¿Sueles pillar Uber u hospedarte en un Airbnb? La realidad de la falsa economía colaborativa
Seguramente has usado los servicios de Uber, Deliveroo, Lime, Airbnb, Cabify o Glovo. Si no las has usado, al menos te sonarán de algo. Sobre todo recientemente, por controversias referentes al granito de arena que estas empresas ponen para acentuar la precariedad laboral que caracteriza nuestro triste mercado de trabajo. Pero, ¿cómo llegamos a esta polémica?
En 2006 la revista Time te nombró a ti como persona del año. Sí, a ti, no pongas esa cara. Quizá lo recuerdes, la portada mostraba un ordenador con pantalla amplia y versaba: “Persona del año. Tú, sí, tú. Tú controlas la Era de la Información. Bienvenido a tu mundo”. Llegaba el momento del ciudadano de a pie. Internet, las tecnologías de la información y la comunicación (TICs) nos daban poder, voz y acceso al mundo desde cualquier rincón. La web 2.0 nos colocaba en un papel activo, interactivo y con nuevas vías de ingreso a la red como los móviles. No sólo se nos abría una vía de expresión, sino también de realización incluso económica, con unos clicks se presentaba la posibilidad de convertirte en prosumidor: productor u oferente de servicios y contenidos, a la vez que consumidor o demandante con poder de opinión pública de los productos o servicios de los demás prosumidores.
Ante estas circunstancias, se retomaron ideas económicas, tan utópicas como complejas, englobadas en la denominada economía colaborativa. Las TICs y la web 2.0 aparentemente ofrecían la oportunidad de avanzar hacia una economía que se alejase de la competencia de mercado, permitiendo una economía basada en la cooperación en la que se tomase en cuenta la reputación del oferente, que ahora podríamos serlo todos y no sólo grandes empresas, transitar al consumo responsable, colectivo y sostenible.
Utilizando todas estas virtudes “teóricas”, irrumpen desde 2008 las ahora denominadas plataformas de economía colaborativa, con la aparición de Airbnb, basada en San Francisco, California, seguida por Uber en 2009, nacida en la misma ciudad. A partir de entonces, surgen, y siguen surgiendo, varias más desde otras latitudes. Las que más te suenen quizás sean Cabify (2011 Madrid), Deliveroo (2013 Londres), Glovo (2015 Barcelona) y Lime (2017 California, financiada por Uber).
Desde entonces, su crecimiento ha sido explosivo. El informe Plataformas de Economía Colaborativa: Una mirada Global expone que en el caso de Europa, de 2013 a 2015 el valor de las transacciones de este tipo de empresas ha pasado de 12 a 28 millones de euros y se calcula que para 2025 el conjunto de estas empresas tendrá un crecimiento de 2.000% respecto al 2015, es decir, anualmente aumentarán en 200% sus ingresos. De las plataformas existentes destacan dos, que acaparan el 60% del valor de todo ese mercado (176 empresas o plataformas en 2016): Uber valorada en aproximadamente 44.130 millones de euros y Airbnb en 25.500 millones.
A la par de su éxito, también llegaron los conflictos. Resulta que estas empresas con la bandera de la economía colaborativa se ofrecen como meros intermediarios que facilitan una plataforma para que los prosumidores interactúen. Sin embargo, en los hechos son oferentes de servicios que externalizan todos los costos. Es decir, las responsabilidades laborales son sólo del trabajador (seguridad social, IVA, herramientas de trabajo, seguros, IRPF, etc.). También operan con ventaja sobre otras empresas que ofrecen los mismos servicios y que cumplen con leyes, normas o impuestos propios de los países donde funcionan. A esto se le llama competencia desleal, puesto que estas plataformas son un modelo de negocio que aún no tiene regulación fiscal adecuada.
Además, el tema que más ha resonado en relación con la “economía colaborativa” es la precarización del trabajo. Probablemente la estás sufriendo en tus propias carnes o la ves muy de cerca con algún familiar o amistades, sabes bien de lo que trata: lo que ganas está de reír para no llorar, echas más horas que un reloj…, en fin, testimonios varios recorren la web. En el caso de las personas que se “autoemplean” en estas plataformas (exceptuando Airbnb), más del 70% ganan menos de 500 dólares mensuales. Pongamos algunos ejemplos para entender mejor por qué se les señala como empresas de empleos precarios.
