Anoche fue el segundo intento por parte de Jordi Évole de visibilizar a través de su programa, Salvados, la realidad invisible que vivimos las mujeres en nuestro país. El primero fue el programa que dedicó a la violencia de género, y bajo mi punto de vista, no acertó. Aquí hablé de ello en aquella ocasión.
Ayer volvió con un programa llamado 'Nosotras', en el que pretendía (y no me cabe duda de que con la mejor de las intenciones) mostrar a la audiencia cómo influyen los estereotipos sexistas. Desde que son pequeñas, a las niñas se las enseña a ser cuidadoras, a ser prudentes y a ocupar el menor espacio posible. A los niños se les inculca que pueden y deben tomar el espacio libremente, se les regala juguetes que llevan implícita la acción y se les anima que se expresen a través de ella.
Me pareció acertado empezar así el programa, porque realmente todos esos juegos separados por género son los que, en gran medida, moldean el futuro de esas niñas, empujándolas a elegir cuando llegan a adultas entre su vida profesional o su vida personal. Los hombres adultos no se ven nunca en esa disyuntiva, porque en ningún momento les han enseñado que los cuidados, la crianza y las tareas domésticas es algo que vaya con ellos. Y acaban teniendo lo mejor de los dos mundos: ser padres si quieren, ya que nadie espera que todo el trabajo que eso conlleva recaiga exclusivamente sobre ellos, o no serlo si quieren: porque a los hombres no les hace falta descendencia para sentirse “completos”. Y, a la vez, ni se plantean no desarrollar su carrera profesional por tener hijas o hijos. A lo único a lo que están socialmente obligados es a tener un trabajo, porque les han inculcado que ellos han de ser los principales proveedores de la familia. Mucho ha de deconstruirse su masculinidad un hombre para que el hecho de no tener trabajo y estar mantenido por su mujer no acabe haciéndolo sentir que es un inútil o menos hombre.
Una de las cuatro invitadas a debatir, Lali Corralero, cuidadora y limpiadora, menciona con mucho acierto que si su trabajo fuera socialmente aceptado para hombres y desempeñaran de forma normalizada sus funciones, el salario sería mucho más digno y justo de lo que actualmente es. Pero no lo es, es un trabajo entendido como femenino, y ese pequeño ejemplo da muchas pistas de cómo y por qué se produce la feminización de la pobreza a nivel global.
Pero para ilustrar esa toma de decisiones, el programa profundiza en la vida de dos mujeres que han tomado decisiones muy diferentes. Por un lado, está la mujer profesional que deja su vida laboral para dedicarse exclusivamente a su hijo: “Yo no me he sacrificado, yo estoy aquí porque quiero”; y por otro lado, la historia de otra mujer que no tiene intención de ser madre, por lo que se ha volcado en cuerpo y alma a su carrera: “A mí me encantan mis sobrinos. Pero un ratito, luego a su casa con su madre”. Estas dos mujeres no son precisamente ejemplo de mujeres que tienen que elegir. Estas mujeres han elegido libremente. O todo lo libremente que podemos ser las mujeres si dejamos de lado todos los mensajes recibidos por el camino sobre cuál debe ser nuestra misión en la vida.
No hubo ejemplos de mujeres que realmente tienen que sacrificar una parte importante de su vida para poder atender a la otra. Y así lo recalca Lali Corralero, precisamente es ella quien lo nota de entre todas las invitadas: Rosa María Calaf (periodista), Aurora Berra (directiva) y Mara Dierssen (científica). “Habéis elegido ejemplos de mujeres que pueden decidir, pero no todas pueden”, dijo la cuidadora.
Pero no es lo único incongruente del programa. El error, desde mi punta de vista, que comete Salvados es el mismo que en el anterior programa: cómo se trató el feminismo. En el especial sobre violencia de género directamente la palabra ni se nombró. En este sí, pero se trató de forma lamentable, tanto, que casi hubiera sido mejor ignorarlo de nuevo.
¿Hasta cuándo vamos a ver el feminismo como algo anecdótico dentro de todo lo relacionado con nosotras? ¿Cuándo vamos a entender que es justo el feminismo el único movimiento que lucha por la liberación de las mujeres? ¿Por qué no termina de entenderse que fueron las feministas radicales las que, desde 1970, presionaron para que las violaciones dentro del matrimonio fueran consideradas violaciones? Porque recordemos que hasta entonces la violación no existía dentro de la pareja, se sobreentendía que si una mujer estaba casada con su marido, absolutamente todas las relaciones sexuales estaban ya consentidas.
¿Por qué seguir ignorando la importancia del feminismo incluso en programas que hablan de nuestra obligación a elegir entre maternidad o vida laboral? ¿Acaso no son el machismo y el patriarcado los que nos empujan a esas circunstancias? ¿No es el feminismo la única lucha que pelea por abolir el patriarcado?
