'The Crown', tiempos vividos bien contados
La cuarta temporada de The Crown (Netflix) es una historia bien contada. Refleja los tiempos vividos, si bien quizás no sus tempos. Hay algo de invención, pero son recursos de guion que permiten explicar muchas cosas. Me ha hecho recordar episodios vividos directamente, y narrados, cuando entre 1979 y 1982 fui primero estudiante en Londres y luego corresponsal de El País en el Reino Unido e Irlanda, con la suerte de que me tocó vivir y narrar algunas historias importantes.
Una de ellas, que no aparece en la serie, es la muerte en prisión en Irlanda del Norte, el 5 de mayo de 1981 tras 66 días de huelga de hambre, de Bobby Sands, del IRA Provisional, y que desde la cárcel en la que estaba prostrado fue elegido diputado británico en una elección parcial. Otros diez le siguieron en ese ayuno suicida. Aunque Margaret Thatcher les cerró el camino a Westminster, aquel fue el inicio del proceso de paz que llevó a los Acuerdos de Viernes Santo, con Tony Blair en Downing Street (tras John Major que lo impulsó. Thatcher había sido objeto de un atentado en Brighton en 1984). El IRA Provisional y su brazo político, el Sinn Fein, se fueron percatando de que no podrían ganar con el terrorismo su guerra, así la vivían, y que la vía política les aportaba posibilidades. Pero claro, de eso no nos dimos cuenta en aquella noche y días de disturbios en Belfast y otras ciudades norirlandesas tras la muerte de Sands. En esta temporada de The Crown, centrada en la Familia Real, lo relevante es el terrible asesinato de Lord Mountbatten, el último Virrey de la India (la joya de la corona del Imperio) a manos del IRA Provisional, en agosto de 1979, que causó una conmoción entre los británicos, no digamos ya en Palacio, donde era un factor de equilibrio.
Otra gran historia de aquellos tiempos es la de Margaret Thatcher y el thatcherismo. Con otros compañeros estudiantes fuimos a presenciar la caída en Westminster del Gobierno laborista de James Callaghan, que ya sabía que iba a perder esa votación pues uno de sus diputados mayores, enfermo, no iba a poder votar en la fatídica sesión. La serie describe a Thatcher, de origen pequeño-burgués (se lo reprochaban los mandamases de su partido), que, efectivamente en público remachaba sus mensajes neoliberales simplones. La anquilosada economía y sociedad Reino Unido de entonces estaba necesitada de una sacudida. ¿Pero esa? El paro se disparó. Pronto las calles de Londres y de otras ciudades empezaron a llenarse de personas, muchas veces jóvenes, que no tenían ni trabajo ni dónde dormir. Thatcher encontraría después en Ronald Reagan su gran aliado. Pero el personaje en The Crown, más allá de sus vestidos y peinado, no es fiel reflejo de lo que era la dama de hierro, una temida dura parlamentaria -yo iba muchas veces los miércoles al Parlamento a ver sus Question Times, uso que no se había instaurado aún en España, a aprender lecciones de envidiable parlamentarismo. Pero en privado sabía ser suave en sus formas, con voz pausada y con encanto personal, como pude apreciar en tres o cuatro ocasiones en que tuve la ocasión de hablar con ella (las entrevistas las hacía el director del periódico). Cabe recordar que fue la primera dirigente de un país importante que condenó el golpe de Tejero en España aquel 23F de 1981 antes de que fracasara. Y fue de las primeras que consideró que con Gorbachov llegado a la cúspide del sistema soviético se podía negociar.
Seguramente Michael Fagan, el que en 1982 logró penetrar en el Palacio de Buckingham y llegar hasta el dormitorio de la Reina -historia real que tuve que cubrir- no le contó a esta lo que recoge ese episodio. Pero es un recurso del guion muy bien traído para relatar la tragedia social que estaba provocando el thatcherismo, y de la que, seguramente, la Reina estaba desconectada pues ni anda por las calles de Londres, ni coge el metro.
Sin la personalidad y obstinación de Thatcher tampoco habría habido guerra y victoria británica en las Malvinas, que hizo revivir ciertos instintos imperiales de un país venido a menos (luego viajaría a aquellas islas con el primer contingente de periodistas extranjeros, lo que me permitió conocer las Falklands y, en el camino, la isla de la Ascensión). Thatcher contribuyó así a la caída de la dictadura argentina. Hay que decir también que en los Consejos Europeos era la líder mejor preparada, que se había estudiado los temas en detalle (como Angela Merkel, por cierto).
Y naturalmente, está “la boda” del príncipe Carlos y Lady Diana, a la que asistí, ataviado, porque así se exigía, con chaqué, sombrero de copa y guantes blancos. Carlos, acompañado de su best man, pasó a unos pocos metros de donde nos encontrábamos los periodistas, en el ala derecha de la catedral de San Pablo, y le noté enrojecido y nervioso. Pero, de nuevo, no sospeché entonces lo que iba a venir después, ni de que se tratara de una boda bastante convenida, al menos para él. No es seguro que enseguida derivara en un matrimonio a tres, como refleja la serie, pero sí que Diana era una incauta, vacía, aunque su matrimonio (y su comportamiento después) embelesó a la mayoría de los británicos. La quinta temporada de The Crown lo tendrá difícil para superar la película The Queen, de Stephen Frears.
Los británicos tienen esa capacidad de vendernos su propio sistema y sus propios personajes como si fueran lo mejor del mundo. Han logrado hacer una serie muy interesante, sobre un personaje, Isabel II, nada interesante. Pero lo importante no es eso, sino cómo la monarquía inglesa, que se remonta a la Edad Media, y luego británica, se ha tenido que ir adaptando a los nuevos tiempos. Y hoy mantiene su popularidad. Lo importante es la institución, de ahí el título de la serie. The Crown es una lección sobre usos y personalidades y la dureza y liviandad de una familia, pero también una lección de constitucionalismo, aunque a esta Reina, según esta versión, solo la educaran en su juventud en los aspectos de la Constitución no escrita, pero real, que se refieren a la Corona. No necesitaba más, pero ella acabó pidiendo más.
The Crown inventa, sí, pero no sobre lo básico. Un ministro ha pedido que Netflix especifique en su emisión que se trata de una obra de ficción. Y lo es. Pero refleja bien una época, unos personajes y una institución.
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