Plagas de fake news, candidatos que llaman por teléfono en mensaje grabado sin haberles facilitado el número, precampaña irritante para provocar rechazo a la cita con las urnas del que sacar beneficio. Las elecciones ya no son lo que eran. No dejamos de oír que la campaña electoral se juega en WhatsApp. No solo, hay más vías. Lo que resulta imprescindible conocer es el porqué, las motivaciones últimas de los votantes en este momento histórico, las influencias que sufren y cómo afectará a la sociedad en su conjunto. Más aún, a los seres humanos que la componen.
Desde la elección de Donald Trump en 2016 como presidente de EEUU se han sucedido resultados en las urnas tan sorprendentes como aquél. El que llevó al poder en Brasil al ultraderechista Bolsonaro en lugar estelar. O el Brexit, el referéndum para una salida o no del Reino Unido de la UE. Los votantes no se habrían vuelto locos en masa como dedujeron algunos analistas. Atando cabos, vamos sabiendo que sus opciones no fueron ni tan improvisadas, ni tan aleatorias como se pensó, sino que pudieron responder a nuevos métodos de la estrategia electoral. No siempre limpios. No advertidos, sobre todo.
Ni conspiraciones, ni paranoias, computación aplicada a fines concretos. De alguna manera, se está hackeando el sistema político. Así llegó a definir la táctica, Dominic Cummings, el asesor político que fraguó el triunfo de los eurófobos para la salida del Reino Unido de la Unión Europea. “Brexit: La guerra incivil”, película producida para la Plataforma de televisión HBO, narra la metodología empleada. Y en ese sentido es todo un Tratado de ciencia electoral que vienen confirmando otras informaciones.
Métodos dudosos, sin duda. Han sido denunciadas algunas de las empresas de consultoría participantes como la canadiense AggregateIQ (AIQ), Cambridge Analytica o la propia red de Facebook al chocar con el Reglamento Europeo de Protección de Datos. Estamos ante nuevas formas de abordar al votante. En Europa no terminan de ponerle freno. En España los propios partidos se fabricaron una habilitación legal para recopilar datos personales sobre ideología política de los ciudadanos y enviarnos… propaganda. Los recursos aún no han fructificado. Los detalles aquí. Están llegando a pedir y dar autorización -incluso plataformas electorales que pasan por progresistas- para emitir tuits en nombre de los asociados sin conocer su contenido previo. A estas alturas, el cartel y el mitin parecen decimonónicos. La libertad individual también.
Las estrategias más sofisticadas usan algoritmos para la selección de la población en campañas electorales. Básicamente, a través de empresas que utilizan minería de datos para saber dónde están los votantes a los que se puede captar y qué mensajes pueden convencerlos. El camino es doble. De un lado, analizan al electorado; del otro le llenan con los contenidos que interesan. Steve Bannon, uno de los artífices fundamentales de la victoria de Trump, empleó este tipo de estrategia. Para Bolsonaro fue base absoluta de su campaña. Y en el Brexit, de la mano de Cummings, desde luego.
Existe actualmente un conocimiento sociológico sin precedentes. Solo en Facebook se juntan dos mil millones de personas alimentando sin parar la base de datos. Actualizándola varias veces al día. Facebook funciona como funciona. El Congreso de los Estados Unidos y el Parlamento británico llamaron a testificar hace un año a su fundador y CEO, Mark Zuckerberg, por la fuga de datos de 50 millones de usuarios. Se dan criterios preocupantes de censura, de quitar voz y de amplificarla, como mostró esta exclusiva de eldiario.es AñadanWhatsApp que también pertenece a Facebook, otras plataformas como Twitter. Así, fijan y estudian patrones de conducta. Saben cada uno de nuestros gustos y preferencias, los estados de ánimo, cuánto dormimos, qué nos motiva. Nos conocen mejor que nosotros mismos.
Los datos son poder y las emociones un flanco vulnerable, según sean utilizadas. El conocimiento previo lleva al diseño de mensajes individualizados incluso. Los algoritmos aprenden, se adaptan, predicen y diseñan. La programación, así, sirve lo que se quiere oír y lo que conviene a su estrategia. Convierten en realidad las pesadillas, y dan alas a los sueños. Dos tercios del electorado no suelen cambiar de opinión, ni de partido haga lo que haga, estiman los expertos. El campo donde actuar es el otro tercio donde habitan los influenciables y los que dudan entre lo que les dicta el corazón y la cabeza. Entrarían ahí hasta las apelaciones al voto útil.