Si todas las mujeres que salieron en el programa son trabajadoras es gracias al feminismo. Si se hacen programas con perspectiva de género dedicados a nosotras es gracias al feminismo. Si existe una ley contra la violencia de género es gracias al feminismo. Si votamos es gracias el feminismo. Si podemos gestionar nuestros propios salarios es gracias al feminismo. Si podemos decidir sobre nuestros cuerpos es gracias al feminismo. Si podemos divorciarnos es gracias al feminismo.
Sin embargo, la parte dedicada al feminismo fue anecdótica. Évole preguntó al final a las cuatro invitadas si se consideraban feministas. Y ahí llegó la tensión. No todas las invitadas tenían conciencia feminista y no todas se sintieron cómodas con la pregunta. Berra, la directiva, antes de contestar, se justificó: “Si por feminismo nos referimos a que peleo por la igualdad, sí”. Dar a entender que existen feministas que no están interesadas en la igualdad fomenta el concepto de que existen las temibles “feminazis”, que no están interesadas en la igualdad ni en la liberación de las mujeres, sino en “algo más”. Perpetuamos de nuevo así que hay infiltradas dentro de la lucha feminista que lo que buscan es la supremacía de la mujer. Feminazis, hembristas. Mujeres peligrosas de las que es mejor desmarcarse antes de contestar que sí, que eres feminista.
Lali Corralero, la cuidadora, directamente confesó que no se consideraba feminista. Tratar el tema del feminismo tan sólo con esto, sin una experta en igualdad o una feminista que le diera réplica, no sólo es injusto para el feminismo, también lo es para la propia Corralero, porque no me cabe duda de que sí es feminista, o al menos tiene todos los elementos para serlo: es consciente de la feminización de la pobreza, se enfrenta día a día con el machismo, reconoce la transversalidad de la opresión de género.
Si digo que no me parece justo ni para el feminismo ni para ella es precisamente porque hay muchas Lali Corraleros que sí tienen conciencia feminista y hubieran estado dispuestas a expresarse en el programa de ayer. Mujeres que no se hubieran justificado antes de decir que sí son feministas y mujeres que nunca hubieran negado el movimiento.
Quizás Salvados sólo quería mostrar la realidad del país, que hay mujeres haciendo feminismo sin reconocerse como feministas, o mujeres que simplemente creen en la existencia del hembrismo, pero de realidad ya vamos sobradas, no hacía falta ahondar en esa cuestión. O si querían profundizar en ella, qué menos que haber dado lugar a un debate donde las que sí tienen conciencia feminista, como Calaf, hubieran podido defender la teoría feminista.
¿Por qué preguntar por el feminismo de pasada sin más análisis? ¿Por qué dejar que, una vez más, el feminismo quede denostado, pisoteado y separado en diferentes tipos de feministas: las buenas y las malas, como dijo Pérez Reverte? Nunca entenderé que algo así pueda parecerle una buena idea a alguien que lo que intenta es ensalzar la necesidad de liberación de las mujeres, como creo que era la intención de este Salvados. Imagino que es, precisamente, la falta de conciencia feminista también en el equipo de Évole y en el propio Évole la causante.
“Dejad de culpar al patriarcado sobre esto también, si precisamente la mujer de clase trabajadora es la que no es feminista, quizás deberíais hacer autocrítica en el feminismo”. Algo así me comentó un hombre (faltaría más) ayer en Twitter.
Creo que lo que menos se le puede pedir al feminismo es más autocrítica. Que no aceptemos consignas machistas en debates y pasemos de eternizarnos en conversaciones con hombres que obviamente no tienen nada que aportar, no significa que como movimiento no sea autocrítico. Lo es y mucho. Con nosotras mismas y entre nosotras.
Culpar al feminismo de la poca conciencia feminista que pueda tener una mujer no sólo es injusto, es no haber entendido nada. No haber comprendido, por ejemplo, que es una lucha estigmatizada por ser una lucha de mujeres. Que es una palabra maldita que ni siquiera se atreven a nombrar mujeres que están en un plató para hablar de la opresión de género y sus consecuencias. Que sale en la TV y en los medios siempre para ser criticado y para desinformar. Que programas progresistas como Salvados dejen en el aire ese concepto de feminismo bueno y malo. Que las feministas recibimos críticas e insultos todos los días. Que sigue teniendo gracia, incluso entre los más jóvenes, hacer vídeos y chistes que parodian la figura de la feminista, vídeos y chistes que alcanzan difusiones millonarias. Es no haber entendido que ni gobiernos ni organismos ni la inmensa mayoría de los medios de comunicación nos apoyan, sino que suponen un obstáculo.
Querer culpar a las feministas de que haya tantas mujeres que no se identifiquen con el feminismo es como culparnos porque sigue habiendo feminicidios. Ambos casos son obra exclusivamente del machismo y del patriarcado. Si culpamos a su solución, estamos poniéndole más zancadillas de las que sufrimos en el día a día.
“Siempre parecéis ser sospechosas de algo”, protestó Évole ayer. Y sí, de esto también; como dijo Khaled Hosseini en Mil Soles Espléndidos: “Como la aguja de una brújula apunta siempre al norte, así el dedo acusador de un hombre encuentra siempre a una mujer. Siempre”.