Hay que reconocerle un mérito a José María Aznar hijo: ha conseguido que, por una vez, Miguel Blesa quede bien en uno de sus correos. Un hombre serio, riguroso, que considera que Caja Madrid “no es un cortijo” y hay cosas que no se pueden hacer. O no siempre, porque en muchos otros emails se deduce que, en realidad, que las irregularidades se cometan o no es cuestión de voluntad de los que pueden cometerlas. Y también, claro, de lo que se está pidiendo, porque no es lo mismo solicitar una ampliación de crédito de 30.000 € que una inversión de 54 millones de € (9.000 millones de pesetas) porque Aznar quería complacer a la familia de un amigo pintor. Pues seguro que los 54 millones, íntegramente, irían a parar a la familia de Gerardo Rueda, sin que ni un solo euro acabase quedándose por el camino.
La historia también ha dejado en muy buen lugar, por primera vez en mucho tiempo, a alguien relacionado con el entorno de la Familia Real: Rafael Spottorno, actual jefe de la Casa Real, que desde el principio se negó a tragar con que una caja de ahorros que ya entonces hacía aguas por todas partes se dejase todo ese dinero en un “caprichito” (si fuésemos amigos de teorías de la conspiración, hasta podríamos ver una vinculación entre la negativa de Spottorno a hacerle un favor a Aznar y la pésima relación de éste con la Familia Real).
Por otra parte, hay que entender la lógica que anima el enfado con Blesa del hijo mayor de Aznar: tú eres un inspector de Hacienda que no pinta nada dirigiendo una caja de ahorros, porque no sabe nada del negocio. Mi padre te colocó allí porque eres su amigo y ahora no le estás pagando los favores como debías, como se suponía que harías. Es una lógica de apropiación de lo público, de “capitalistas del BOE” que se enriquecen aprovechándose de sus contactos con el poder para medrar y para hacerse con jugosos pedazos del erario público, sea directa o indirectamente. Una lógica que Aznar y su familia han seguido a rajatabla, desde los puestos de poder que ocuparon y ocupan o aprovechándose de su agenda de contactos para obtener beneficios.
Pero, naturalmente, este modelo de expolio (hay que llamar a las cosas por su nombre) se combina con un discurso que canta las virtudes del libre mercado, de la no intervención del Estado en los asuntos de las empresas privadas. Dado que la casta dirigente controla o bien el Estado, o las empresas, o ambas a la vez, no es cuestión de incorporar desagradables regulaciones que pudieran interferir en el buen funcionamiento de la puerta giratoria, que permite que la casta salte cómodamente del Estado a las empresas, y viceversa. Es mucho mejor hacer estas cosas bajo mano, por email, por teléfono, o directamente con un sobre en el que se indique qué hacer, o qué se da a cambio.
En pocos casos está tan clara la curiosa contraposición entre teoría y práctica, entre cómo se afirma que se deberían hacer las cosas, y cómo se hacen luego, que con José María Aznar. El expresidente siempre ha cultivado una imagen virtuosa de sí mismo, basada en la honradez, el trabajo y el rigor. Esta imagen se combina con una actitud permanente de dignidad ofendida, de hidalgo español para el cual nada hay más valioso que el honor. Aunque con la diferencia, eso sí, de que los hidalgos no solían ser millonarios acaudalados, con intereses en un montón de empresas y organismos, a los que llegaban siempre gracias a la interlocución directa. Así, tenemos a Aznar pontificando sobre las virtudes de la no intromisión de lo público en lo privado mientras le pide favores a todo el mundo para sus negocios, o mientras se organiza, en su partido y durante su mandato, un sistema de financiación ilegal a cargo de empresarios que pagaban para que luego el partido les devolviese el favor con adjudicaciones y regulación a la carta. Capitalismo del BOE, otra vez.
Una actitud que parece haber abrazado su primogénito en todos sus órdenes (desfachatez en los actos, combinada con chulería en las opiniones). También José María Aznar Botella, columnista en La Razón, es muy amigo de explayarse sobre todos los males inherentes al gasto público… Salvo que el gasto público tenga que hacerse para salvar a la banca privada, que ahí sí que le parece muy bien. Tal vez porque en ese caso el gasto público se haría en beneficio del sector en el que él mismo trabaja, y ya nos ha quedado claro que lo público es malísimo cuando se trata de beneficiar a esos ciudadanos (con ayudas, con subsidios, con servicios públicos) que han vivido por encima de sus posibilidades, pero no si sirve a los que se han acostumbrado a creer que el país es suyo, y actúan en consecuencia.
Personalmente creo que, dado el año mágico que lleva la familia Aznar, con estos emails, con los papeles de Bárcenas, y con hitos como el “relaxing cup” de la alcaldesa Botella, se impone que el año que viene Campofrío cierre el círculo y monte su spot navideño de 2014 con los Aznar como únicos protagonistas. Si el objetivo de esos anuncios es demostrar que España no tiene nada que ver con esos desagradables europeos, siempre dando la tabarra con sus regulaciones, su régimen meritocrático y su sociedad civil, no se me ocurren muchos ejemplos mejores que el recorrido de la familia Aznar a lo largo de estos años. Y lo que nos queda.