Un poquito de compasión
Hagamos caso a Aznar. Tras la derrota electoral de las izquierdas-más-allá-del-PSOE, no seamos “espectadores de nuestra propia ruina”. Hace diez años, Pablo Iglesias entró en Bruselas. Ahora, Pérez Alvise. E Irene Montero hereda el papel del primero compitiendo con la candidata que Yolanda Díaz elegió a dedo.
El combate a “la casta” se ha saldado con el avance de la antipolítica que se atreve a criticar a la monarquía. Mientras que los cargos de lo que iba a ser “la nueva política” se transmiten consanguíneamente, según familias ideológicas y/o conyugales.
La plebe asiste a una interminable trifulca de camarillas de palacio. Se creen propietarias de las siglas por haberlas registrado en el Ministerio de Interior. Ajustan cuentas entre sí, olvidando (con contadas excepciones) rendirlas ante quienes les han votado.
¿Solo queda, entonces, empantallarse ante una versión cutre y casera de Succession? Pero la política no es solo storytelling. A no ser que se reduzca a un cuento épico y frívolo. Mientras unos siguen emitiendo Juego de Tronos como si fuese la novedad de la temporada, otros contraprograman con los Mundos de Yupi.
Las series dramáticas y los programas infantiles, aplicados a la política, exacerban o enmascaran legítimas discrepancias. Lo peor es que los cuentistas se crean su propio relato. Si continúan soltándoselo a un público descreído y menguante, se arriesgan a provocar penita o, peor aun, vergüenza ajena.
La autocrítica invocada por las izquierdas desunidas les sirve para (auto)flagelarse. Victimizándose, disimulan la próxima purga. Y, después, la encubren con llamadas a la generosidad.
Los mea culpa ayudan a cortar cabezas, para mantener los mismos talking heads (bustos parlantes). La generosidad se traduce en menosprecio de los logros ajenos y en cuentas infladas de sus hazañas. Practican una autofagia disfrazada de altruismo. La disimulan con juegos de rol, de tronos y princesas.
Un poquito de compasión, por favor. Si no entre ustedes, por lo menos con los espectadores. Enrojecen. Sí, pero de vergüenza ajena. Insoportable, si la sienten propia. E imposible no sentirla ante tanta llamada a rebajar los ánimos y a desinflamar conflictos.
Templan gaitas mientras las (ultra)derechas celebran la comunión (común unión). Ellas sí se retroalimentan. Comparten pitanza de electores y cargos. Simulan diferencias, pero se trasvasan votos y cogobiernan avanzando una agenda común de involución.
Un poco de compasión, cargos electos. Compadézcanse de la plebe espectadora. Y muestren que padecen juntos. Únanse, al menos, para reprobar los ataques y agravios que todos ustedes han recibido. Han sufrido (y sufrirán) la misma guerra sucia y desinformación.
No compitan en agravios. Ni pierdan tiempo lamiéndose las heridas. Las que pudieran ser mortales proceden de guerras internas. Las peleas fratricidas entre “republicanos” podrían rematar, de nuevo, la faena del guerracivilismo. Los fachas muestran una vigencia e imagen públicas envidiables. Si antes pintaron la II República como una dictadura comunista, ahora lo aplican al “sanchismo” y a sus aliados “golpistas” y “terroristas”.
Se han desperdiciado los seis millones de votos que, en conjunto, llegaron a recabar las siglas de este espacio en 2015. Ahora ya no hay fuerza para asaltar los cielos. Ni suelo firme para tomar impulso.
Apenas cabe gestionar –aquí y ahora– lo que resta al alcance de las manos; es decir, mancomunadamente. No tiene sentido envidiar el Frente Popular francés sin reconocer que aquí gobierne y lo mucho que se ha hecho. Para recobrar protagonismo, lo primero sería reconocerlo en plural (sin patrimonialismos ni vetos) reivindicando la tarea conjunta.
La compasión positiva y proactiva, las pasiones alegres a compartir renacerán sin inquisidores flagelantes ni mercadotecnia rosa. Que cese el “fuego amigo”, para recobrar un fondo mínimo de amistad y confianza. Reconozcan y denuncien juntos los costes que todos ustedes han pagado. Incluidos los excolegas, las exparejas y los excorreligionarios.
