La responsabilidad del periodismo

28 de enero de 2022 22:34 h

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Vuelven a sonar graznidos de guerra, la pandemia sigue ocasionando más de 100 muertos diarios y se acentúan las amenazas de involución. No hay más que ver -en este último punto- que este fin de semana España (Madrid) acoge una cumbre de la ultraderecha europea organizada por Vox con los dirigentes más radicales de los neofascismos. Varias crisis juntas actúan a la manera de un catalizador. En situaciones extremas es cuando con más claridad muestra cada cual lo que es. Su auténtico trabajo y su calidad humana. Dañar a la sociedad por intereses personales o de grupo de influencia no es hacer política. Servir informaciones falsas o desentenderse de la verdad desde los medios, no es ser periodista aunque cuelguen los títulos hasta de las lámparas del techo.

Nos están montando una guerra como quien erige el escenario para una actuación. Si prácticamente todos los micrófonos y todas las cámaras enfocan a un solo lado, la sociedad -víctima en diferentes grados- no sabrá lo que ocurre. Aunque se sirvan con la apariencia de una falsa equidistancia.

Escribía el periodista Javier Valenzuela en Infolibre que “la ”peli“ de Ucrania ya la hemos visto antes en Irak. Un presidente americano en apuros inventa o exagera un conflicto exterior para recuperar popularidad”. Son los mismos directores y productores, los muy activos personajes secundarios y la misma publicidad, la que disparan en particular las televisiones sensacionalistas. Hoy son prácticamente todas, y teniendo muy claro quién manda.

Javier Valenzuela, que fue corresponsal en varios países, argumenta que él sí ha estado en guerras como periodista –en Oriente Medio y los Balcanes- y sabe lo fácil que es empezarlas, lo difícil que es detenerlas y lo terribles que son para los combatientes y, aún mucho más, para las poblaciones civiles.

Es imprescindible recalcar esa clave: saber de lo que se habla, haberlo experimentado en primera persona lo cambia todo. De ahí que, antes, la información se buscara donde se produce. Olga Rodríguez nos hizo un nudo en la garganta –a mí, sí- en su artículo “Cuando la realidad no cabe” de hace algunas semanas. Con una pila de cadáveres en el suelo, al lado de “la madre huérfana de hijo que acababa de relatarnos cómo lo habían asesinado”, le dijeron desde Madrid al teléfono que la crónica “no cabía”. Y explicaba que por cosas como esta, ella “deja” el periodismo una vez cada dos meses. Aunque siempre vuelve.

Conocemos la experiencia y advertimos que el problema se agrava en aceleración vertiginosa. Una sensación tan alejada del corporativismo de tabla rasa que parecen de dos planetas distintos. La opinión pública no estaría comprando la tan manida versión del “enemigo ruso” a palo seco si conociera todo el contexto en su amplitud. Ni tragaría las descomunales mentiras de Pablo Casado presentado en cada informativo televisado como el líder de la oposición renacido al amanecer de sus disparatadas declaraciones de cada víspera. Ni tendría en los altares de la fama a  Isabel Díaz Ayuso tras haber abandonado a los ancianos de las residencias a su cargo o haber diezmado la Sanidad Pública. Ni asistiría como un evento más a una cumbre ultraderechista internacional, a la que probablemente prestaran voces y ecos en las televisiones si nos atenemos a lo que suelen hacer. No engullirían las falacias y calumnias de indeseables sentados en un plató para pervertir cada vez un poco más la verdad, el periodismo y hasta la dignidad humana. No lo harían. Y es muy grave constatar que llega a tanto su influencia. La capacidad de elección cuenta por grandes que sean los vendavales de la disuasión, pero no a todos.

En México han matado a tres periodistas en una semana. No insulten su memoria llamando periodistas a los que no lo son porque ejercen otra profesión muy distinta. Y es terrible saber que ha sido ese quehacer al que se dedican lo que ha enturbiado tanto el conocimiento de los hechos que aporta el periodismo.

