Vacaciones merecidas y necesarias

6 de julio de 2020 22:56 h

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"Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos"

Como todos los años, ha llegado julio, y después lo hará agosto, los meses de vacaciones por antonomasia, aunque esta vez incluyen un sabor entre-COVID. El accidentado curso académico ha culminado con la entrega de las notas a los niños y niñas (yo hubiese escrito sólo niños, pues en castellano denota también a las niñas, pero me siento bajo sospecha), en las que de modo genuino también han sido evaluados las madres y los padres, pues desde mediados de marzo han tele-estudiado con ellos a la vez que tele-trabajaban, y tele-hacían casi todo; compartiendo mesa, habitación, ordenador, i-pad, teléfono móvil y lo que se terciase; en un totum revolutum que no distinguía entre el día y la noche, ni festivos de días anormales de diario. 

Ayer, mi mujer y yo cenamos con unos amigos y volvimos pronto a casa, eso también es anormal, porque el padre tenía dos exámenes de cuarto de Administración y Dirección de Empresas, que cursa su hijo pequeño, un buen estudiante sin ciencia infusa que lleva sin recibir clases desde que comenzó el susto. Sus profesores no han tele-enseñado, como sí lo han hecho la gran mayoría de los docentes de España, y, por lo tanto, los discentes han continuado aprendiendo. Se trata de una situación excepcional y vergonzosa, que puede tener explicación, pero no justificación; no se debe repetir cuando vuelvan a venir mal dadas; quizá tras el verano. Nadie está exento de renovarse para afrontar las nuevas realidades: se sienta ya mayor, o se crea incapaz de gestionar la tecnología; carezca de los medios o le pueda el tedio; basta con querer para poder; y toca querer.

El padre me describía minuciosamente la cantidad de cosas interesantes que había aprendido y que nunca usará; se le notaba estresado por los últimos exámenes que se sumaban a los previos, y a su trabajo; a la vez que, paradójicamente, parecía como si a su espíritu le hubieran quitado cuarenta años de encima. No sé el hijo, pero el padre necesita unas merecidas vacaciones.

En realidad, todos necesitamos unas vacaciones, aunque quizá no todos nos las merezcamos por igual. El virus trajo la enfermedad que robaba el aire y regalaba la clausura; también incluyó en el paquete la incertidumbre ante un peligro cierto y desconocido; el miedo siempre inquietante envuelto en dolor y más miedo; el cansancio de un día de cada día multiplicado por la actividad frenética y virtual, sin movernos físicamente aunque sin parar psicológicamante; la preocupación por lo que vaya a pasar y no pase, y por lo que sí va a ocurrir. Como el año pasado, se llega baldado; pero además el ánimo se ha desgastado, eso es novedoso.  

Se ha atravesado un trauma del que nadie ha salido indemne, cuyas secuelas compiten entre sí para no ser digeridas por la esperanza de haberlo superado. Cuando se realiza un esfuerzo intenso y sostenido, sin entrenamiento que lo preceda, surgen en el cuerpo las agujetas, que se atenúan con glucosa; sin embargo, el tratamiento para las agujetas del ánimo resulta más complejo.

En uno de sus veinte poemas amorosos, Puedo escribir los versos más tristes esta noche, Pablo Neruda confiesa que, tras la pérdida de Ella, a la que ya no quiere, pero tanto quiso: Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Inadvertidamente, estos meses vividos peligrosamente también nos han mutado. Ahora toca volver a encontrarnos. Necesitamos unas merecidas vacaciones