“Evitar las victorias sobre el jefe. Toda derrota es odiosa, y si es sobre el jefe, o es necia o es fatal”.
Baltasar Gracián. Oráculo manual y arte de prudencia
No hay peor sordo que el que no quiere oír ni necio mayor que el que se procura una sordera permanente para ejercer el poder sin trabas. Esto es exactamente lo que de forma mimética están reproduciendo todos los líderes políticos españoles, cada uno en sus tiempos y en sus modos, y esta circunstancia unida al ego de los propios dirigentes está creando no sólo dinámicas perversas sino ecosistemas en los que el sentido crítico y el sentido de la realidad no tienen cabida alguna.
El último en llegar ha sido Pablo Casado creando una ejecutiva a la medida de su talla, escasa, en la que no ha primado ni la experiencia política o vital, ni la sensatez, ni siquiera el conocimiento de las bases del propio partido. Lo único que puede decirse del blindaje que ha introducido a su alrededor es que ha demostrado su inequívoca voluntad de imponer su voluntad, llámese marquesa de Casa Fuerte, y ha dejado claro que él es el líder máximo y que no tolerará ni injerencias ni presiones ni consejos sobre todo si son atinados. Casado se ha buscado una portavoz que nominalmente refleja su postura, que es la de una casa fuerte en la que sólo permanece el que baile el agua y toque las palmas.
Casado no busca un órgano de dirigencia sino un círculo de secuaces.
El día anterior fue Alberto Rivera el que procedió a crear un círculo de adoración megalómana a sus ideas, esas que están laminando el capital político de su formación y de forma paradójica sus propias posibilidades de alcanzar algún día el poder. Rivera ha contestado a la protesta crítica, a la defección de los que conservan algo parecido a las ideas o los ideales, con una purga y un círculo de mariachis. Aumentando sus supuestos apoyos en la dirección del partido sólo buscaba diluir a los disidentes, a los defensores de las esencias, a los que aún conservaban la inteligencia de reconocer la realidad. Los más radicales en el halago han ocupado su lugar.
Rivera no buscaba un grupo de consejeros sino un ejército de secuaces.
Las dos formaciones de la derecha han llegado tarde a estas lides. El enroque del liderazgo de Podemos tiene más poso y más tronío. Han sido años de empuje y defenestración de las cabezas que tenían otros puntos de vista y meses de encastillamiento en una gobernanza de partido que está tan entretejida con los sentimientos personales que no alcanza a ver razones más allá de tal emocionalidad. No hay inteligencia alguna en un líder que no quiere rodearse de aquellos capaces de discutirle y cuestionarle cada movimiento relevante por muy brillante que uno luzca.
Iglesias no quería un círculo de íntimos sino una sacristía de secuaces.
Lo del PSOE es de sobra conocido. Primero fue el aparato el que quiso laminar a Sánchez y después ha sido Sánchez, el renacido, el que ha ido pieza a pieza construyendo su propio entorno seguro en el que sólo cabían también los que le acompañaron en el viaje, cuestión de lealtad pero también de seguridad, y cada vez más sólo aquellos de entre ellos que son capaces de comprender el indescifrable mensaje que diseña con tinta de estrategia el augur de turno. Lo malo es que tampoco queda lugar para la simple y llana voz del que quiera recordar que a Pedro lo llevaron allí las bases del partido y que no lo llevaron para que le tendiera la mano a la derecha, como tampoco lo hicieron los votantes. No tiene a nadie que le cuente que aún están por escribir los episodios de El Ala Oeste en los que el país revienta por las costuras, incapaz de soportar tanta ineficiencia.
Sánchez ha vuelto a las esencias de un aparato lleno de secuaces.
Los gustos y las veleidades de cada uno de ellos no tendrían ninguna importancia si no fuera porque la consecuencia del aislamiento de un líder entre un círculo de próximos medianos que siguen sus doctrinas, sus opiniones, sus gustos, sus decisiones y hasta les ríen una gracia tras otra, se están reflejando en el sistema democrático y de convivencia de los españoles.
No hay mayor idiota que el que aparta el talento y se rodea de mediocridad. Ya de por sí el sistema partidista es una mala noticia para la excelencia. Sobresalir sobre el líder es pecado de lesa osadía. Como me dijo en su día un presidente del Tribunal Supremo: “en este país, Elisa, no te cortan la cabeza, lo que te cortan son las piernas. Consiguen así el doble objetivo de que no sobresalgas y de que no puedas moverte”. Puede que sea la única sabiduría que les ha sido trasmitida a algunos de los líderes de los que ahora dependemos.
Los secuaces crecen y toman posiciones. Hacen de su trabajo una ideología. Alaban al líder y lo aíslan perfectamente de cualquier reflexión crítica. Evitan que se tope en sus delirios con la cruda realidad.
La política es negociado de secuaces, no de idealistas. Ahí nos duele.