La única solución al alquiler será la okupación
Echo de menos los tiempos en los que podíamos hablar de cualquier otra cosa. De hecho, apenas recuerdo lo que era una conversación trivial antes de la pandemia. Ahora, casi todas las charlas con mis amigos o mis conocidos están atravesadas por tres temas; uno de ellos extinto –el Covid–, el alquiler y las guerras mundiales venideras. Pecaremos de cenizos, pero ya casi no chismorreamos de nada y todo lo que hablamos va envuelto en un halo de pesimismo cínico.
El otro día, por ejemplo, quedé con una amiga de la universidad a la que hacía meses que no veía. Ella es de Calasparra, un pueblecito al norte de Murcia, muy cerca de la frontera con Castilla La Mancha, en el que trabaja como panadera y camarera –y no en el mismo sitio–. Acaba de mudarse por ¿tercera vez? a la capital de la Región y, aunque está buscando trabajo aquí, sigue subiendo de jueves a domingo a su pueblo para trabajar.
Mi amiga siempre dice que vivir en Murcia no le renta en absoluto; que lo hace porque su chico es de aquí y a la larga va a tener más oportunidades, y hasta hace poco nos criticaba a los que preferíamos la ciudad a los pueblos porque la diferencia en el precio del alquiler es muy ancha. Y es cierto: yo mismo pagaba 540 euros por un piso de tres habitaciones en el año 2020 y ahora pago mil por un piso para cuatro personas. Cuando vivía en esa primera casa, la opción de pagar 250 euros por habitación implicaba que el piso estaba recién reformado, con electrodomésticos a estrenar y en una zona de la ciudad por la que no sientas miedo al caminar de noche; más abajo de esa cifra encontrabas prácticamente de todo. Ahora el estándar se ha subvertido y por menos de 250 euros lo que encuentras es una ruina grecorromana con suelos de terrazo. Si bien es cierto que Murcia no es Madrid o Barcelona -los precios allí son para echarse a llorar y alistarse inmediatamente en una organización terrorista de las chungas-, los salarios y la oferta de empleo en la Región es lamentable: solo superamos a Extremadura y Andalucía y no por demasiado, por lo que la inflación aquí la sentimos, proporcionalmente, más fuerte que en otros lugares.
Y el sentimiento es generalizado, porque vivas de alquiler o no, esto supone un drama para cualquiera con un mínimo de empatía, como por ejemplo Yolanda Díaz. La titular del Ministerio de Tuits Esperanzadores y Llenos de Ilusión y Quejas al Gobierno del que Forma Parte nos explica todos los días lo preocupadísima que está por la inacción del ejecutivo y del legislativo en este respecto. Vamos a ver si entre todos hacemos un esfuerzo por no ser tan pobres, porque la mujer lo está pasando fatal. Con el PSOE es distinto porque no puede defraudarte alguien en quien nunca confiaste, pero hay que tenerlos bien puestos para poner a una ministra de Vivienda a, en estos tiempos que corren, tranquilizar a los propietarios en lugar de a los inquilinos.
Este Gobierno tiene que caer. He sido el primero en defenderlo y en alegrarme de sus pequeños triunfos, pero qué opinador sería si hoy no dijese lo contrario. La alternativa de un Gobierno PP y Vox es, desde luego, aterradora, pero quizá sea la única forma de que la gente perciba al Gobierno como lo que es –un enemigo de los pobres, un instrumento burgués al servicio de los ricos–, y no como unos pobrecitos funcionarios progresistas que hacen lo que pueden pese a la máquina del fango y la fachosfera y ese retén de argumentarios que les estará sirviendo para contrarrestar a The Objective, pero que no sirve para contrarrestar el peso de la verdad. Porque la Constitución está para usarla, y si este Gobierno no ha mejorado nuestras vidas en ocho años hasta convertirnos en puñeteros daneses no ha sido porque no hayan tenido ocasión, sino porque no les ha dado la gana.
La manifestación de este domingo debería ser la última advertencia. Si los que deben resolver este problema siguen sordos al clamor, no dejarán más salida que la okupación general de las viviendas en manos de los fondos buitre. Ellos tienen al Estado, a la policía, a una caterva de nazis tatuados, a los bancos y a los fondos de inversión. Ellos disponen de la bendición del sanctasanctórum de la propiedad privada; ellos, sobre el papel, tienen cosas. Pero cometen un error al subestimar lo que es capaz de hacer la gente desesperada.
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