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Los universitarios protestan. Y tienen razón

11 de mayo de 2024 22:04 h

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No hace falta vivir en EE UU para saber que una buena parte de los conservadores americanos consideran que las universidades son un nido de rojos, culpables en primer grado de que exista un discurso woke que impide la libertad de expresión. El desconocimiento general hace que olvidemos que muchas de las protestas contra la guerra de Gaza tienen lugar en universidades privadas pobladas de alumnos modélicos que creen a pie juntillas el relato americano del esfuerzo y la meritocracia. También que los mismos que han defendido que se pueda decir “cualquier cosa” abogan ahora por no permitir decir absolutamente nada en contra de la campaña de Israel en Gaza ni de los ya cerca de 35.000 palestinos (civiles) muertos. El 18 de abril, la policía desalojó el campamento que habían montado estudiantes de la Universidad de Columbia y arrestaron a más de cien manifestantes, en una irónica vuelta de tuerca al discurso republicano de que hay que proteger la libertad de expresión, aunque parezca delito de odio. Esa libertad de expresión que es sagrada si se critica al colectivo trans pero no tanto si se cuestiona a Netahyahu. La intervención policial provocó un levantamiento nacional de estudiantes americanos para poner fin a la guerra en Gaza y (aquí entramos en un asunto doloroso para el país que ha hecho del capitalismo una bandera) poner fin a los vínculos financieros de las instituciones universitarias con Israel. Desde entonces, más de dos mil personas han sido arrestadas en al menos cuarenta y seis campus universitarios de Estados Unidos. El curso está a punto de finalizar aunque se adivina que la convención demócrata, que se celebrará en agosto en Chicago, reactivará las protestas. Illinois y Michigan, los estados alrededor del lago Michigan, cuentan con comunidades árabes numerosas e integradas. Es lo que el actor Ramy Youssef, popular por su papel en 'Poor things' y cómico musulmán de larga trayectoria, llama la América árabe, “un lugar lleno de jóvenes americanos musulmanes que no se diferencian en nada de los jóvenes americanos no musulmanes que pasan la mayor parte de su tiempo masturbándose”.

Sin las peculiaridades de las universidades americanas, la protesta estudiantil contra la guerra de Gaza ha cruzado el Atlántico. La CRUE, que reúne a 77 universidades públicas y privadas (no todas) apoya las acampadas en campus públicos que comenzaron en Valencia y que se han extendido a Madrid, Andalucía, Cataluña, País Vasco y Navarra. Los rectores se comprometen, asimismo, a “intensificar la cooperación con el sistema científico y de educación superior palestino y ampliar nuestros programas de cooperación, voluntariado y atención a la población refugiada”. También a “velar por que, en el ejercicio de la libre expresión, no se produzcan conductas, igualmente reprobables, de antisemitismo o islamofobia, así como a cualquier otro comportamiento de odio en el seno de las comunidades universitarias”. La CRUE es una asociación privada que reúne sensibilidades muy distintas (universidades públicas, religiosas, familiares, de fondos de inversión) y no es habitual que se manifieste con esta rotundidad.

Estos campamentos han recibido críticas de los dirigentes populares más mediáticos, como la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso y el portavoz del partido, Borja Sémper (en su opinión, las acampadas se organizan “contra Israel y a favor de Hamás”). En una declaración que sería carne de meme si no estuviéramos hablando de miles de personas asesinadas, muchas de ellas niños. Ayuso acusó a los estudiantes de querer sacar a Albert Einstein de la universidad española, imagino que desconociendo que el único gobierno español que ofreció una cátedra al padre de la relatividad fue el de la II República. Cuentan que Einstein defendió al gobierno republicano y que esto le valió ecuaciones de ser “un judío filomarxista”, y que también suspiró aliviado cuando le retiraron la oferta de venirse a España. El historiador estadounidense Thomas Glick cuenta que cuando Albert Einstein visitó Madrid por primera vez, en 1923, una vendedora de castañas lo reconoció por la calle y le gritó “¡Viva el inventor del automóvil!”. Y de aquellos surrealistas polvos, estos lodos.

Si volvemos a 2024, aunque sea a regañadientes, podemos conectar la pérdida de apoyo de los jóvenes a Biden (más del 80% de los votantes menores de 30 años reprueban su apoyo a Israel en la guerra de Gaza) con el desencanto político de los jóvenes españoles, y la brecha de género que existe entre ellos, más propensos a apoyar a la ultraderecha, y ellas, de voto claramente progresista. El discurso conservador insiste en que la radicalización es de izquierdas y woke, pero el marco que dicen combatir, el de una izquierda cargada de agravios que divide el mundo entre opresores y oprimidos, es el que ellos utilizan en su discurso sobre lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza. La posibilidad de que los estudiantes, los nuestros, los de todos los países occidentales, puedan tener razón y confronten a los gobiernos provoca un cortocircuito en la mentalidad liberal, en la que los jóvenes son meros depositarios de una herencia que para ellos es inservible. Los queremos libres pero tradicionales y deudores de lo nuestro porque la libertad nunca es para los que quieren cortar el cordón umbilical que les ata a un país y una circunstancia que no han creado ni quieren. Subestimamos su capacidad para entender la complejidad, cuando saben mejor que nosotros que los reproches a Israel no les acercan a Hamás ni les convierten en antisemitas, simplemente les alejan del absolutismo.

El año escolar llegará pronto a su fin, y los niños, porque son nuestros niños, regresarán a casa siendo, como todos los jóvenes deben ser, la encarnación del descontento. El descontento que nosotros necesitamos, ahora más que nunca, para no callar ante tanta barbarie.