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La siega

Inma Nieto, candidata de la coalición 'Por Andalucía' a la presidencia de la Junta, con la vicepresidenta Yolanda Díaz, en la Feria de Sevilla.
7 de mayo de 2022 23:09 h

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Hay brotes verdes en la izquierda. Pequeños y débiles, como los que iluminaban el olmo seco de Antonio Machado. Veremos lo que tardan en cortarlos y joderlo todo. Lo que se ve floreciendo no es del gusto de quien plantó la simiente. Es un cultivo con atisbo de ser frondoso y nutritivo pero con un crecimiento incontrolado, autónomo y soberano de las manos que lo idearon. La lógica impondría dejarlo crecer hasta ver los frutos que ofrece, pero se ha decidido cortar por lo sano. Lo que no puedes controlar es mejor segarlo. Se puede hacer con métodos quirúrgicos o mediante otros más radicales, como la quema de la tierra para eliminar lo que se piensa que son malas hierbas aunque no sean más que cultivos no deseados. El problema de las purgas radicales es que dejan el terreno yermo para próximas cosechas y cuando queramos comer solo nos quedará la caridad del patrón.

En Podemos se segó la militancia y se necesitarán años en barbecho para que la izquierda contestataria tenga una buena cosecha con la que poder enfrentarse al campo de batalla que es la política institucional. Estos días hemos visto un ejemplo de ese vacío de cuadros, militantes y talento en el espacio poscomunista que vino a capitalizar Podemos y que tras quedar hecho pedazos convirtiendo los círculos en arcos de radio inconexos no hay manera de reconstituir. La izquierda en Andalucía no sabe lo que quiere ser, no tiene a nadie para liderar y a quienes se lo proponen –periodistas, jueces y activistas– lo rechazan debido al escaso potencial del proyecto que pueden ofrecer. Nadie quería ir y a los de dentro se les consideró la última opción. No es solo que no haya capacidad para seducir talento exterior, es que no tiene capacidad para protegerlo de las inclemencias que puede provocar una respuesta positiva. Pero no nos perdamos en disquisiciones extemporáneas, Andalucía era solo otro fractal de una lucha por el poder a nivel nacional. Ni siquiera importaban los andaluces a quienes tumbó el preacuerdo desde Madrid para desgastar el liderazgo de Yolanda Díaz. 

Eric Hobsbawm defendía la idea de los frentes populares argumentando que no hay nada que tema más el capital y la burguesía. Los que admiramos al maestro marxista no nos atrevemos más que a seguir sus enseñanzas y defender con romántica ternura y consciente inocencia la necesidad de tener siempre a la izquierda unida frente a enemigos poderosos. Pero es terreno baldío operar con esos mimbres. Añoro cantar otras letras, pero las que me han sido dadas son con las que tengo que ejercer de bardo. La izquierda se une por sometimiento de arriba hacia abajo, con modos patriarcales, de matones y maltrato. Cuando tienes poder usas la maza, cuando estás más débil eres el yunque. Dependiendo del poder que ostente una formación somete a las que tienen menos y cuando las tornas se dan la vuelta le pasa la factura guardada en el cajón. Es una realidad triste, pero es la que nos ha tocado vivir y contar. No existe colaboración, solo dominación. 

El frente amplio andaluz es menos amplio que el que se presentó en las últimas elecciones. Se ha disgregado y atomizado para volver a unirse con menos piezas de las que resultaron tras la ruptura. Para este viaje no necesitábamos tantas alforjas. Lo ocurrido en Andalucía es la primera batalla de una disputa interna por tener el control del espacio, Yolanda Díaz no se ha dejado mangonear y ha salido respondona. Esperaban sumisión. La ciudadanía progresista desearía altura de miras y que los que antes mandaban supieran reconocer que su tiempo pasó y cedieran el liderazgo sin poner trabas ni boicotear la herramienta más efectiva para la mejora de la vida de forma concreta y material de la clase trabajadora de este país. No va a ocurrir. La guerra se dará y tendrán que ganarla. La primera batalla ha dejado victoriosa a Díaz. Porque si en algo hay un frente amplio es en no dejar pasar ni una a los que antes dictaban con puño de hierro. 

Las luchas fratricidas acabaron con el potencial transformador de una formación que cambió el panorama político español pero que no ha podido sobrevivir a los egos de sus creadores. De aquel espacio sobreviven algunos salarios y unas vidas más cómodas, algunas reformas y muchas heridas y cuentas pendientes que pasar. En eso están. En ir tachando de la lista todos los agravios sentidos para devolver parte del sufrimiento. De todos los rescoldos y escombros sobrevive el proyecto que tiene Yolanda Díaz en la cabeza. Eso es caza mayor. No les bastó con terminar con la generación más ilusionante de la política progresista de los últimos 40 años, sino que ahora van a por lo único que quedó vivo en una política suicida de tierra quemada que sirva para reinar sobre las cenizas.

El triunfo era una costumbre romana que dotaba de honores al general que había otorgado a Roma una victoria militar en el extranjero. El triunfante entraba en la ciudad con una toga picta, una corona de laurel y un siervo que susurraba al oído “Respice post te! Hominem te esse memento!” (Mira tras de ti, recuerda que eres un hombre). La costumbre romana servía para recordar al triunfante que dejase a un lado la soberbia y no cayese en el pecado de la arrogancia, la venganza y la altivez. Ni imaginaban los patricios que pudiera darse esa falta en la derrota. Pero no conocían a la izquierda española. El problema estriba en que la siega de cuadros fue de tal calibre que ya no queda ni un siervo que merezca tal nombre. El frente amplio costará sangre aunque no quede nadie vivo al final de la contienda. Es triste, pero ya no pararán.

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