“La ultraderecha gana unas elecciones en Alemania por primera vez desde la II Guerra Mundial”. El titular más repetido en los medios de toda Europa tras el pasado domingo. Léelo otra vez, a ser posible en voz alta, que no te veo muy impresionado: “La ultraderecha gana unas elecciones en Alemania por primera vez desde la II Guerra Mundial”. O si quieres: “Los herederos del nazismo ganan unas elecciones en Alemania por primera vez desde la derrota del nazismo”.
Si quieres discutimos si AfD son nazis, neonazis, tardonazis, medio nazis, un poquito nazis, o si solo son una banda tributo, de esas que hoy abundan y mantienen vivos los éxitos de bandas históricas ya desaparecidas. Lo cierto es que en el Parlamento Europeo no quisieron compartir grupo con ellos ni los ultraderechistas de Le Pen, Salvini, Orban o Abascal, después de que el candidato alemán justificase a las SS nazis. Y el propio vencedor en Turingia, Björn Höcke, está en el extremo más ultraderechista de su propio partido ultraderechista, que ya es decir, repudiado incluso por sus compañeros, y repetidamente acusado de revisionismo y de usar lemas nazis. Si no es nazi, se parece tanto como los cantantes de las bandas tributo al original, sí.
Con la “primera victoria de la ultraderecha en Alemania desde la II Guerra Mundial” me acordé de una novela de hace ahora doce años: Ha vuelto (“Er ist wieder da”, en alemán original), de Timur Vermes. Publicada en su país en 2012, fue el libro más vendido del año y todo un fenómeno social, con el famoso bigotito convertido en icono pop. En clave de comedia loca, planteaba qué pasaría si Hitler resucitase en la actual Alemania, y mostraba a un Fürher que se paseaba por el moderno y multicultural Berlín como un Paco Martínez Soria boquiabierto, provocando todo tipo de malentendidos jocosos, hasta acabar convertido en estrella de la televisión basura.
En aquel 2012 no hubo escándalo en Alemania por hacer risas con Hitler. Se consideraba que era, por fin, cosa del pasado, y que el país había hecho de sobra sus deberes históricos y democráticos, podía permitirse unas risas. Alemania se presentaba como modélica en el manejo de un pasado conflictivo, y actuaba como democracia militante contra cualquier devaneo revisionista. En España, cada vez que alguien hacía apología del franquismo y humillaba a las víctimas, lo denunciábamos añadiendo siempre la misma coletilla: “eso en Alemania no sería posible”.
Solo un año después de la publicación de Ha vuelto, cuando todavía duraban las risas de sus millones de lectores, se fundaba un nuevo partido en Alemania: Alternative für Deutschland, AfD, situado a la derecha de la derecha en el espectro electoral. Aunque al principio parecía otro partido euroescéptico y conservador, pronto empezó a incorporar a su repertorio temas ultras de toda la vida, como buena banda tributo: ultranacionalismo, racismo, xenofobia, revisionismo histórico, islamofobia, populismo autoritario y hasta antisemitismo. Desde entonces, AfD no ha dejado de crecer, subido con un pie a la ola ultra que recorre Europa y medio planeta, y con el otro pie a los propios malestares políticos y sociales alemanes. Hasta que este domingo “la ultraderecha ganó unas elecciones en Alemania por primera vez desde la II Guerra Mundial”.
Cuando un par de años después del éxito de Ha vuelto se rodó su adaptación cinematográfica, un actor caracterizado como Hitler se paseó varios días por Berlín interactuando con la gente, pues la película era un falso documental. Para su sorpresa, la gente no huía ni lo repudiaba, sino que le seguían el juego como si fuera el auténtico Hitler, y algunos le decían cosas muy nazis. Si lo repitieran hoy por las calles de esos dos estados orientales de Alemania, igual nos dábamos cuenta de que Alemania no hizo tan bien sus deberes como presumía: ni la desnazificación, ni la reunificación con Alemania del Este, cuyos problemas sociales están detrás de esta nueva versión de Ha vuelto. Esta vez sin risas.