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Sísifo y el ciclo del consumo

Fotomontaje de Grete Stern, 1949

Begoña Huertas

Cuando hace unos años la explosión de una plataforma de la compañía petrolífera BP en el golfo de México ocasionó una de las mayores catástrofes medioambientales del planeta, una marca de calzado puso a la venta una línea de zapatos que simulaban estar manchados de petróleo. Que parte de los beneficios de esa colección fueran a destinarse a la recuperación de la fauna del lugar era lo de menos, el vertido de toneladas de crudo fluía “con naturalidad” desde el desgraciado mar hasta los bolsillos del emprendimiento neoliberal. Hoy, con el desempleo ya asumido como catástrofe natural y continuada, veo que se ofertan camisetas con el slogan “Unemployed”. Otras, más chistosas aún, afirman bajo la imagen de un oso: “En paro hasta primavera”, y al margen añaden como claim de refuerzo: “un oso en paro que se queda hibernando hasta la primavera o hasta que acabe la crisis. Regalo ideal para invierno, primavera y verano y otoño también, porqué no”. El poder del capitalismo es venderte incluso la ruina que ocasiona.

Vender es el combustible que mantiene en marcha la maquinaria, y lo peor es cuando lo hace a ritmo de desfile militar, con invariable paso firme y prietas filas: Navidad, San Valentín, carnavales, ya es primavera, día del padre, día de la madre, ya está aquí el verano, vuelta al cole, Halloween, Navidad, San Valentín, carnavales, ya es primavera... ¿Es el ciclo de la naturaleza? No, es el ciclo del consumo en el que vamos consumiéndonos. Un ciclo que desgasta la creatividad del ser humano y que a la larga es insostenible para el planeta. Un ciclo un tanto obsceno, además, si se tiene en cuenta que casi 13 millones de españoles se encuentran al borde del umbral de la pobreza.

Claro que a mí también me gusta recibir y hacer regalos, y disfruto si puedo comprarme un vestido nuevo o ir de tiendas. No soy ninguna asceta mística. Estoy hablando de un consumismo ciego, de un absurdo calendario marcado por las compras. Como Sísifos del siglo XXI, trabajamos -subimos la montaña- para realizar la compra preceptiva -la piedra en lo alto- pero, sorpresa, es un instante de felicidad y la piedra cae. Hay que empezar de nuevo. Albert Camus observaba que si cada vez que Sísifo subiera la piedra lo hiciera con la esperanza de que ésta permaneciera arriba no habría tragedia. La tragedia derivaba de la certeza de conocer la inutilidad de su empeño. Pero Camus iba más allá: paradójicamente, esa certeza, esa conciencia de lo absurdo era lo que podía salvarle, haciéndole superior a su destino.

En fin, en nuestras particulares subidas y bajadas de montaña (trabajar/consumir, trabajar/consumir, etc) también la clarividencia puede ser, además de un tormento, una victoria. Reconocer que uno está ciego (como los dioses dejaron a Sísifo) no le ayuda a ver, pero al menos puede darse cuenta de que tiene un problema en los ojos. La idea de trabajo en un sistema concebido de esta forma pierde todo su sentido de realización y no es más que una actividad alienante agotadora de burros moviendo la rueda de molino con un único fin, la compra absurda e innecesaria en el momento en que la maquinaria nos lo ordene. Leo que España, uno de los países con más desempleo de Europa, es sin embargo el que más gasta durante estas fiestas navideñas.

Concluía Camus sobre Sísifo: “proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la amplitud de su miserable condición: en ella piensa durante el descenso”. No sé hasta qué punto nosotros pensamos en ello. Pero no estaría mal descender estos días la montaña poniendo en perspectiva el tan cacareado aumento del salario mínimo por parte de M. Rajoy, una medida que tiene trampa y es claramente insuficiente como ha señalado el economista Eduardo Garzón. Tal vez pensar un poco en ello nos ayudara a pasar del ciclo del absurdo a la rebeldía.

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