“Si a alguien no le gusta la monarquía, que plantee una reforma constitucional” ha dicho Mariano Rajoy con su habitual receptividad al cambio. El inminente Felipe VI tiene motivos más que suficientes para tomarle la palabra y animar a que se celebre un referéndum no solo sobre la forma del Estado, sino sobre ese hipotético nuevo proyecto constitucional que implemente los cambios que deberían haberse ejecutado hace décadas para evitar acabar dónde estamos. Despachar el asunto solo con una ley de tres folios es una mala idea, al menos por cinco razones.
Por instinto de supervivencia. La técnica de convertir la abdicación en una suerte de “divorcio exprés” genera demasiadas incertidumbres. Hacer que los españoles se vean divorciados de Juan Carlos de Borbón y casados con Felipe de Borbón antes de que puedan darse cuenta saldrá bien a corto plazo. Pero a largo plazo parece probable que ahonde los problemas de legitimidad y supervivencia institucional de la corona. A la gente no le gusta que le hagan tragar con las cosas, prefiere que se las expliquen.
Por empatía generacional. Felipe de Borbón tampoco pudo votar la Constitución de 1978 por ser menor de edad. Un hombre tan preparado como él habrá escuchado alguna vez aquello que sostienen los buenos constitucionalistas: cada generación debe poder votar su propia constitución. Seguro que también tiene ganas de urna.
Porque popularidad y legitimidad no son lo mismo. Conviene no confundirlas. La primera vende revistas, libros, películas y da audiencia en la televisión, pero no sirve para gobernar. La segunda presupone la condición indispensable para configurar una institución democrática y poder gobernarla. La legitimidad la reconoce la gente, no se impone, ni se decreta. Si la gente vota monarquía, le estará otorgando la legitimidad que necesita y que necesitará aún más en el futuro, con la bomba de relojería del caso Nóos aún sin desactivar.
Porque negar la realidad solo conduce a la extinción. Calles y plazas se llenaron el lunes reclamando poder votar e invocando a la República. Podemos discutir si constituye o no un debate que ahora mismo polarice a la sociedad española. Pero eso no implica que sea una buena idea negarlo o evitarlo. La abdicación se precipitó por el temor a que, si se esperaba más, peligraría la mayoría parlamentaria que va facilitar la sucesión. Eso no arregla nada, solo gana tiempo. En un sistema político en transformación la monarquía, o se adapta, o muere; como los dinosaurios.
Porque lo ganaría. Como buen republicano, intento no engañarme y procuro saber en qué país vivo. Tras 30 años de monopolio monárquico, la inercia de la corona tira más que la expectativa republicana entre una opinión pública que tiene muchas cosas de qué preocuparse. No parece descabellado afirmar que en este momento la monarquía ganaría sin apuros cualquier votación contra la República. Anímese excelencia, todo son ventajas y sus hijas se lo agradecerán. Se lo dice un republicano leal.