Se pueden encontrar, como ocurrió en la campaña del Brexit, a ciudadanos que no votaban, de los que no se ocupan los partidos, ni están en su base de datos. Ciudadanos que en muchos casos se sienten abandonados. Enfadados por la precariedad que les dejó la crisis y por el futuro que les espera a sus hijos. Importante: Rechazan los datos. No se creen las cifras que les dan oficialmente. No confían en los políticos ni en las instituciones, desde luego menos que en generaciones precedentes. Signos comunes en muchos países. Auparon a Trump, aúpan –no sin interesada ayuda mediática- a la ultraderecha española. Cocidos en un cóctel de miedo y odio, como llegan a definir los estrategas, están cayendo en los extremismos que les dan aliento, ilusoriamente, con repuestas falsas.
WhatsApp es en efecto la base esencial de propagación de los mensajes. De las fake news como es sabido y también de la propaganda política más o menos camuflada. Hay gente que confía más en su cuñado, en un amigo, en ForoCoches, que en lo que diga ningún candidato o medio. Es una sociedad que se mueve más por emociones que por la razón. Lo que representa un peligro para la toma de decisiones de envergadura. Ya pesa más lo que sienten y “creen” que “la economía”, como anticipan los partidos. No les mueven los recortes, el empleo, los sueldos, los servicios sociales, ni las pensiones al parecer, aunque lo digan, sino lo que apela a sus sentimientos. Y ahí, en todos los países afectados, funciona sobre todo lo que entienden por pérdida de identidad nacional.
Incluir en el mensaje un factor emotivo, repetir el mensaje una y otra vez –oigan a Ciudadanos, por ejemplo, todas las horas de todos los días repitiendo cuatro conceptos en bucle- e invocar la pérdida de identidad, son pilares básicos. “Recuperar el control” es el lema que mejor funciona, se usó para el Brexit del Reino Unido. El Make America Great Again, hacer grande América otra vez, en Estados Unidos. El amor a España -que resuelve los problemas por sí solo como el bálsamo de fierabrás- prescrito por Vox. Aunque las evidencias de la farsa salten por los cuatro costados. Ocultar donaciones con el uso de testaferros. Vivir de lo público sin haber dado un palo al agua. Es el caso de Abascal, que estuvo un año al frente de una fundación pública, cobró 82.000 euros de sueldo y no hizo ni un solo proyecto, con la connivencia ya del PP de Esperanza Aguirre.
A un grupo notable de votantes les suena bien “recuperar el control”, lo que solo existió en sueños muchas veces. El Brexit precisamente lo demuestra: tanto correr para no llegar a parte alguna. Y, sin embargo, ahí siguen los adeptos, a querer volver a una época en la que todo tenía sentido. En España, nada menos que el franquismo puro y duro que una democracia imperfecta no erradicó. Flagrante falta de información y de espíritu democrático.
La triple derecha española es pródiga en la apelación emocional, sobre todo a la identidad española que oculta los problemas reales. En “Brexit: la guerra incivil”, aconsejan utilizar a los grandes estrategas de la historia porque las tácticas no cambian se ejecuten con lanzas o con peleas en Twitter o en un circo televisivo. Se cita El Arte de la Guerra, escrito por el General chino Sun Tzu varios centenares de años antes de la Era Cristiana. Evita combatir en el terreno del contrincante porque en ese ganaran, hay que llevarlos a otro escenario en el que estén fuera de lugar y sean vulnerables, viene a decir. Y, ése, sí es un buen consejo. Desmentir, rebatir en su terreno las mentiras y los ataques de esa derecha unida y nociva, PP, Vox y Ciudadanos, por tanto, les favorece.
No es derecha contra izquierda, es lo nuevo contra lo viejo, dicen, mientras una imagina escenarios menos bucólicos ¿Adónde vamos como sociedad por este camino? Las elecciones pasan, aun con sus decisivos cambios de orientación política. Lo peor es cómo se está infiltrando el tutelaje y la vigilancia de las votaciones, de la propia vida. Dejar que otros decidan por nosotros. Acabar con el derecho a decidir que sí existe y como pilar fundamental del ser humano. Hasta en el acto que parece simple y no lo es de emitir libremente un voto.
Es hora de recuperar el control, sí. De los seres humanos que piensan y sienten, y hacerlo desde luego con la pasión que exige hacer frente al peligro que nos acecha.