En política, el rumor –ese chismorreo que corre de boca en boca casi teniendo el mismo efecto que un comunicado oficial– suele estar al cabo de la calle. Más en tiempos de desinformación y falta de transparencia. A veces, el chisme o runrún nace de forma intencionada y, a veces, con una clara voluntad estratégica. Y casi siempre son difíciles de controlar sus efectos.
A menos de dos semanas de que se cumpla el plazo para que se forme Gobierno o España afronte las cuartas elecciones generales en cuatro años, algunas crónicas cuentan que en el PSOE se extiende con fuerza la sensación de que Pablo Iglesias pueda facilitar a última hora la investidura sin ningún tipo de acuerdo. Un gratis total servido en bandeja de plata para que Pedro Sánchez gobierne sin poder hacerlo a modo de condena, y Unidas Podemos pueda recuperar en la oposición lo que perdió en las urnas el 28-A el tiempo que durase la legislatura, que no sería mucho. Lo justo para certificar la imposibilidad de que un Gobierno socialista en minoría y, con tan sólo 123 escaños, pudiese aprobar unos nuevos Presupuestos.
La posición de Unidas Podemos sigue siendo la misma: retomar la negociación con el PSOE donde quedó en julio. Se lo ha dicho de nuevo Pablo Echenique a Carmen Calvo en la llamada con la que vicepresidenta ha vuelto a convocar una mesa de negociación donde ambas partes se acusan de negar el principio de realidad. Unos, de refutar la victoria de Sánchez y la distancia abismal que obtuvo en votos y en escaños sobre Podemos. Y otros, de creer que con 123 diputados se puede gobernar sin necesidad de acuerdos.
Pablo Iglesias no está dispuesto a dar gratis ni la hora a un Sánchez que considera que le humilló más de la cuenta cuando le señaló en julio como el único problema para formar gobierno. El veto subió inmediatamente el precio de sus 42 diputados y no está dispuesto ni a bajarlo ni a regalarlo. Todo forma parte, sostienen en la sede morada, de una táctica de los socialistas que “canta por bulerías” y que solo persigue despistar al respetable para, al final, gobernar en minoría y alcanzar, después, acuerdos puntuales a izquierda y a derecha.
Claro que, en estos tiempos de bloqueo y habladurías, en los que los periodistas están ávidos de información que llega a cuentagotas, el PSOE tampoco escapa de que se le atribuyan intenciones que sus dirigentes niegan: que si tras el pacto programático con puestos en instituciones del Estado ahora toca explorar la posibilidad de alcanzar pactos puntuales de legislatura; que si la próxima oferta será para una entente gradual en la que se acuerde para los próximos dos años el programa y las garantías para su cumplimento y, después, la incorporación de Unidas Podemos al Consejo de Ministros a mitad de la legislatura. Por especular, se ha llegado a decir que, al final, habrá ministros de la formación de Iglesias en el Gobierno pero sin llamarlo coalición. ¡Capaces son de intentar convencernos!
La realidad es que Pedro Sánchez, a quien no le suelen temblar las piernas nunca cuando se trata de medirse con un rival, ha empezado a recibir datos de que una repetición electoral, quizá, no beneficie al PSOE tanto como le dijeron antes del verano. Le pasó ya en abril cuando le dijeron que su victoria estaría muy por encima de los 123 diputados que logró finalmente. De aquellos polvos, estos lodos. El PSOE vivió una ficción aquella noche electoral –primero porque no alcanzó los 140 escaños que esperaba y segundo porque la debacle del PP le permitió inflar una victoria que le obligaba a la búsqueda de apoyos con los que no contaba– que podría repetirse en el caso de una repetición de las elecciones.
Sin la pulsión electoral de una convocatoria para la que aún quedaría en el caso de volver a las urnas el 10-N, ya hay encuestas que dibujan un tablero político igual de infernal que el actual para la configuración de acuerdos. Esto por no hablar de la responsabilidad que los electores atribuyen ya al PSOE –más que a Podemos– del bloqueo y de la imposibilidad de hilvanar un relato coherente ante los ciudadanos de que no hay gobierno pudiendo haberlo.
De todo ello se habla en privado en el PSOE. No tanto en La Moncloa. Diputados, senadores, barones y presidentes autonómicos coinciden en la apatía de un cuerpo electoral cansado de tantas elecciones, en el error que supuso vetar a Pablo Iglesias en las negociaciones de julio y en la dificultad de construir una narrativa sobre el porqué Podemos podía estar en el Gobierno en julio, y no en septiembre.
Si no hay acuerdo con Unidas Podemos y España afronta inexorablemente unas elecciones, “nos espera una campaña muy difícil en la que, además del bloqueo, habrá variables como la de la sentencia del procés que complicarán el escenario político y con las que no es descartable que se cumpla la profecía que Iglesias hizo desde la tribuna del Congreso: si no hay gobierno de coalición, Sánchez no será ya nunca presidente de Gobierno”.
La pregunta, por tanto, es dónde está el PSOE y por qué calla en público lo que cuenta en privado sobre los riesgos de unas nuevas elecciones. Los barones irán a Logroño el sábado a un Consejo Territorial solo para escuchar y, el próximo 21 –tan solo dos días antes de que expire el plazo para la disolución de las Cortes– está convocado el Comité Federal en el que no habrá tampoco voces contrarias a la estrategia que dicta Moncloa. Nunca un secretario general del PSOE lo tuvo tan fácil dentro de la organización. No hay críticos ni voces discrepantes. Lo llaman unidad, pero en realidad es una distancia táctica porque por el acuerdo, y con Podemos dentro del Gobierno, hay muchos que están a favor aunque callen.