Periodistas como Erika Reija, que informa con verdad y mesura desde Moscú. O Mavi Doñate, que lo hace desde la Francia del más dialogante Macrón, la que vivió y nos contó el coronavirus desde China. O Anna Bosch, que busca las claves de las próximas elecciones a la presidencia de Francia, definiendo los porqués del poder de la ultraderecha. Por citar la televisión pública, la TVE que tanto suelo criticar si no hace lo que debe hacer. La lista es larga, demasiado para enumerarla.

Y no olviden a los fotoperiodistas y reporteros gráficos de televisión capaces, con su sensibilidad y precisión, de reflejar lo que ocurre mejor que mil palabras. Gracias a ellos queda constancia de acontecimientos decisivos que sin la imagen podrían quedar ocultos. Logran ese fundamental estar ahí y mostrarlo.

Déjenme que anote otro nombre y otro hecho altamente destacado como la masacre de los geriátricos, a la que ha dedicado días y días de investigación el periodista Manuel Rico de Infolibre. Él ha estado en las residencias, ha visto los lugares donde todo sucedió, ha hablado con las familias, ha buscado y estudiado los protocolos. Y… se sorprende del grado de deshumanización al que ha llegado esta sociedad ante la muerte de personas con nombres y apellidos. La deshumanización, anoten. Cuando no se quiere ver, ni sentir.

Como mejor se ve, se interioriza y cala de por vida es in situ. Donde se huele el sudor y el dolor. Tanto como la fuerza y las esperanzas en ella fundamentadas. Desde un despacho y un móvil no se ven las guerras, ni el sufrimiento de las víctimas desde la mesa del editor que dice “no cabe la crónica”. Ni el temblor de frío durmiendo en el suelo a 0º de los aspirantes a recoger la oliva en un lugar tan cercano y civilizado como Jaén. O en los cayucos perdidos en el mar. No es lo mismo leer que ver desmembrarse la Unión Soviética desde una puerta estrecha en un muro en Berlín, o desde los mercados desabastecidos hasta la nada de Moscú. O ver nacer en apogeo el neoliberalismo radical en la Inglaterra de Thatcher que nos acompaña desde entonces.

No es información política divulgar los dimes y diretes de los dirigentes, lo es investigar sus decisiones en cuanto afectan a los ciudadanos. No son periodismo sino espectáculo la mayor parte de las tertulias que ocupan un lugar desproporcionado frente al tiempo dedicado a la información, que no se limita a yuxtaponer declaraciones o hace de la trivialidad una categoría mediática. Al punto de enmarañar de tal forma las noticias que se oculta el valor positivo de datos como la creación de empleo o el crecimiento de la economía con récords no conocidos en varios años.

Al margen de cataduras morales proclives que se ven claras, a menudo me pregunto qué excusa se buscan para hurtarles la verdad a los ciudadanos ofreciéndoles una versión distorsionada. Y no sirve el “hay que comer” porque existen formas más honestas de ganarse la vida. Hacen mucho daño. Y eso conlleva una responsabilidad.

Produce frustración ver cómo se impone el falso periodismo y comprobar sus consecuencias. Pero siempre emerge algún compañero, muchos compañeros, que colocan cada punto en su lugar para recordarnos por qué seguimos aquí. Porque cada daño cuyo origen se ignora, cada puerta que se abre sin que se vea, nos hace más vulnerables como sociedad frente a las arbitrariedades en alza del sistema deshumanizado, de matonismos varios, tan profundamente desigual hasta en el acceso a la información veraz. Y esto tiene que caber en las noticias como sea. Desde Thatcher y Reagan a hoy, han ido restando derechos y la gran tala se ha consolidado en Madrid sin ir más lejos. Y aún se propone la vuelta de tuerca (al cuello) de más ultraderecha.

Un intruso en el palacio de Buckingham despierta a la reina Isabel II para pedirle, pobre, que les libre de Margareth Tatcher. En la versión de la serie The Crown le dice: ¿Impuestos? Ella se gasta ese dinero en una guerra innecesaria y, mientras tanto, todos aquellos derechos que nos daban bienestar están desaparecidos. El derecho a trabajar, el derecho a ponerse enfermo, a ser viejo, a ser frágil, a ser humano... desaparecidos. Por esto seguimos, para que no nos quiten también el derecho a estar informados.