación de Internet fue un problema difícil, pero tratable. Sin embargo, no así la detención de pandemias, ¿por qué?
Los humanos somos una especie cooperativa. Tendemos a juntarnos, expresar emociones, compartir información, enamorarnos y crear, y también entrar en guerras. Esto nos ha distinguido de cualquier otra especie animal, lo que nos ha permitido expandirnos a lo largo y ancho del planeta, siendo capaces de controlar el entorno más y mejor que ninguna otra especie. El triunfo de Internet -pese a los grandes cortafuegos que establecen algunos regímenes- es la prueba más global de nuestro afán por cooperar, crear y compartir información. Sin embargo, esto es algo que el hombre ya sabía cómo hacer, quedando demostrado en inventos anteriores como la imprenta, el telégrafo, el teléfono, la radio o la televisión. Por lo tanto, la complejidad de Internet era grande, pero no era intratable.
Sin embargo, en ningún momento de nuestra historia hemos aprendido a tratar con pandemias. De hecho, la estrategia inicial ante la pandemia actual ha sido muy parecida a la que se seguía desde tiempos inmemoriales: confinarse de forma drástica y esperar. Pero todo ello con unos costes sociales, mentales y económicos que no hace posible que se repita la forma de encararlo. Por tanto, ¿estamos ante un problema intratable para el ser humano como individuo, para el tipo de sociedad actual o para el modelo de Estado-Nación? Haciendo un experimento mental, ¿Qué hubiera pasado en el resto del mundo si China no hubiera confinado Wuhan y luego otras provincias tan pronto y de forma tan drástica? ¿Hubiésemos asumido de forma más rápida, si eso no hubiera ocurrido, que no era un problema tratable con nuestro conocimiento e instituciones actuales?
La propagación de una pandemia depende precisamente de dejar de hacer todo lo que nos ha hecho una especie distinta y que, por tanto, para nuestra configuración genética, psíquica, y cultural, es algo intratable. Podríamos a estas alturas conjeturar que parar una pandemia no está simplemente dentro de nuestro arsenal. Sin duda, las vacunas actuales —desarrolladas en un tiempo récord—- han mitigado el impacto del virus SARS-CoV-2 y reducido sustancialmente la mortalidad asociada al COVID-19, tal y como otras en el pasado que permitieron erradicar o diezmar enfermedades como la viruela y la polio. Sin embargo, después de dos años de pandemia no se puede afirmar que hayamos sido capaces de plantear una estrategia exitosa de control de la misma, aun existiendo ciertos países donde el impacto real de la misma en términos sanitarios haya sido muy reducido, aunque siempre con unos altísimos costes sociales y económicos derivados de importantes restricciones de movilidad y confinamientos prolongados.
Theodor Herzl escribió que el hombre moderno no tiene soluciones. Pero, aunque sean paliativos, ya es algo. Una civilización de otro planeta puede que sepa parar pandemias, pero puede que no tenga arte, ya que no tenga esa ansia de mostrar, de relacionarse, de comunicarse. Para ella, las pandemias puede ser un problema tratable, pero crear la Mona Lisa o la Quinta Sinfonía, uno intratable.
Desde un punto de vista tecnológico, la pandemia ha mostrado las grandes limitaciones de la inteligencia artificial y del llamado capitalismo de vigilancia a la hora de encontrar respuestas. Desde un punto de vista político, la falta de respuestas articuladas unida a la ausencia de marcos institucionales para hacer tratables ciertos problemas actuales. Dicho esto, las guerras son problemas tratables y desde luego no inevitables. En el caso del cambio climático, el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático y las diversas COPs (Conferencias de las Partes) se están mostrando insuficientes. No hay realmente una organización global dedicada a tratar este problema. El escritor Stanley Robinson, ha sugerido crear para ello dentro de la ONU un llamado “Ministerio del Futuro” encargado de gestionar el Acuerdo de París, aunque en su novela su falta de éxito responde a diversas causas. Ante la COVID-19, la Organización Mundial de la Salud se ha mostrado incapaz de poner en marcha sus recomendaciones. Por lo tanto, es necesario un salto cualitativo y cuantitativo en una gobernanza global con múltiples niveles, incluyendo no únicamente a los Estados y sus organizaciones, sino también a empresas y sociedad civil. Hay que transformar la fuerza de la humanidad para convertir estos grandes desafíos globales en problemas tratables. Hay que mirar arriba.
José Balsa-Barreiro es investigador del grupo CITIES de la New York Abu Dhabi University, Emiratos Árabes Unidos; Manuel Cebrián es líder de grupo de investigación en el Instituto Max Planck de Desarrollo Humano en Berlín, Alemania; Andrés Ortega es investigador asociado del Real Instituto Elcano y director del Observatorio de las Ideas.