Sí, la extrema derecha ya existía en el seno del Partido Popular. Pero desde hace un tiempo ha dado un paso al frente, a través de Vox, verbalizando discursos que antes no estaban tan presentes en la esfera pública. ¿Por qué esto debe preocuparnos? Porque han sido capaces, a través de la colaboración de diversos medios de comunicación, de colocar sus temas y sus enfoques en la esfera pública, de crear agenda. No solo eso. Han logrado, con la complicidad de esos medios, que se normalicen posturas absolutamente contrarias a los derechos humanos.
Por eso el ascenso de Vox y su entrada en el Parlament catalán es algo que debe preocuparnos, y mucho. Por eso, aunque la derecha haya perdido apoyos en Catalunya no hay que alegrarse excesivamente ante los resultados.
“¿Qué hacían y decían medios y políticos en 2021?”, pueden preguntarse algunos en el futuro cuando estudien el ascenso de la extrema derecha de nuestro presente. ¿Qué podremos contestar a eso? Tendremos que admitir que muchos no hacían ni decían nada. O peor aún: la respuesta será que una parte del establishment político y mediático abrazó los postulados de la extrema derecha de forma directa o indirecta, defendiéndolos sin pudor o no atacándolos ni ridiculizándolos.
En su competición por ganarse al electorado de Vox primero y pactando con la formación de Abascal después, PP y Ciudadanos han asumido parte de sus postulados, legitimando sus posiciones, dándoles oxígeno, alimentando al monstruo. Pero no solo ellos son responsables del ascenso de este partido. Los medios de comunicación empeñados en criminalizar a políticos que intentan defender derechos fundamentales suelen ser los mismos que blanquean a Vox de forma sistemática, presentándolo como un partido constitucionalista, asumiendo que sus posturas son legítimas. Los derechos humanos no son debatibles, pero en muchas tertulias mediáticas se empeñan en discutir sobre ellos, como si fueran cuestionables.
“A los del No pasarán..., ya hemos pasado”, han escrito en catalán desde la cuenta de Twitter de Vox, en referencia al eslogan golpista que emplearon las fuerzas de Franco cuando tomaron Madrid, como respuesta al No pasarán de las fuerzas democráticas que luchaban contra el golpe de Estado. Están pasando y no son un partido más. Ninguna formación política debería caer en la tentación de hacer electoralismo a costa de Vox, amplificando su discurso, pensando que con ello se puede movilizar a votantes abstencionistas a través del miedo a la extrema derecha.
No hay que jugar con fuego porque ya sabemos que quema. Ocurrió en Alemania y no está de más acudir de nuevo al film Cabaret para recordarlo:
“Los nazis son una pandilla de matones, pero sirven a un objetivo: detener a los comunistas. Luego ya les pararemos los pies”, dice en la película un aristócrata adinerado, símbolo de la oligarquía alemana. Tres cuartos de hora después de metraje, el nazismo controlaba Alemania.
En sus declaraciones públicas, representantes de Vox agitan el miedo al otro y dicen que las personas migrantes “no son refugiados, son invasores promovidos por las élites”. El candidato de Vox en Catalunya ha afirmado que la “inmigración ilegal es el primer paso de un proceso que termina en agresiones, robos, violaciones o atentados islámicos”, vinculando de forma contundente delincuencia con migración y estableciendo una falsa dicotomía, la del “o ellos o nosotros”.
¿Qué van a hacer aquí partidos que dicen representar la sensatez, la democracia, la normalidad? ¿Callar ante el aumento claro del racismo contra las personas migrantes? ¿Seguirán defendiendo los centros de internamiento para extranjeros, los campamentos-cárceles para las personas que llegan a Canarias desde África, las políticas de exclusión o las leyes que, en muchos casos, obligan a las personas migrantes a residir y trabajar en la clandestinidad durante tres años?
¿Volverá a elogiar el presidente del Gobierno a un partido de extrema derecha como Vox atribuyéndole responsabilidad y sentido de Estado? ¿Seguirán impulsando las fuerzas de seguridad redadas racistas, deteniendo a personas solo por su color de piel? ¿Mirará cierta izquierda hacia otro lado cuando la ultraderecha estigmatiza a personas trans?
Vox no solo tiene 52 diputados en el Congreso y 11 en el Parlament catalán. Cuenta también con capacidad, medios de comunicación mediante, de instalar su discurso en el debate público, obligándonos a retroceder y a posponer debates urgentes y necesarios. El silencio ante ello no es la respuesta, tampoco la timidez ni el pasar de puntillas. Hay que enfrentar sus posiciones -todas ellas, con valentía- apostando por la inteligencia colectiva, porque la política no puede verse reducida al marketing ni a los cálculos electoralistas.
Por muchos aspavientos que se hagan, hay una realidad tangible: no estamos en una situación de plena normalidad democrática. Podemos fomentar una formidable estupidez colectiva o intentar hablarnos con verdad, sin seguir el juego cínico de la escenificación. Eso implica asumir lo que demasiados políticos consideran un marrón: la defensa de los derechos humanos en las políticas migratorias. Poner de moda la solidaridad, con todo lo que ello implica, sin dejar a nadie atrás. De lo contrario se seguirá lanzando un mensaje que se traduce así: “Hay cosas en las que Vox tiene razón”. Lo demás, ya sabemos cómo sigue. ¿Les dejamos pasar?