Airbnb en su plataforma web ofrece la oportunidad de que cualquiera ofrezca un alojamiento para que otro usuario encuentre un sitio donde hospedarse al viajar, además de la experiencia de la convivencia entre hospedero y viajero. En los hechos, ha ocurrido que muchas personas que no llegan a final de mes con sus ingresos tienen permanentemente alquilada alguna habitación del piso o el salón. Deja de sonar bonita la experiencia si te pones a pensar que llegas cansado del primer curro, que no te da para vivir, a limpiar la casa para tu siguiente hospedado. A su vez, esto ha generado dinámicas más macabras de especulación y gentrificación ante la crisis de la vivienda en ciudades como Madrid. La gente que alquila piso se encuentra con precios prohibitivos y termina siendo expulsada de los barrios, puesto que resulta más rentable el alquiler por Airbnb a turistas (50% de la oferta de Airbnb de Madrid está en pisos del distrito de Centro de Madrid), encareciendo la vida cotidiana de la zona.
Uber, el gigante a la cabeza de este tipo de empresas, ofrece una aplicación para el móvil desde la cual se puede solicitar servicio de transporte. Cabify es similar. El problema con éstas ha radicado en que los taxis tradicionales de las ciudades donde operan les acusan de competencia desleal, puesto que pretender aparecer como una plataforma para acercar a conductores y usuarios, sin embargo, obtienen ganancias de ese mercado y sin las mismas responsabilidades fiscales. Fue por esto que en diciembre de 2017 el Tribunal de Justicia de la UE calificó a Uber como una empresa de transporte, puesto que no sólo intermedia, sino que ofrece el servicio, lo organiza y controla los precios.
Eso no ha detenido a Uber, que ahora con Lime llena varias ciudades del mundo con sus patinetes eléctricos y paga a quien se dedique a recogerlos y recargarlos, obviamente sin considerar empleado a quien lo hace sino como alguien que quiere un “dinero extra”. La empresa también planea “uberizar” otro tipo de servicios como camareros y guardas de seguridad, es decir, más trabajo precario, sin aparente empleador y con toda la responsabilidad laboral en el “autoempleado”.
Lo mismo ocurre con Glovo y Deliveroo (enfocado a comida), plataformas que se manejan como intermediarias entre quien desea que alguien le haga una compra-recogida-entrega y quien desea hacerlo en bici para ganar dinero por ello. En realidad, los repartidores tienen condiciones de trabajo sumamente precarias, tanto así que en el caso de sufrir un accidente es solamente su responsabilidad.
Resumiendo, a apenas diez años de la aparición de estas plataformas en la web, la realidad es que estamos ante una falsa economía colaborativa, estas empresas están aprovechando las condiciones de desempleo y precariedad de los trabajadores y del anonimato que otorga la relación impersonal que permite la web entre el empresario (jefe oculto) y el “autoempleado” (trabajador precario).
En general, no podemos culpar a estas empresas por la precariedad de todo el mercado de trabajo. Eso lo estamos padeciendo en todo tipo de empleo y su origen tiene causas más viejas y complejas relacionadas con el neoliberalismo que en España comenzó a ser más notorio en los noventa, con el auge de las contrataciones temporales, y terminó de acentuarse con la crisis de 2008, agravándose cada vez más hasta la fecha. Sin embargo, tampoco les quitaremos a estas compañías la responsabilidad de aprovecharse de estas condiciones y profundizarlas.
¿Qué podemos hacer al respecto? Pues como diría el filósofo Foucault: el poder no se posee, se ejerce. Comencemos a creernos lo que la revista Time nos dijo hace ya 12 años: nosotros controlamos, al menos lo que nos deja a la mano las TICs y la Era de la Información. Pensemos que estas plataformas ofrecen su servicio a través de la web en la que tenemos muchas posibilidades de control.
Así que, primero, podemos procurar no usarlas. Segundo, si ya te son indispensables los servicios de esas empresas, quizás existen alternativas que no conozcas y que son plataformas de verdadera economía colaborativa. Por ejemplo, como alternativa a Airbnb, en 2016 surge Fairbnb que funciona en cooperativas localesFairbnb, buscan evitar los efectos negativos del turismo, así como reinvertir los beneficios en proyectos sociales de los barrios. La plataforma alternativa de bicimensajería en Madrid se llama Cleta, que también funciona como una cooperativa ética. Y en varios países comienzan a surgir alternativas éticas a Uber.
Tercero, recuperemos el verdadero sentido y significado de la economía colaborativa, no dejemos que se limite ese amplio concepto con tanto potencial a una mera denominación de un grupo de empresas sin responsabilidad social y que lo usan como eslogan. Una verdadera economía colaborativa es incompatible con el capitalismo neoliberal que nos rodea. Esto también quizás nos ayude a ser un poquito menos ingenuos. La irrupción de nuevas tecnologías no cambia por sí sola el sistema económico. Puede ser una herramienta que nos facilite la tarea y, en efecto, darnos poder. Pero como dijo el tío Ben, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”: en este caso, usar la web 2.0 sabiamente para detener el avance de la precariedad laboral y comenzar a construir una verdadera economía colaborativa.