El pasado viernes, Pablo Iglesias subía a Twitter un fragmento de Vidas Trans, una antología de textos críticos alrededor de la sanidad, la educación, los cuidados o las redes sociales, firmados por Alana Portero, Cassandra Vera, Darío Gael, Atenea Bioque y Arnau Macías. Precisamente Iglesias se hizo eco de una página en la que Macías contaba cómo un día se disfrazó del líder de Unidas Podemos para cabrear a la gente de su entorno escolar: “Imaginaos a todos esos católicos, conservadores, y casposos al ver a una tía vestida de hombre, y además del malvado, asesino, comeniños, chavista y bolivariano Pablo Iglesias. Esta noche me lo pasé en grande y todo culminó con una frase de mi amiga que no olvidaré nunca: te queda muy bien la barba”.
Aunque la fotografía de Iglesias mostraba únicamente esa anécdota –ojo, una anécdota importante en el contexto del relato de Arnau Macías–, muchos usuarios celebraron que una persona sobre la que recae tanta atención dedique un espacio a difundir la importancia de leer las experiencias de uno de los colectivos más maltratados por nuestra sociedad. Puede parecer una tontería. Una anécdota enredándose sobre otra anécdota: “El político que visibilizó tal libro”. Pero es importante porque, en palabras de Alana Portero, “a ver si sirve para arrojar un poco más de luz sobre nuestra realidad y que las instituciones corrijan el abandono al que nos someten”.
La demostración más terrible de ese brutal abandono y violencia, por desgracia, no tardaría en llegar. Pocas horas después, durante la tarde del sábado, se encontró en Asturias el cuerpo asesinado de una mujer trans: Paloma. Quince puñaladas para un cuerpo doblemente condenado en nuestra sociedad por ser migrante y trans: algunos medios de comunicación, aun después de haberse desvelado su edad, nombre, procedencia y género, siguen refiriéndose a ella como a un hombre. Otros, los más masivos, no han informado sobre su asesinato, y su muerte ni siquiera formará parte del contador oficial del terrorismo machista. Un contador macabro y odioso, sí, pero también útil para que muchas de esas mujeres no caigan en el mayor de los olvidos. A Paloma no le van a permitir ser una cifra. Ni tan solo una anécdota. Pero es que las vidas trans no son una mera anécdota.
Ellas necesitan ser escritas, necesitan ser comprendidas, necesitan ser reivindicadas como lo han necesitado tantas otras de nuestras compañeras maltratadas, violadas o asesinadas a lo largo de la historia. Que ciertos sectores del feminismo se cierren en banda a mostrar un mínimo de empatía por una pérdida como la de Paloma es tan macabro y odioso como cualquier otro tipo de violencia patriarcal. Lloremos a Paloma. Recordemos a Paloma. Escribamos el nombre de Paloma. Entendamos a Paloma leyendo e informándonos sobre las realidades de las personas transgénero: ahí están las experiencias narradas en la antología de Vidas trans, o en El viaje inútil. Trans/escritura, un ensayo emotivo de la argentina Camila Sosa Villada, autora también de la novela Las malas; o en Mi adolescencia trans, el exitoso cómic de Josephine Yole Signorelli, que ha sido un fenómeno entre los jóvenes de Italia.
“Qué clase de poeta, qué clase de artista, qué clase de actriz sería yo si no reclamo esos espacios vacíos donde la claridad se enturbia”, escribe Sosa Villada, refiriéndose a su responsabilidad como escritora para dar voz a mujeres que de otro modo nunca tendrían reconocimiento. Y qué clase de mujeres, qué clase de anecdóticas feministas seríamos nosotras si no nos desgarrara hoy el asesinato de Paloma.