Hagan piña frente a la reacción. Y pasen, de inmediato, a celebrar lo alcanzado. Para seguir protagonizando e impulsando las medidas más atrevidas e innovadoras. Reivindiquen ciertas conquistas y asuman en conjunto otras de igual envergadura.
Avénganse sin venganzas ni terapias colectivas. La salida no es psicológica, de soluciones individuales. Esto no va (nunca debió haber ido) de conservar puestos orgánicos y cargos. Propongan al electorado medidas ambiciosas y pragmáticas. Es decir, a favor de la mayorías sociales; pero sensatas, concretas y viables.
Se trata de aunar dos corrientes que, más allá de las siglas, están presentes en cualquier organización o movimiento. Cuando los partidos verdes de los 90, se hablaba de realos (realistas) y fundis (fundamentalistas). Los primeros acometen reformas incrementales y los segundos reclaman cambios estructurales. Unos gestionan y otros presionan. Ambos ganan si se asumen como necesarios y suman fuerzas, dentro y fuera de las instituciones.
El electorado respaldará la coexistencia de las dos versiones de liderazgos y militantes. En la (ultra)derechas cohabitan sin problemas. El PP subvencionó y avaló públicamente a Alvise, que fue propagandista de UPyD, Ciudadanos, Vox y Hazte Oír. Habitan una casa común donde la coyunda asegura una prole nutrida y hermanada. Gestionan el bien público y los comunes como propiedades de la Familia. La sagrada familia de la gente de bien que deviene mafia.
Esta denuncia puede que esté calando. Pero las tribus de la (ultra)derecha sacarían pecho palomo. Reivindicarían, sin complejos ni codazos, una gestión de gobierno como la de las izquierdas; que no aprenden ni de Femen.
El problema de fondo no es que falten medios económicos y de comunicación. La cuestión es que este espacio no se lo cree. Ni siquiera a sí mismo. Se reclaman federalistas sin una organización que lo sea y quizás haya tantos nacionalistas españoles como en el PSOE caoba. Esto necesitaría desarrollarse con más calma, baste un apunte.
No se trataría tanto de federar territorios, que también. Antes y ante todo, cabe federar competencias. Implica desterrar la competencia cainita y reemplazarla por un reconocimiento recíproco y multilateral de competencias y recursos. Sin anteponer la filiación al terruño. Ni las siglas o el/la líder(esa).
La compasión (compartir derrotas y victorias) abre paso a una competencia virtuosa. Basada en logros incuestionables. Como lo es la gestión del ministerio de Trabajo, comandado por Yolanda Díaz y su equipo de CCOO. Pero el aval parlamentario se lo dio la coalición de gobierno “progresista” que Pablo Iglesias defendió en público y articuló en privado.
Quizás había otras vías y plazos, pero la alianza con las periferias soberanistas “en la gobernanza del Estado” ha permitido medidas laborales, que antes era imposible de pactar con el PNV y Convergència. Lo mismo puede argumentarse del legado de Irene Montero en el ministerio de Igualdad.
La ministra realo y la más fundi imprimieron giros en materia laboral y de género estructurales y pioneros en el siglo XXI. Lo fueron, entre otras, “la ley de los raiders” y la “del sí es sí”. Pero no se reclaman como logros complementarios. Ni se reconoce el apoyo y la implantación de esas (y otras) políticas progresistas por partidos de ámbito más autonómico o específico, como los ecologistas.
La (ultra)derecha grita que le gusta la fruta. Así tapa los frutos de las izquierdas en lo material y lo simbólico; la economía, la batalla cultural y la del territorio. La pugna se libró en las instituciones. Pero también en la calle. No lo olviden, lo digo por la Ley Mordaza.
El balance que presento puede sonar grandilocuente. Las conquistas parecerán nimias a quien aún pretenda asaltar los cielos sin reconocer que nos ha dejado por los suelos. Pero algunos avances representan mucho para quien hace diez años no levantaba cabeza ante el patrón o el agresor. Esa es la línea a seguir, con una agenda igual de ambiciosa.
Un poquito de compasión, que (si se federan) Podemos Sumar en la dirección de una Izquierda Unida o un Frente Popular. Quiten las mayúsculas, pónganse a ello. Y abran juego; dejen paso a nuevos jugadores. Hagan caso a Aznar: “Quien pueda hacer, que haga”.
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