La sábana ensangrentada de Francia
¿Cuándo sucede el “clic”? ¿En qué momento nuestros ojos se abren para mirar fijamente lo que antes negaban? Me refiero a ese gesto al que la escritora y pensadora Carolina Sanín se refiere siempre como 'conversión' y a ese mismo que la novelista Cristina Morales prefiere nombrar como 'politización'. Ese gesto que tiene que ver con la comprensión de una injusticia y con el motor que dentro de nosotras se enciende para tratar de acabar con ella.
Se le llame como se le llame, la veterinaria María Sánchez lo describe muy bien en su ensayo sobre feminismo y campo, 'Tierra de mujeres': “Este aislamiento de las mujeres es una enfermedad que ha sabido expandirse por todos los estratos. Me siento igual que alguien que descubre las habitaciones de una casa abandonada y va entrando, cuarto por cuarto, levantando las sábanas que cubren los muebles y buscando un reflejo en las ventanas y en los espejos. No. No es sólo la casa en la que crecí. La infección llegaba a todas las capas de mi vida: el colegio, la universidad, mi trabajo”. Aunque Sánchez esté narrando un descubrimiento íntimo, relacionado además con algo tan suyo como es su árbol genealógico, la metáfora de esa casa llena de sábanas viejas que lo esconden todo puede aplicarse a un proceso más universal. Yo misma me repito una y otra vez cómo fue el ejercicio de abrir los ojos después de conocer a la periodista Luciana Peker en un congreso sobre periodismo y violencia machista. Sus palabras, sus experiencias, su energía y contundencia a la hora de hablar del feminicidio en Argentina fueron las manos que levantaron las sábanas polvorientas de mi casa.
Qué importante es ese “momento individual” en una lucha colectiva. Sin él, lo plural tampoco existiría. Es la suma de ojos que se abren la que desvela el contenido bajo la sábana. Y la prueba la tenemos en lo que está pasando estos últimos meses en el país vecino, donde hasta hace no mucho ni siquiera los medios de comunicación parecían reflejar en sus agendas la necesidad de luchar contra la violencia machista.
Siguiendo con la metáfora de Sánchez: Francia ha entrado en un gran salón y ha levantado la sábana. Y lo que ha encontrado debajo de ella es el terror de un centenar de cuerpos manchados de sangre. En un país en el que el diccionario no reconoce la palabra feminicidio —algo que no es tan raro si comparas con España, donde la Real Academia lo aceptó hace tan solo cinco años, pero que sí sorprende si atendemos a que también es el país de Europa desde el que se ha escrito la mayor producción de pensamiento feminista durante el último siglo— son las asociaciones feministas las que han decidido no volver a pasar por alto los datos sobre violencia machista que vienen recogiendo de manera independiente a las cifras oficiales que facilita el Ministerio del Interior. Teniendo en cuenta que a cuatro meses de acabar 2019 la cifra ha alcanzado las 101 víctimas, las alarmas han saltado y desde las instituciones, los medios de comunicación y las calles se han empezado a buscar medidas urgentes.
Desde 2017 sólo Agence France Press y Libération informaban al respecto: en los últimos tres meses la preocupación se ha hecho visible desde otras cabeceras. El ruido mediático es cada vez mayor, las manifestaciones son cada vez más recurrentes. Incluso Emmanuel Macron se presentó la semana pasada en las oficinas del 3919 —la línea telefónica habilitada para que las mujeres de todo el país llamen a contar su historia, o para recibir la orientación y ayuda que precisan— y pasó dos horas escuchando testimonios anónimos.
Con todo, resulta extraño pensar que un país como el francés se encuentra al comienzo de un camino mucho más largo y espinoso. Por eso, tal vez la verdadera pregunta sea qué hacer después del “clic”. Cómo actuar después de que nuestros ojos se hayan abierto para mirar fijamente lo que antes negaban. De dónde tomar las fuerzas cuando al fin hayamos entendido que esto no va a ser fácil. Que seguirá doliendo.