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Reivindicación de las aulas

Niños en el hall del Colegio Privado Alameda de Osuna en el primer día del curso escolar 2020-2021, en Madrid (España) a 7 de septiembre de 2020. Los colegios públicos comenzarán mañana, 8 de septiembre, las clases de forma escalonada, que en Madrid, como en el resto de comunidades, estarán marcadas por las medidas impuestas por el gobierno autonómico para prevenir los contagios de COVID-19.

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“La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales”

Art. 27.2 Constitución española

Una de las cosas que siempre he admirado más de los cineastas franceses es lo bien que han sabido siempre tomarle el pulso a cuestiones sociales y muy especialmente a la educación. Cada comienzo de curso, por ejemplo, recuerdo la dura y emocionante Hoy empieza todo de Tavernier, que debería proyectarse en todas las facultades de Derecho para explicar qué es el Estado Social. Recuerdo además varias películas que en los últimos años han abordado la complejidad que suponen las aulas en las que conviven diversas culturas. No ocurre lo mismo en el cine español. Son escasísimas las películas que tienen como espacio dramático la escuela y como sujetos protagonistas a los maestros y las maestras. En mi memoria, solo permanece ese bellísimo ejercicio de memoria democrática que es La lengua de las mariposas. Supongo que hay una estrecha relación entre el maltrato sistemático que la educación sufre en nuestro país y su escasa relevancia en los imaginarios creativos. Tal vez en este caso encontremos la conexión más estrecha y dolorosa entre políticas que nunca nos hemos tomado aquí muy en serio y que van de la mano en la construcción de sociedades democráticas avanzadas. La educación y la cultura deberían ser dos de los ejes irrenunciables de las políticas públicas en un Estado que, como el nuestro, dice responder a las exigencias de los adjetivos social y democrático de Derecho. Lo contrario, es decir, lo que habitualmente hacen quienes nos gobiernan, sería un incumplimiento flagrante y sistemático de la Constitución.

Por todo ello, me ha resultado tan reconfortante ver una película como Uno para todos. Y mucho más hacerlo justo en el inicio de un curso en el que la pandemia, y su burda gestión, está poniendo al descubierto todas las costuras de nuestro sistema, entre ellas, las que más afectan a nuestro bienestar y que son las relacionadas con la educación y la sanidad. Porque no se trata solo de que el sistema esté demostrando una falta de liderazgo, de inteligencia colectiva, de coordinación y de lealtad, además de la evidente carencia de recursos materiales y humanos, sino que, en una situación de crisis, está dejando al descubierto las miserias que arrastra desde hace años. Unas miserias que derivan de la ausencia de unas políticas públicas comprometidas en serio con una enseñanza de calidad, más allá de las ocurrencias de escaparate con las que nuestros políticos juegan a ver quien la tiene más larga, pero también de un clima social en el que, en general, la educación, y no digamos sus principales protagonistas, los maestros y las maestras, nunca han gozado del suficiente reconocimiento.  Porque mucho me temo que en cuanto comunidad no hemos sido capaces de situar la escuela en el eje central de nuestra vida política, entendiendo por tal la que nos remite a la convivencia y a los valores democráticos, la que en definitiva nos hace ciudadanos y ciudadanas. De ahí el carácter político del derecho a la educación.

Uno para todos tiene la gran virtud de contarnos lo que habitualmente no vemos y que, por tanto, difícilmente podemos valorar. La peripecia de un maestro interino en un pueblo pequeño de Aragón a lo largo de todo un curso nos permite, más allá del conflicto dramático que centra la película, ponerle rostro a todas esas personas que tienen en sus manos, y casi siempre en condiciones poco favorables, la indispensable y hermosa función de forjar ciudadanía. Acierta el director, David Ilundain, y por supuesto las dos guionistas, Coral Cruz y Valentina Viso, al no caer en sentimentalismos ni en efectismos al abordar un tema tan complejo como el acoso escolar y al mostrarnos con toda su verdad a un grupo de chicos y de chicas a quienes vemos madurar como sujetos empáticos y responsables. De la mano de un maestro que va descubriendo junto a ellos y ellas la necesidad de la cooperación, de la escucha del otro, en fin, de las emociones como trampolín esencial desde el que entender y asumir las coordenadas de la convivencia. Un maestro que David Verdaguer interpreta con honda ternura y que escapa a los estereotipos del macho alfa, que poco o nada tiene que ver con el profe de gimnasia, que no asume un rol dominante en un contexto donde las mujeres son mayoría. Él mismo es una suma incierta de vulnerabilidades y angustias, tan perdido como su alumnado. Es decir, una masculinidad desubicada, incapaz durante mucho tiempo de gestionar sus emociones y necesitada de un soplo que le haga pasar del silencio, apenas roto por el agua que cae del grifo, a las palabras sanadoras.

Hay pues en Uno para todos muchas claves, incluido su liberador final, para que, como pasa siempre en el buen cine, podamos mirarnos en la pantalla como si fuera un espejo. Ese que en estos tiempos de pandemia y de crecimiento de la desigualdad debería ponernos alerta sobre lo que debería ser una obviedad democrática: sin escuelas públicas el futuro está condenado a ser un embudo muy estrecho, sin maestros ni maestras reconocidas y bien pagadas es imposible sostener todo un sistema que requiere personal entusiasta y entregado. Un horizonte que solo es posible alcanzar en aulas donde la convivencia, las miradas, los conflictos y los abrazos permitan educar en los valores sin los que la democracia, tan frágil, se convierte en botín de mercaderes. Un reto que en estos tiempos de mascarillas y distancia social solo puede conseguirse con más medios y más profesorado, o lo que es lo mismo, con unas políticas prioritarias en la Ley de Presupuestos y no en los duelos partidistas de las tribunas.

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