Pseudocracia: la democracia del fango o Trump en el 11M y Valencia
La victoria de Trump confirma que ya estamos instalados ahí, en la pseudocracia. Es el régimen que gobierna quien más y mejor miente, porque nos convierte en viralizadores de su mentira (pseudo, en griego). Damos entidad a sus infundios. Incluso si respondemos con indignación, sarcasmo o ira. También así esparcimos el lodo que nos ciega. Nos zafamos con cerdos y gorrinas. Nos cubrimos de heces. Ellos y ellas, felices.
Desmintiendo al autócrata falsario le conferimos consistencia, alimentamos su imagen pública. La mentira es inasequible a evidencias y razones. La mentira tiene que ver con la intención, no con el contenido del mensaje. No existen las noticias falsas (fake news): sería una contradicción en términos, un oxímoron. Una noticia es más o menos veraz, pero nunca falsa. Y la desinformación no es consecuencia directa de Internet. La Red, eso sí, la ha abaratado y masificado.
La pseudoinformación (mejor que desinformación) es propaganda fraudulenta, notas y declaraciones oficiales no contrastadas de las fuentes con poder y publicidad corporativa encubierta, que los pseudoperiodistas disfrazan de información. Se ha mercantilizado (es un negocio) y estatalizado en las guerras híbridas. Las (inexistentes) armas de destrucción masiva, que “justificaron” la Guerra de Irak a finales del pasado siglo, aportan un ejemplo clásico.
Involuntaria e inconscientemente, generamos la mentira pública. Participamos en la pre- y postproducción. Se diseña, testa y mejora su eficacia con los datos que entregamos a las plataformas digitales. Pero el político falsario necesita titulares y pantallas televisivas para recabar votos y tener impacto institucional. Así que los pseudomedios (subvencionados o financiados bajo cuerda y/o con impuestos) generan una capa de pseudoinformación. Se considera que refleja la conversación interpersonal y pública en las mal llamadas redes sociales. Pero se trata de publicidad automatizada con IA e hipersegmentada, destinada a sectores específicos de la población. Cuanto más se polaricen, más fácil resultará manipularlos afectiva y emocionalmente.
El ruido y la furia trumpistas son propaganda y relaciones públicas falaces: no reconocen su intención ni a sus promotores. Está prohibida en el mercado de bienes y servicios. Quedan claras las prioridades del sistema pseudoinformativo. Porque en el terreno político, campa a sus anchas. Galopa en tres pasos. El trumpismo, primero, impone la agenda de los temas a debatir. Luego, los enmarca para eludir responsabilidades políticas e imputársela al adversario. Su propósito es hacer de las necesidades sociales un negocio privado, porque su agenda se limita a medrar y lucrarse. Así que acaba asentándose en un relato sobre “realidades alternativas”.
A lo mejor se entiende con un ejemplo. La DANA de Levante puede agendarse considerándola una “una gota fría” o consecuencia de la “crisis climática”. Con la primera opción, las “noticias” adoptarán marcos simplistas propios de una campaña de imagen de la Corona, la Generalitat o el Gobierno central. Es pseudoinformación deficitaria y sesgada, antepone la misión de recauchutar la monarquía o forzar la dimisión de Mazón o Sánchez a la realidad. Mutila, desvirtúa o virtualiza (inventa) hechos y declaraciones para secuestrar nuestra atención, bloquear el razonamiento y, en última instancia, deshumanizarnos: una semana hemos tardado en saber el número de víctimas posibles por la DANA. Las muertes se digieren, las tragamos mejor, a cuenta gotas. En la gota fría española y la gota malaya, el incesante goteo de muertes en Ucrania, Gaza…
Pero el dolor social no es cortoplacista, ni transitorio ni partidista. Déjense de posverdades. Hablemos de pseudocracia, sin considerar imbécil a la ciudadanía. La verdad cotidiana y palmaria, la que experimentamos en carne propia, es que “todos”, desde el Rey a la casta política, van a hacerse la foto. Y que los publicistas disfrazados de periodistas están para salvar ciertas cabezas cortando las del enemigo. A falta de guillotinas, el pueblo devuelve lo que antes le arrojaron: fango. Nadie lo gestiona mejor que Trump y los émulos patrios que le precedieron.
Este año es el XX aniversario del atentado yihadista del 11M. En marzo la FAES lanzó, otra vez, el peor bulo de nuestra historia reciente. Repetía el eslogan con el que Aznar instrumentalizó el dolor de los afectados. Quiso presentar al PP como adalid de una Constitución (que no votó) y del combate a ETA, que nada tuvo que ver con la masacre. Lo sabían entonces y ahora. Pero el comunicado oficial del shit tank del PP de este año se titulaba “Con las víctimas, con la Constitución y por la derrota del terrorismo”.
Es el relato trumpista que justifica el todo vale para derrocar al “perro Sánchez”. Era el lema de la manifestación oficial que Aznar convocó (unilateralmente) el 12 de marzo de 2004. Culpaba insidiosa e indirectamente a ETA, usando a las víctimas del yihadismo para blindar la Constitución, apropiársela y defenderla en pie de guerra. El gobierno de Aznar arriesgó (de nuevo) nuestras vidas en sus guerras bélicas y electorales. Éramos la retaguardia de la maldita guerra de Irak en la que nos había metido. Y de la guerra cultural desatada por un españolismo autoritario e involucionista, ahora más presente que nunca. En 2004, millones de madrileños y madrileñas se manifestaron, dos días antes de votar, bajo aquella pancarta. No sabían, como la Moncloa, que un comando de yihadistas seguía suelto. Más tarde, intentarían volar el AVE y se inmolarían antes de ser detenidos.
Las verdades absolutas e intemporales son materia prima del trumpismo. Aquí, ya saben: Dios, Patria y Rey. En la ultraderecha voxista o popular, bolsonarista o estadounidense, la Raza está llamada a ser Grande, Una y Libre de nuevo. Hacer un fact cheking, verificar la peudoinformación, la propaganda destilada de esas “Verdades”, resulta ridículo. Además, alimenta a quienes se llenan la boca con ellas. Retirémosles la atención y la palabra. No contraprogramemos con más espectáculo.
Agendemos, por ejemplo, la DANA como crisis climática. Y pongámosle marco, enfocándola desde la evidencia científica. Como sienten los voluntarios, todos somos responsables. Pero no en igual medida. La ciudadanía que paga impuestos ve recortados los servicios públicos, por presión de quienes más contaminan y degradan el territorio. En este caso, las corporaciones del ladrillo y el turismo que han controlado las agendas electorales y de gobierno, devastando el litoral mediterráneo. Allanaron el terreno a la DANA. Impiden adoptar medidas contra el calentamiento global.
Mejor que el marco precise la política pública a aplicar en los territorios afectados, ahora y en el futuro. Aquí, un excelente resumen de quienes saben del asunto. Y, por último, reescribamos un relato que aúne a viejos y jóvenes, derechas e izquierdas, indepes y españolistas, ecologistas todos. Serviría el Nunca Máis. Junto al SMS del Pásalo del 11M, dio lugar al 15M. La lucha contra la degradación y la devastación del planeta arranca a las puertas de casa. Limpiemos el fango de la riada y las pantallas. Después, los despachos. Mai Més.
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