Como cada año en septiembre, la vuelta a la escuela, al instituto, a la universidad y al trabajo marcan el pistoletazo de salida de la temporada de epidemias por enfermedades infecciosas respiratorias, siendo los resfriados los principales protagonistas. La agrupación de gente en sitios cerrados favorece la transmisión de estas enfermedades, especialmente entre los niños que son 'contagiadores' natos por sus características particulares. Las empresas de alimentación y de 'salud' conocen muy bien este fenómeno y aprovechan para bombardearnos con publicidad por todas las vías posibles para inculcarnos una idea totalmente errónea desde el punto de vista sanitario, pero brillante desde el punto de vista del marketing: “Tienes que ayudar o reforzar tus defensas”.
El afán por vender ha prostituido hasta límites insospechados el concepto de 'defensas inmunitarias', llegando hasta al punto de hacer creer a una buena parte de la población que sus defensas necesitan ayuda o refuerzo. Así, la medicalización de la vida diaria, al convertir a personas perfectamente sanas en 'enfermos' que necesitan 'tratamiento crónico' es una estrategia de ventas tan genial como carente de toda ética. De hecho, no es casualidad que unos famosos yogures, pioneros en sacar tajada en este terreno, se diseñaran con forma de botellita de jarabe. La idea que se quiere vender es que estás tomando una 'medicina', ya sea con mensajes explícitos o implícitos.
Vamos a dejarlo claro: Una persona sana, normal, con una dieta corriente, no tiene absolutamente ninguna necesidad de tomar nada para ayudar o reforzar sus defensas. Además, coger resfriados o gripes no indica, para nada, que nuestras defensas necesiten algún tipo de ayuda, sino que son procesos que forman parte de una vida de lo más sana, por mucho que nos disguste. Cuando nuestro sistema inmune se enfrenta por primera vez a un virus que no conoce, es normal que padezcamos los típicos síntomas que todos conocemos (mocos, tos, fiebre o febrícula, malestar general, dolor de garganta...) y que son reacciones normales de defensa de nuestro organismo.
Los niños, al no tener tanta experiencia inmunitaria como nosotros, se exponen con más frecuencia a virus que son totalmente nuevos para ellos y, por tanto, padecen enfermedades infecciosas leves con mucha frecuencia (entre 8 y 10 infecciones al año, de media). La doctora Amelia Arce resume muy bien este fenómeno en niños en su artículo No es un déficit de defensas, es un exceso de ataques. Además, como explica, con mucho acierto, la doctora Gloria Colli, si tuviéramos las defensas bajas, no tendríamos catarros, diarreas o gripe, sino que estaríamos sufriendo meningitis, neumonías, otitis complicadas y otras cosas mucho peores.
A pesar de esta tozuda realidad, abundan multitud de productos que garantizan “ayudar a tus defensas” cuando, en realidad, son del todo inútiles y un gasto innecesario de dinero. ¿Cuáles son esos productos? Las vitaminas (totalmente innecesarias con una dieta sana), incluyendo la vitamina C, la homeopatía, la miel, la equinácea, la jalea real, los yogures con probióticos, el Imunoglukan, el propóleo y cualquier producto alimentario o complemento dietético que publicite dicho beneficio. Ninguno de ellos ha demostrado científicamente en ensayos clínicos que ayuden a las defensas ni que su uso proteja frente a infecciones, sencillamente porque no hay nada que reforzar si el sistema inmunitario funciona con normalidad. Además, en caso de padecer problemas inmunitarios de verdad, los productos anteriores resultan del todo inútiles.
Si las empresas realizaran un marketing honesto (al estilo de trailers honestos), sus eslóganes serían más o menos así: “No podemos hacer nada por tus defensas, pero podemos venderte la idea de que realmente estás haciendo algo por ellas y así sentirte mejor contigo mismo mientras nos llenas el bolsillo. Lo hacemos no sólo porque es rentable, sino porque también existen muchos huecos legales en la legislación publicitaria que aprovechamos para hacerte llegar este mensaje engañoso”.
Entonces, ¿qué podemos hacer para prevenir los resfriados, las gripes y otras enfermedades infecciosas? Las medidas más efectivas son muy baratas y de sentido común: Lavarse las manos con frecuencia y con jabón, estornudar y toser sobre las mangas, vacunar cuando esté aconsejado y evitar los hospitales, si es posible, durante época de epidemias. En otras palabras, la defensa más efectiva contra las epidemias es disminuir las probabilidades de entrar en contacto con los microorganismos que los causan y limitar el contagio a los demás. Desafortunadamente, las mejores medidas para la salud pública suelen estar huérfanas de patrocinadores salvo que se utilicen para mejorar la imagen de una determinada marca o empresa. ¿Quieres realmente ayudar a tus defensas? Pues minimiza las probabilidades de exponerte a los microorganismos responsables de las epidemias.