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12 de octubre ¿feliz día de qué?

Roberto Montoto Ramos | socio de elDiario.es

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Unos pocos miles de personas se congregaron el 12 de octubre en el centro de Madrid para celebrar no se sabe muy bien qué. No fue una ceremonia especialmente lúcida y, si es recordada por algo, será únicamente por el inoportuno daltonismo de un operario de dudoso patriotismo. Ancianos, niños, familias enteras, grupos de amigos, colegas de caza y compañeros de domingueo en la iglesia, pero, ante todo, muchos cuñados. Cuñados de todas las edades y clases sociales, pero unidos por un sentimiento común: la profunda devoción por su país.

Todo español allí reunido emanaba una desbordante pasión por España. Ávidos de españolidad y sedientos de patriotismo, presenciaban entusiasmados y orgullosos el alarde de pertenencia nacional que se desplegaba ante sus ojos llorosos por la grandiosidad de la conmemoración. Con el cielo rojigualda reflejado en sus miradas solemnes y el olor a castellanidad embriagando sus castizos pulmones, el cuñadismo en masa se afanaba en vitorear a nuestros héroes patrios.

Personajes ilustres como la valerosa emperatriz Isabel Díaz Ayuso de Madrid, adalid de la libertad y rompedora de cadenas, o el imponente caballero Martínez Almeida, fiel escudero y bufón personal de su señora, recibían las bien merecidas alabanzas por su intachable gestión, su amor incondicional y su consideración con el pueblo llano. Nuestra maravillosa familia real también fue congraciada con la admiración del populacho y su aprobación unánime por tantos años de campechanía, corrupción e inutilidad política e institucional.

Pero, sin duda alguna, la indiscutible estrella de la fiesta fue Puzzle. Sí, la majestuosa cabra de la Legión acaparó los halagos y los piropos de todos los presentes. Y pensar que por culpa de nuestro presidente okupa y su séquito de progres antisistema no volveremos a disfrutar de la presencia de semejante símbolo de heroísmo y grandeza. Al menos ese felón traidor recibió su merecido en forma de abucheos de repulsión y silbidos de desprecio.

Ahora bien, yo me pregunto: todos esos nacionalistas entusiastas, ¿saben realmente lo que están celebrando? ¿Están celebrando algo? Estoy convencido de que la gran mayoría de los asistentes al desfile del 12 de octubre no tienen ni idea de lo que significa ese día. Pero no importa. El conocimiento de causa se ve nublado por la sonoridad del himno y por la belleza estética de miles de banderas rojas y amarillas ondeando al unísono con el viento de levante.

El día de la ¿hispanidad? ha degenerado hasta convertirse en un acto de protesta de grupos ultranacionalistas y conservadores. Y el sentido conmemorativo de la fiesta nacional ha sido desplazado a un segundo plano por la imperiosa necesidad de reproche de la derecha. Ahora, muchas de las banderas ondeantes incorporan imágenes de temática aviar para reivindicar la libertad de volar del pueblo español. Libertad que aducen, les ha arrebatado la izquierda. Debe ser que entre 1939 y 1975 había un concepto algo distorsionado de libertad.

Y no se trata de declarar una guerra a quienes sienten amor por la patria. Porque el orgullo y el sentido de pertenencia son sentimientos preciosos, muy poderosos, e incluso necesarios para la construcción identitaria de un país. El patriotismo sano, desprovisto de interés y no instrumentalizado, constituye un elemento valiosísimo para cimentar la unión de cualquier nación que pretenda ser sólida y fuerte ante las adversidades.

No obstante, los sectores más reaccionarios de nuestra sociedad han logrado convertir ese patriotismo inocente en una herramienta política de una capacidad de manipulación emocional colosal. La admiración, el aplauso y la unión han dado paso al odio, el insulto y la división. En eso han convertido el patriotismo. Y lo han hecho a base de demagogia, mentiras y una apropiación simbólica digna de colonizadores.

El patriotismo ha sido destruido por quienes alardean de ser los españoles más españoles mientras boicotean las negociaciones de su Gobierno con la Unión Europea para la obtención de fondos de ayuda para los españoles, por quienes han utilizado la desgracia y la muerte de los españoles como arma para obtener rédito político, por quienes se oponen a que los jóvenes españoles tengan la oportunidad de acceder a una vivienda digna, o por quienes pretenden negar a los españoles el derecho a morir dignamente.

Los españoles que acuden a la fiesta nacional del 12 de octubre no saben lo que celebran porque no les importa. Solo van a manifestar su odio y reprobación espoleados por políticos irresponsables y malintencionados. Patriotas de una nación excluyente y discriminatoria. Representantes del españolismo tabernario y casposo.

Ahora que se ha descubierto que fueron los nórdicos los primeros europeos en pisar tierras americanas, y no los recios exploradores españoles, no hay más trasfondo conmemorativo para este día que el de reivindicar la tradición y el cuñadismo. Ya no hay siquiera una mínima obligación de conocimiento histórico o cultural. Si en el pasado vimos a Santiago Abascal ataviado con un morrión, el casco utilizado por los Tercios españoles en la Reconquista, quizás en el desfile de 2022 lo veamos caracterizado como una especie de Thor ibérico.

Unos pocos miles de personas se congregaron el 12 de octubre en el centro de Madrid para celebrar no se sabe muy bien qué. No fue una ceremonia especialmente lúcida y, si es recordada por algo, será únicamente por el inoportuno daltonismo de un operario de dudoso patriotismo. Ancianos, niños, familias enteras, grupos de amigos, colegas de caza y compañeros de domingueo en la iglesia, pero, ante todo, muchos cuñados. Cuñados de todas las edades y clases sociales, pero unidos por un sentimiento común: la profunda devoción por su país.

Todo español allí reunido emanaba una desbordante pasión por España. Ávidos de españolidad y sedientos de patriotismo, presenciaban entusiasmados y orgullosos el alarde de pertenencia nacional que se desplegaba ante sus ojos llorosos por la grandiosidad de la conmemoración. Con el cielo rojigualda reflejado en sus miradas solemnes y el olor a castellanidad embriagando sus castizos pulmones, el cuñadismo en masa se afanaba en vitorear a nuestros héroes patrios.