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Vigilando la desigualdad

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La desigualdad está aumentando en toda Europa. Esta acentuación de la pobreza preocupa en dos sentidos. Por una parte, nos hace preguntarnos si es posible un crecimiento sostenible y si ese crecimiento es inclusivo y, por otra, el incremento de la desigualdad nos hace cuestionarnos si afecta de manera negativa a la cohesión y la paz social. 

Un crecimiento sostenible tiene que ser el suficiente para cubrir las necesidades de toda la ciudadanía, teniendo en cuenta las limitaciones que tiene nuestro Planeta finito y que es muy diferente a un crecimiento sostenido. Un crecimiento inclusivo sería aquel en el que el aumento de PIB es igual al aumento de las rentas percibidas por los hogares. En este momento, la caída del PIB producida por la COVID-19 hace que tengamos que preguntarnos si la bajada en las rentas de las familias supera o no la bajada del PIB. También será interesante ver si el paulatino aumento del PIB tras la salida de la pandemia, que todos esperamos sea pronto, se produce en paralelo a la entrada de ingresos en los hogares. 

Hay dos aspectos fundamentales a tener en cuenta para afrontar este incesante incremento de la desigualdad, la desigualdad de ingresos y la desigualdad de oportunidades. Para ver las cosas con claridad tenemos varios indicadores que nos hablan de estas dos clases de desigualdad. 

La desigualdad en cuanto a ingresos la podemos estudiar teniendo en cuenta la ratio de distribución de la renta por quintiles. Suena raro pero es fácil de entender. Se miden los ingresos anuales del 20% de los hogares más ricos y se compara con el 20% de los hogares más pobres. Un resultado de la ratio de 1,0 indicaría la igualdad de ingresos, es decir, todos los hogares tendrían los mismos ingresos. En la zona euro se sitúa alrededor del 5, esto indicaría que el 20% de los hogares más ricos recibe cinco veces más ingresos en un año que el 20% de los más pobres. En España, con datos del INE, andamos alrededor del 6. Será interesante observar, cuando avancemos hacia la nueva normalidad, en qué ratio nos situamos porque ya se está viendo que durante la pandemia los más ricos se han hecho más ricos.

Otro indicador que nos habla de la desigualdad de ingresos es el coeficiente de Gini, el más usado en todo el mundo. Un coeficiente de 0 indicaría que todos los hogares ingresarían lo mismo, se produciría una igualdad de ingresos perfecta, mientras que un coeficiente de 100 implicaría que todos los ingresos se acumulan en único hogar, se produciría una desigualdad de ingresos perfecta. La UE tiene un coeficiente de Gini de casi 31. En España es de 33, similar al de Italia y algo por encima de Grecia o Portugal que es de 32 y más lejos de Francia con un 28 por dar ejemplos de Estados próximos.

En cuanto a la desigualdad de oportunidades, no se puede estudiar directamente. La realidad de una persona varía en función de las decisiones que va tomando a lo largo de su vida. Debemos suponer que las personas más jóvenes han tomado menos decisiones vitales por lo que medir sus oportunidades, estudiar el riesgo de pobreza o exclusión en los menores, es un indicador significativo para estudiar la desigualdad de oportunidades.

En la UE de los 28 para el año 2017, último con datos completos, el INE establece que el porcentaje de menores de 16 años en riesgo de pobreza o exclusión social es de 24,4%, similar al de las menores, un 24,5%. Para el Estado español los datos son mayores: los menores en riesgo suponen un 30,6%, y sube a un 31,5% el riesgo para las menores. Para el grupo siguiente, los jóvenes entre 16 y 24 años, los datos son peores. En la UE el 28,0%  de los jóvenes y el 30,1% de las jóvenes están en riesgo de pobreza. En el Estado español este porcentaje sube al 33,6% para los jóvenes y al 35,8% para las jóvenes. No voy a abundar sobre el problema de género pues me extendería más allá del espacio de este artículo, pero creo que los datos son claros. La desigualdad afecta más a las mujeres.

Otro indicio que nos da pistas sobre la desigualdad de oportunidades son las ventajas o desventajas transmitidas de una generación a otra. La relación entre los resultados educativos y el nivel socioeconómico de los padres nos da señales preocupantes. Para el Estado español se ha señalado que a la edad de 15 años existe una brecha que equivale a dos años de escolarización entre los alumnos de mayor nivel socioeconómico y los de menor nivel. Señalar aquí otro dato alarmante: con datos del Ministerio de Educación y Formación Profesional, el porcentaje de alumnos que abandonan el sistema educativo de forma temprana se sitúa en un 17,9%, la cifra más alta de toda la UE cuya media se sitúa en un 10,6%.

Una de las claves para reducir la desigualdad fomentando la igualdad de oportunidades es la inversión en educación. La utilización de este instrumento político es imprescindible para dar respuesta a los cambios que se avecinan causados por la tecnología cada vez más presente en nuestras vidas, y cuyo avance en algunos campos como la educación ha progresado sobremanera en este tiempo de pandemia. Una mayor capacitación de los trabajadores poco cualificados equilibra la dispersión salarial y crea puestos de trabajo de mayor calidad y más estables. Ahora bien, este instrumento de cambio es útil a medio y largo plazo, en el corto plazo se necesita un régimen fiscal justo y unas prestaciones sociales adecuadas. Son necesarios unos impuestos bien diseñados que contribuyan al reparto de los beneficios entre todos los ciudadanos que conforman nuestra sociedad. 

La desigualdad va en aumento debido al bajo crecimiento de los ingresos entre los hogares más pobres y el mal reparto que se hace de la riqueza, afectando de manera nociva a la cohesión social. Este bajo crecimiento de ingresos del que hablamos, viene producido por una parte por el desempleo, pero también por las pésimas condiciones laborales. No olvidemos que ya se está hablando de trabajadores pobres. Señalar aquí también que se está viendo que las más afectadas por despidos en el periodo que llevamos sufriendo la pandemia son las mujeres. Insisto: la desigualdad afecta más a las mujeres.

Pero atajar la desigualdad es bueno para toda la ciudadanía ya que una desigualdad excesiva perjudica al crecimiento de la comunidad en su conjunto. Si las personas que se encuentran en la parte baja de la escala de riqueza no pueden invertir recursos para potenciar sus capacidades y su educación, no alcanzan su pleno potencial y la sociedad en su conjunto deja de beneficiarse de los logros que estas personas aportan a la comunidad. Una buena redistribución de los ingresos estimula la demanda económica ya que si los ciudadanos que se encuentran en esa parte baja de la escala de riqueza obtienen ingresos, tienden a gastarlos ya que tienen más necesidades no cubiertas.

La vida sigue con o sin pandemia y no podemos refugiarnos en el miedo que esta situación produce para quedarnos callados y no seguir reclamando justicia social. Todos los actores sociales dicen trabajar por la reducción de la desigualdad, partidos políticos de todas las ideologías, sindicatos, economistas, técnicos, incluso youtubers o influencers. Cuando empiecen a hablarnos de moderación salarial para sacar a flote la economía o de lo beneficioso que es mantener sin subida los impuestos, cuando nos digan que la reclamación de unas pensiones dignas está fuera de lugar en estos momentos, o que no hay dinero para mejorar la educación, hagamos valer nuestro poder de crítica. La nueva normalidad la construiremos nosotros. Si no lo hacemos, otros lo harán.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión de la autora y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.

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